sábado, 28 de septiembre de 2013

DE OTRO TIEMPO




Tú que no quieres lo que queremos
la ley preciosa do está el bien nuestro.
¡Trágala, trágala, trágala perro!
¡Trágala, trágala, trágala perro!
Tú de la panza mísero siervo
que la ley odias de tus abuelos.
porque en acíbar y lloro ha vuelto
tus gollerías y regodeos.
Tú que no quieres lo que queremos
la ley preciosa do está el bien nuestro.
¡Trágala, trágala, trágala perro!
¡Trágala, trágala, trágala perro!
Busca otros hombres, otro hemisferio,
busca cuitado déjanos quietos,
donde no sabe que a voz en cuello
mientras vivieres te cantaremos:
Tú que no quieres lo que queremos
la ley preciosa do está el bien nuestro.
¡Trágala, trágala, trágala perro!
¡Trágala, trágala, trágala perro!
Dicen que el «¡Trágala!» es insultante
pero no insulta más que al tunante.
Y mientras dure esta canalla
no cesaremos de decir ¡Trágala!'
¡Trágala, trágala, trágala perro!
¡Trágala, trágala, trágala perro!


(No sé, me apetecía el recuerdo)

LA TEMPESTAD






(primera versión de Onán)

El estruendo que siguió al estornudo del joven paticorto –que al andar arrastraba los testículos por el suelo y era como si arara- despertó de su siesta al Padre, cuyas prescripciones acerca del silencio que debía reinar en la Casa durante aquellas calurosas horas del mediodía, estaban inscritas a fuego en la mente –todavía en formación- del muchacho.

Luego –despeinado, con el semblante afeado y un aliento de fiera corrupia- contempló los mocos desparramados por el suelo de reluciente loseta catalana y su cólera aumentó como sube el mercurio del termómetro que las sores hospicianas siguen prefiriendo introducir en el recto de las criaturas a su cargo.

La criadita se subió la falda, hasta taparse el rostro, en un vano intento de esconder su vergüenza a los ojos del Padre. Pero dejó a la vista su vientre descubierto, que el joven, en su precipitoso refriado, no había terminado de sembrar.

Tú y yo tenemos que hablar –oyó que le decía el Padre y comprendió que tenía las horas contadas.


(segunda versión de Onán)

Merendaban. Hacía las seis de la tarde, los tres merendaban bajo la sombra chica del granado. Hoy no trajeron la mesa y las sillas plegables como los otros días. Pusieron el mantel ajedrezado en el suelo, sobre la yerba rala, y en lugar del té y los piononos, habían preferido para la ocasión: tortilla, jamón, queso y blanco vino. Comían en silencio, atentos al rumor del agua que corría entre las cañas de la linde del jardín. No obstante, de rato en rato uno de los tres se refería a la brisa fresca que empezaba a aliviar las horas y prometía una noche sosegada.

Las campanas de la cercana basílica del Perpetuo Socorro debían dar los cuartos, el tercero, pero el estruendo que alargó el estornudo del más joven de los tres que merendaban, sobrevoló por encima del repiqueteo y lo acalló.

Los mocos del muchacho cayeron de manera imprudente sobre el mantel. La Madre enseguida se interesó por si estaba a punto de resfriarse, asegurando que debían volver a entrar en Casa. El Padre, secretamente indignado, mas deseoso de no romper la armonía de la tarde, que pese a todo había sido una tarde feliz, le comentó al oído, para que la Madre no lo oyera a su vez:

Tú y yo tenemos que hablar. El Hijo supo al instante que tenía las horas contadas.

viernes, 27 de septiembre de 2013

BREVE




Dice Alberto Méndez (Los girasoles ciegos) que si el corazón pensara dejaría de latir. Suerte tenemos porque no lo hace. 
Me pregunto si no sería conveniente invertir los términos. O sea, que si la cabeza latiera dejaría de pensar. Y enseguida caigo en que la pregunta ya me da la respuesta. Desdicha tenemos de que esto tampoco llegue jamás a ocurrir.

