(...)
.- Creo que sería muy
conveniente retardar el vacío al modo duchampiano.
.- ¡Me asombra!
.- Para que lo sepa, el
asombro constituye de por sí una de las más cabales respuestas al vacío. Asombrar(se)
–ahora que lo pienso- supone apropiarse de lo todavía informe con la intención,
no sé si malévola o equivoca, de entrar en su interior a oscuras, y una vez dentro, darle cuerpo visible,
táctil, sonoro, incluso oloroso. Pero esto no es sino la fútil pretensión del
artista, pese a servirle para ganarse con honra la vida. El artista se rapta de
sí mismo siempre que cree estar mirando y viendo lo invisible, tentando lo
intangible, oyendo lo inaudible, lo sordo, lo callado, incluso oliendo lo inodoro,
cuando en realidad no hace sino catar del aire que ya viene respirado por miles,
millones de retardadores descuidados y duchampianos sin conciencia. Así pues,
mi joven amigo, el asombro (que usted dice sentir) no es más que respirar de
prestado y de manera convulsiva, algo así como la tos. Todo cuando sigue a
continuación, qué quiere que le diga, eso de la obra de arte (cuya única
justificación sería la de aportar novedad –o adelantar el futuro- al presente)
me parece como Alicia en el país de las mercancías. Un texto fundacional, sí, pero al que, sólo por decoro, el reverendo
Dogson prefirió titular Alicia en el país de las maravillas. No obstante,
magnífica confusión la creada por el sr Carroll entre mercancía y maravilla,
pues es lo que da carta de naturaleza a las obras de arte.
.- Permítame decirle una
cosa, sr Dungam, antes de retomar nuestro asunto: No lo entiendo ni entiendo a
dónde me quiere llevar. ¿Podría concretar qué significa eso de retardar el
vacío al modo duchampiano?
.- Todos somos conscientes,
unos más y otros menos, es cierto, de que vamos a respirar una última vez.
¡Cuánto mejor si se retrasa! El mundo, a más de una esfera lo tenemos como una
espera que nos hace más llevadera la existencia. Por el contrario, armado de su
natural egotismo, el artista asombrado se mete de hoces en el vacío que, según
él mismo, le rodea y nos rodea. Una verdad a la medida de sus vanidosas
intenciones. El artista entiende que abre las puertas del “nuevo mundo” que ha
de esconderse en el vacío, puesto que, en su vesania no hospitalizable –sólo en
casos extremos- nada puede ser lo que es eternamente, ni siquiera el vacío. Todo
ha de acabar por mostrarse, también el vacío. Pero el hecho de repetirse –eso
reconocido como “el estilo del artista”- lo que de veras nos está mostrando es
que el artista, el Moisés de la modernidad, se queda, precisamente, a la
puerta, apoyado en el quicio, como
aquella hermosa mujer de la copla andaluza, mirando
encenderse la noche de mayo... ¿Comprende
ahora? Mayo, la primavera, la noche, el vacío...
.- No lo veo, sr Dungam,
pero sí sospecho que no contesta a mi pregunta principal. Y no és això, sr Dungam,
no és això.
.- No debería esperar tanto
de la argumentación. Mejor si sólo espera y no se impacienta. Ni tampoco se
preocupe por su ignorancia al respecto. La cosa es que el vacío seguirá ahí
donde sea que esté. Siempre a la misma distancia, en el horizonte. Precisamente
porque damos por bueno que el vació empieza allí donde está la línea del
horizonte, caminamos con seguridad hacía él. Sabedores de no alcanzarlo jamás.
Los que se precipitan enferman, como advierten en las cajetillas de tabaco las
autoridades sanitarias. Pues bien, deberían incluir esa misma sentencia en las
obras de arte. El arte mata. El arte perjudica seriamente la salud. El arte
provoca el envejecimiento de la piel. Y retenga esto que voy a decirle
enseguida: el arte es sólo piel; puro afuera. De modo que: el arte perjudica
seriamente al arte. Pero si solamente se diese este peligro, si el arte nada
más se auto-perjudicase con ánimo de liquidarse, como el macho de la mantis religiosa,
allá que se lo paguen los artistas. La cuestión es que también atañe a la salud
y la integridad de los suyos, los cuales somos todos, somos el resto. Acaso no sea
esa su intención, le voy a conceder, hoy me siento magnánimo, pero como, acto
seguido, sin dilación, con la misma bulla de los agentes del orden, aparecen
los argumentadores -a favor y en contra, eso no importa- con sus argumentos
fehacientes, lo que venimos a respirar “el resto”, es un humo reciclado, con
más dentro que fuera, con más intencionalidad que visibilidad. En no poca
medida desaparece el placer de degustar el arte para dejarnos sólo su
entendimiento. El argumento de la obra de arte es como esos aditivos que se le
echan al tabaco para así volverlo adictivo. Visto así, caigo de repente en
ello, quizá lo que se deba retrasar al modo duchampiano sea tanta palabrería
con la que algunos, los más conspicuos del colegio, quieren llenar el vacío al
que el arte, en un principio, pura teoría, debía enfrentarnos.
.- ¿Me estará diciendo que
no hay vida después del arte?
.- Eso sí que me lo deberías
argumentar, muchacho. Yo me limito a retardar el vacío al modo duchampiano.
.- ¿Sabe una cosa? Me está
poniendo de los nervios.
.- Suele ser así siempre. El
personal espera, pero espera [que ocurra] “algo” sin saber que el secreto de la
espera es la espera misma. El error deviene de llamar viaje (la vida es un
viaje) a lo que es espera, sencilla y calmada espera. Durante el viaje no cabe
sino contemplar el paisaje, pero sin la posibilidad de inmiscuirse en él. En
cambio, durante la espera da tiempo para hacer muchas cosas. Cosas improductivas,
claro, pero muy entretenidas y, a veces, hasta artísticas. Marcel Duchamp lo
supo y durante veinte años (no es nada) se retraso en dar lo que le estaba “siendo
dado”, étant donnés. La cascada es el final de la corriente, jamás la
pretensión del nadador. Y mucho menos su legado, la hazaña que lo inmortaliza. El
mundo del arte, dicen por ahí, se sorprendió, mucho y gratamente, al recibir el
último gran trabajo del artista vago más famoso de todos los tiempos. La conmoción
que alteró el argumento del quehacer mejor guardado entre los postreros argumentadores
del retardo al modo duchampiano, les impidió
reconocer ese último gesto, como de jugador de ajedrez, de abandonar la partida
antes de acabarla.