-Pobrecillo -comenta.
No hace falta decir
que tengo una erección. Y mi pene acaba topando con su muslo.
-¡Ostras! -exclama
ella.
-No tengo mala
intención -me disculpo yo-. Pero no puedo evitarlo.
-Ya lo sé -dice-. Es
un engorro. Lo sé muy bien. Eso no hay modo de pararlo.
Asiento en la
oscuridad.
Tras pensárselo un
poco, Sakura me baja los boxers, me saca el pene duro como una piedra y lo
sujeta con delicadeza. Como si quisiera comprobar algo. Como cuando un médico
te toma el pulso. Siento el tacto de la palma de su mano, liviano como un
pensamiento, alrededor de mi pene.
(...)
-Tal vez .le digo.
-¿Tal vez? -Me agarra
el pene con un poco más de fuerza-. ¿Qué quieres decir con tal vez? ¿Acaso no
te apetece mucho verla?
-Es que no sabría qué
decirle y, además, quizá sea ella la que no quiera verme a mí. Y lo mismo por
lo que respecta a mi madre. Quizá ni la una ni la otra quieran verme. Quizá ni
la una ni la otra me necesiten. En primer lugar, fueron ellas las que se
fueron, ¿sabes?
Sin mí, pienso.
Ella permanece en
silencio. La mano me agarra el pene con menos fuerza, luego aumenta la presión.
Según la presión, mi pene se relaja un poco, después arde endurecido.
-¿Tienes ganas de
eyacular?, ¿verdad?
-Tal vez.
-¿Tal vez?
-Sí, muchas -corrijo.
Ella exhala un ligero
suspiro y empieza a mover la mano despacio. Es una sensación maravillosa. No se
limita a moverla arriba y abajo. Es algo más global. Sus dedos me tocan
suavemente, con sentimiento, el pene y los testículos, me palpan cada
centímetro. Cierro los ojos y exhalo un profundo suspiro.
-No me toques. Y,
cuando vayas a eyacular, dímelo. No quiero que se manchen las sábanas. Es un
engorro.
-Sí -le digo.
-¿Qué? ¿Soy buena?
¿Verdad?
-Muchísimo.
-Ya te he dicho que
tengo muy buenas manos por naturaleza: Pero esto para nada está relacionado con
el sexo, ¿eh? Sólo te estoy ayudando a relajarte. Hoy ha sido un día muy largo
para ti y debes de tener los nervios a flor de piel. Y así no hay quien duerma.
¿Entiendes?
-Si -digo-. ¿Puedo
pedirte un favor?
-¿Qué?
-¿Puedo imaginarte
desnuda?
Ella detiene un
momento el movimiento de la mano y me mira.
-¿Imaginarme desnuda
mientras te hago esto?
-Sí. Desde hace un
rato intento dejar de pensar en ello, pero no puedo.
-¿Que no puedes?
-No. Es como una
televisión que no pudiera apagarse
Ella ríe divertida.
-No lo entiendo. ¿No
podías pensar lo que te diera la gana sin decírmelo a mí? No hace falta que me
estés pidiendo permiso para esto y lo otro, ni tampoco que me cuentes lo que
estás imaginando.
-Pero a mí me
preocupa. Me da la sensación de que es importante imaginar algo. Y he pensado
que sería mejor pedirte permiso antes. No se trata de que lo sepas o no lo
sepas.
-Eres un chico muy
bien educado -comentó ella con admiración-. Ahora que lo dices, no está mal que
me pidas permiso de antemano. De acuerdo. Puedes imaginarme desnuda a tu gusto.
Te doy permiso.
-Gracias -digo.
-¿Y qué? Qué tal estoy?
¿Guapa?
-Muchísimo -respondo.
Pronto siento cierta
languidez en la zona de las caderas. Como si estuviera flotando en un líquido
denso. Cuando se lo digo, Sakura coge unos pañuelos de papel que tiene cerca de
la almohada y me conduce hacia la eyaculación. Eyaculo una y otra vez, con
fuerza. Poco después, ella va a la cocina, tira los pañuelos de papel y se lava
las manos con agua.
-Lo siento -me
disculpo.
-No pasa nada -me
tranquiliza ella ya de vuelta en la cama-....
Kafka en la orilla,
pág 121
Haruki Murakami
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