lunes, 17 de mayo de 2021

MAPAS E IMÁGENES


 


¿De dónde la viene al hombre su fascinación por el mapa? Posteriormente, o desde siempre, por su exactitud
(Italo Calvino. El viandante en el mapa. Colección de arena. Alianza tres, 1987) no obstante, José Lezama Lima nos ofrece una respuesta más aproximada a una verdad innecesaria: el horror vacui o miedo a quedarse sin imágenes. Y de modo parecido habla Kart Schlögel: Probablemente los mapas son la forma más importante que el ser humano se ha creado para escapar del horror vacui (En el espacio vemos el tiempo. Siruela 2007)

 

¿De dónde esa confianza en la exactitud del mapa? ¿No nos enseña Ulises lo errático, lo laberíntico que puede resultarnos el camino del retorno? Ir resulta fácil en la medida en que, allí donde lleguemos, no habrá nadie esperándonos; nadie para decirnos: “sí, ya has llegado, es aquí donde venías”. Volver, en cambio, se convierte en una empresa de grandes dificultades por solventar, si ya no se trata de seguir las precisas indicaciones del mapa que, sin quererlo ni saberlo, pura acción del “Adivinista” (Justo Navarro), hemos grabado sobre el suelo, sino de deshacer, de desinformarnos de esas indicaciones que nos trajeron a donde estamos inopinadamente. Acaso sea necesario convenir que la presunta exactitud del mapa traza, nada más, el viaje de la ida, pero que, para la vuelta, enfrentando el intricado retorno a lo conocido, no hay mapa que no sea el mapa de un dédalo irresoluble.    

 

¿Por qué ese miedo a quedarnos sin imágenes? ¿Acaso ignoramos lo que le sucediera a Narciso al verse reflejado [facultad que, hasta entonces, sólo les pertenecía a los dioses]? Fue la imagen lo que le perdió. Fue en la imagen donde se topó con el vacío, a cuya atracción ni supo ni quiso oponerse, resistirse, pues lo propio de la imagen es fijar el emplazamiento (tiempo y lugar), realizar la cita en la que hallamos la correspondencia con lo que somos. El modelo y su representación. Mitad todo y mitad nada, entremediados por la decisión fatal de dar, al respecto, con una salida que, no obstante, nos habrá de resultar por siempre indiferente, porque cuanto reste tras ella será un eco, sólo un eco.

 

Theodor Wiesengrund Adorno, en su Estética, apuntaba que el ciudadano medio –esto es: cualquiera– desea un arte voluptuoso y una vida ascética, y sería mejor lo contrario. Pero para que así sea, para llevar una vida voluptuosa, como supuestamente fue en el paraíso, y contar con un arte ascético –la representación de lo prohibido–, antes sería preciso decir que nos fascinan las imágenes por su exactitud, ya perdido el miedo a quedarnos sin el mapa.


viernes, 7 de mayo de 2021

MADRID

 

 

No hace tanto como se quisiera pensar para mejor alivio propio, Madrid era una ciudad de más de un millón de cadáveres, según las últimas estadísticas (Insomnio. Dámaso Alonso). El verso pasó la dura censura del momento porque nadie supo ver que la presumible metáfora era, en realidad, de una literalidad tan pasmosa como cruel, según el estado de la calle. Muertos de entierro y olvido y muertos en vida que se escondían por miedo a acabar como aquellos otros que ya abonaban la tierra infértil de las cunetas. Urgió, en consecuencia, ocupar de nuevo Madrid; llenar Madrid con gente de la misma ralea que la de quienes habían desbrozado las malas hierbas. Fue entonces cuando Madrid dejó de creerse la tumba del fascismo para transformarse, motu proprio, en su cuna y su niñera. Eran tropa ruidosa y peleona; personajes sacados del Género Chico: zarzuelas, sainetes, verbenas –tan de Madrid como los azucarillos y el aguardiente– que no dudaban en mostrarse agradecidos ante las migajas con que el Poder los regalaba a cambio de su adhesión incondicional, cada vez que volvieran a tocar a rebato con la musiquilla que sale de los bares abiertos.

A mayor abundancia de lo mismo, en los años de la Movid(it)a madrileña –la mayor embestida de un tal Tierno para unir a la fiesta de la Transcripción del nada más cataléptico franquismo (como el gitano Antón, no estaba muerto, estaba tomando cañas en la Pradera de San Isidro) a la cultura obediente: Hombres G, Mecano, Alaska y los Pegamoides, los hijos satisfechos de Majadahonda y no los hijos del agobio vallekano; centro y no periferias, alguno de La Luna, o en sus aledaños, pergeñó un eslogan muy prometedor: Madrid me mata. Tampoco en esta ocasión hubo quien captara lo literal de esta metáfora, cargada del humor negro de papá Summers, y de los réditos que el tiempo le iba a ir añadiendo hasta el día de hoy.

No veo a dónde quiero llegar. Todavía ando desorientado, navegando malamente entre los efectos de una vacunación incompleta y los efluvios fétidos resultantes del 4M (¿qué tendrá mayo para tanto alterar la piel de las conciencias?) Aparte de que tanta unanimidad me resulta bastante viciada (Ferlosio diría), sólo se me ocurre añadir para cubrir tanto desvarío, que alguna vez deberíamos empezar a mirar con la seriedad lo que no dejan de decirnos los poetas, sean de oficio o de afición. Tengan un buen sueño, que el día va a ser largo.