jueves, 19 de septiembre de 2013

NOSTALGIAS



No hay espíritu objetivo porque hay espíritu santo, escribió el cubano Lezama embutido en su chaleco mozartiano. De manera –podemos asegurar- que todo es o Milagro o Metáfora. Y lo demás: historia, ruinas, el soleado desierto donde un incansable estilita todavía hoy se desgañita anunciándonos la buena nueva. Cualquier cosa, desde el vuelo de un pájaro hasta el rumor del agua llegado de ninguna parte, es una buena nueva para el estilita desnudo que reserva su único traje para el día del triunfo (en algunos casos, un uniforme; en otros, un mono de trabajo. Siempre: algo carnavalesco). Entretanto, la multitud que se ha ido agolpando en las lindes del desierto –como los estrategas disponen sobre los mapas- vive de Milagro. O de Metáfora. Un triste sueldo.

Porque en el escribir del orondo Lezama, hay una rotunda crítica de las condiciones objetivas que sólo viera el Comandante. No hay condiciones objetivas porque hay condiciones para la fiesta. Y lo demás: historia, ruinas, un cuento sin perdices para el final.

Escribe, por su parte, Santos Juliá (Madrid, 1931-1934. De la fiesta popular a la lucha de clases): La fiesta popular suprimió el tiempo y el espacio para cualquier iniciativa política que no fuera la proclamación de una República y, ante la sorpresa de todos, la República se instauró como resultado inmediato de un movimiento popular. Su ‘advenimiento’  fue posible por haber sido vivido como fiesta maravillosa por un sujeto colectivo ya desagregado en las naciones europeas pero todavía activo políticamente en España y, desde luego, en Madrid: el pueblo. Es el pueblo quien, con su fiesta, funda la República
A ver si aprendemos.

domingo, 15 de septiembre de 2013

EXCUSAS




Hoy me levanté de mal humor. Con dolor de cabeza, por la resaca, y unas irreprimibles ganas de orinar, lo cual ya son tener ganas, siendo, como son, puro envite de la voluntariedad. Tendré un día de dentista, pues. O de pagar facturas. O de encontrarme por la calle, rumbo a un bloody mary reparador: nunca le agradeceremos lo bastante a Fernand Petiot su invento; decía: encontrarme por la calle al amigo tostón al que le preguntas ¿cómo estás? y te lo cuenta con todo lujo de detalles. Por supuesto, me he negado a leer el periódico. El Barça no jugó bien. Le regalaron el partido, oí decir a un jodido madridista desconocedor de que su Real Madrid, luego, empataría, regalándonos dos puntos, que en la Liga ya suponen una buena herida. He hecho café para evitar que T. siga enfadada conmigo. No se imaginan cómo se las gasta T. si no encuentra el café hecho. No es una persona. Si alguna vez se han tropezado con un basilisco, sabrán lo que quiero decir. Pero, bueno, todos tenemos alguna manía, la cual mantenemos quizá con la intención equívoca de salvaguardar nuestro algo de independencia, ese poco de identidad que –así nos lo creemos- nos corresponde de nacimiento. Pero tras casi cuarenta años de matrimonio –y no sumo al tuntún-, si de algo estoy convencido, es de que, para vivir con alguien, lo mejor, lo más conveniente pasa por imitar sus vicios. Apoderarte de lo peor que tenga él o ella y hacerlo tuyo, pues dado que, quien más y quien menos, todos nos autoestimamos hasta lo irrazonable, esa es la mejor manera de sobrellevarlo. No sé si me explico. La verdad es que, aun cuando me he tomado un par de ibuprofenos (¡cómo echo de menos el optalidón!), no ando muy lúcido esta mañana. O sea, y por seguir con lo mismo, que si me he levantado de mal humor, no es, en realidad, porque ayer bebiera más de la cuenta –cosa siempre imposible-, sino porque trato de ponerme en el lugar de T. recién despierta y sin haberse tomado todavía el café que la devuelve a su estado natural. Porque, de suyo –y extremo que debo puntualizar en honor a la verdad-, T. es pura amabilidad, de modo que al verme tan enfadado como sea que la imito en uno de sus peores momentos, hará, al contrario, cuanto esté en sus manos para que se me pase el enfado, la rabieta. Lo cual está entre sus virtudes más apreciables, pero como queda implícito en lo que les contado anteriormente, las virtudes del otro no se deben remedar. Parecería una parodia, y eso en el mejor de los casos