En la cueva del confín del
mundo se agazapaba una bestia fea
En la bestia, no obstante
lo fea que era, vivía un alma clara
En el alma clara (¡qué jolgorio!)
se hacía querer un dios irascible
En el dios irascible, un
día, creció la vanidad de un hombre a su semejanza
En el hombre, dios era
casi todo el hombre, quedó la nostalgia de la bestia abandonada
En la bestia, distinta
ahora que ya sufría, anidó poco a poco un engaño irreparable
En el fatal engaño cayeron
todos los seres menos la serpiente
La serpiente, a su vez,
engañó a la mujer con una fruta o un diamante
La mujer sedujo al hombre
con su cuerpo desnudo para entonces
El hombre ansió a la mujer
eternamente
Eternamente hay un hombre
que viste traje de miedo
El miedo es de tristeza y
negrura como una cueva
En el penetral de la cueva
vive ahora una fiera corrupia
En la bestia, otra vez ella misma, habita un alma
encarnecida
En la profundidad del alma maduran dios e imágenes
suyas
Las imágenes de dios confunden el corazón de los
hombres
Que por siempre se andan creyendo hombres nada menos
Que se andan creyendo hombres de los hombres ellos
mismos
Y que se toman muy en serio por las palabras mismas
de los hombres
Las únicas palabras de hombre que los hombres
alcanzan
Y he aquí el engaño que más les gusta:
Los hombres se confunden siempre con las imágenes de
los hombres
Y así no hay quien entre los hombres entienda nada
Cuando nada es lo único que suma el hombre
Cero más uno, uno, uno, uno uno, uno
Donde cero y nada no son sino imágenes que se gustan
Y uno es lo mismo cada vez pero vacío