martes, 14 de enero de 2020

LA INMACULADA MASTURBACIÓN (Antología VII)


-Pobrecillo -comenta.

No hace falta decir que tengo una erección. Y mi pene acaba topando con su muslo.

-¡Ostras! -exclama ella.

-No tengo mala intención -me disculpo yo-. Pero no puedo evitarlo.

-Ya lo sé -dice-. Es un engorro. Lo sé muy bien. Eso no hay modo de pararlo.

Asiento en la oscuridad.

Tras pensárselo un poco, Sakura me baja los boxers, me saca el pene duro como una piedra y lo sujeta con delicadeza. Como si quisiera comprobar algo. Como cuando un médico te toma el pulso. Siento el tacto de la palma de su mano, liviano como un pensamiento, alrededor de mi pene.

(...)

-Tal vez .le digo.

-¿Tal vez? -Me agarra el pene con un poco más de fuerza-. ¿Qué quieres decir con tal vez? ¿Acaso no te apetece mucho verla?

-Es que no sabría qué decirle y, además, quizá sea ella la que no quiera verme a mí. Y lo mismo por lo que respecta a mi madre. Quizá ni la una ni la otra quieran verme. Quizá ni la una ni la otra me necesiten. En primer lugar, fueron ellas las que se fueron, ¿sabes?

Sin mí, pienso.

Ella permanece en silencio. La mano me agarra el pene con menos fuerza, luego aumenta la presión. Según la presión, mi pene se relaja un poco, después arde endurecido.

-¿Tienes ganas de eyacular?, ¿verdad?

-Tal vez.

-¿Tal vez?

-Sí, muchas -corrijo.

Ella exhala un ligero suspiro y empieza a mover la mano despacio. Es una sensación maravillosa. No se limita a moverla arriba y abajo. Es algo más global. Sus dedos me tocan suavemente, con sentimiento, el pene y los testículos, me palpan cada centímetro. Cierro los ojos y exhalo un profundo suspiro.

-No me toques. Y, cuando vayas a eyacular, dímelo. No quiero que se manchen las sábanas. Es un engorro.

-Sí -le digo.

-¿Qué? ¿Soy buena? ¿Verdad?

-Muchísimo.

-Ya te he dicho que tengo muy buenas manos por naturaleza: Pero esto para nada está relacionado con el sexo, ¿eh? Sólo te estoy ayudando a relajarte. Hoy ha sido un día muy largo para ti y debes de tener los nervios a flor de piel. Y así no hay quien duerma. ¿Entiendes?

-Si -digo-. ¿Puedo pedirte un favor?

-¿Qué?

-¿Puedo imaginarte desnuda?

Ella detiene un momento el movimiento de la mano y me mira.

-¿Imaginarme desnuda mientras te hago esto?

-Sí. Desde hace un rato intento dejar de pensar en ello, pero no puedo.

-¿Que no puedes?

-No. Es como una televisión que no pudiera apagarse

Ella ríe divertida.

-No lo entiendo. ¿No podías pensar lo que te diera la gana sin decírmelo a mí? No hace falta que me estés pidiendo permiso para esto y lo otro, ni tampoco que me cuentes lo que estás imaginando.

-Pero a mí me preocupa. Me da la sensación de que es importante imaginar algo. Y he pensado que sería mejor pedirte permiso antes. No se trata de que lo sepas o no lo sepas.

-Eres un chico muy bien educado -comentó ella con admiración-. Ahora que lo dices, no está mal que me pidas permiso de antemano. De acuerdo. Puedes imaginarme desnuda a tu gusto. Te doy permiso.

-Gracias -digo.

-¿Y qué? Qué tal estoy? ¿Guapa?

-Muchísimo -respondo.

Pronto siento cierta languidez en la zona de las caderas. Como si estuviera flotando en un líquido denso. Cuando se lo digo, Sakura coge unos pañuelos de papel que tiene cerca de la almohada y me conduce hacia la eyaculación. Eyaculo una y otra vez, con fuerza. Poco después, ella va a la cocina, tira los pañuelos de papel y se lava las manos con agua.

-Lo siento -me disculpo.

-No pasa nada -me tranquiliza ella ya de vuelta en la cama-....


Kafka en la orilla, pág 121
Haruki Murakami

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