domingo, 27 de noviembre de 2016

(de una entrevista a Jacobo Dungam, fundador de la Sociología Fantástica, publicada en El diario de Noland, 19 de junio de 1936)




(...)
.- Creo que sería muy conveniente retardar el vacío al modo duchampiano.

.- ¡Me asombra!

.- Para que lo sepa, el asombro constituye de por sí una de las más cabales respuestas al vacío. Asombrar(se) –ahora que lo pienso- supone apropiarse de lo todavía informe con la intención, no sé si malévola o equivoca, de entrar en su interior a oscuras,  y una vez dentro, darle cuerpo visible, táctil, sonoro, incluso oloroso. Pero esto no es sino la fútil pretensión del artista, pese a servirle para ganarse con honra la vida. El artista se rapta de sí mismo siempre que cree estar mirando y viendo lo invisible, tentando lo intangible, oyendo lo inaudible, lo sordo, lo callado, incluso oliendo lo inodoro, cuando en realidad no hace sino catar del aire que ya viene respirado por miles, millones de retardadores descuidados y duchampianos sin conciencia. Así pues, mi joven amigo, el asombro (que usted dice sentir) no es más que respirar de prestado y de manera convulsiva, algo así como la tos. Todo cuando sigue a continuación, qué quiere que le diga, eso de la obra de arte (cuya única justificación sería la de aportar novedad –o adelantar el futuro- al presente) me parece como Alicia en el país de las mercancías. Un texto fundacional, sí,  pero al que, sólo por decoro, el reverendo Dogson prefirió titular Alicia en el país de las maravillas. No obstante, magnífica confusión la creada por el sr Carroll entre mercancía y maravilla, pues es lo que da carta de naturaleza a las obras de arte.

.- Permítame decirle una cosa, sr Dungam, antes de retomar nuestro asunto: No lo entiendo ni entiendo a dónde me quiere llevar. ¿Podría concretar qué significa eso de retardar el vacío al modo duchampiano?

.- Todos somos conscientes, unos más y otros menos, es cierto, de que vamos a respirar una última vez. ¡Cuánto mejor si se retrasa! El mundo, a más de una esfera lo tenemos como una espera que nos hace más llevadera la existencia. Por el contrario, armado de su natural egotismo, el artista asombrado se mete de hoces en el vacío que, según él mismo, le rodea y nos rodea. Una verdad a la medida de sus vanidosas intenciones. El artista entiende que abre las puertas del “nuevo mundo” que ha de esconderse en el vacío, puesto que, en su vesania no hospitalizable –sólo en casos extremos- nada puede ser lo que es eternamente, ni siquiera el vacío. Todo ha de acabar por mostrarse, también el vacío. Pero el hecho de repetirse –eso reconocido como “el estilo del artista”- lo que de veras nos está mostrando es que el artista, el Moisés de la modernidad, se queda, precisamente, a la puerta, apoyado en el quicio, como aquella hermosa mujer de la copla andaluza, mirando encenderse la noche de mayo...  ¿Comprende ahora? Mayo, la primavera, la noche, el vacío...

.- No lo veo, sr Dungam, pero sí sospecho que no contesta a mi pregunta principal. Y no és això, sr Dungam, no és això.

.- No debería esperar tanto de la argumentación. Mejor si sólo espera y no se impacienta. Ni tampoco se preocupe por su ignorancia al respecto. La cosa es que el vacío seguirá ahí donde sea que esté. Siempre a la misma distancia, en el horizonte. Precisamente porque damos por bueno que el vació empieza allí donde está la línea del horizonte, caminamos con seguridad hacía él. Sabedores de no alcanzarlo jamás. Los que se precipitan enferman, como advierten en las cajetillas de tabaco las autoridades sanitarias. Pues bien, deberían incluir esa misma sentencia en las obras de arte. El arte mata. El arte perjudica seriamente la salud. El arte provoca el envejecimiento de la piel. Y retenga esto que voy a decirle enseguida: el arte es sólo piel; puro afuera. De modo que: el arte perjudica seriamente al arte. Pero si solamente se diese este peligro, si el arte nada más se auto-perjudicase con ánimo de liquidarse, como el macho de la mantis religiosa, allá que se lo paguen los artistas. La cuestión es que también atañe a la salud y la integridad de los suyos, los cuales somos todos, somos el resto. Acaso no sea esa su intención, le voy a conceder, hoy me siento magnánimo, pero como, acto seguido, sin dilación, con la misma bulla de los agentes del orden, aparecen los argumentadores -a favor y en contra, eso no importa- con sus argumentos fehacientes, lo que venimos a respirar “el resto”, es un humo reciclado, con más dentro que fuera, con más intencionalidad que visibilidad. En no poca medida desaparece el placer de degustar el arte para dejarnos sólo su entendimiento. El argumento de la obra de arte es como esos aditivos que se le echan al tabaco para así volverlo adictivo. Visto así, caigo de repente en ello, quizá lo que se deba retrasar al modo duchampiano sea tanta palabrería con la que algunos, los más conspicuos del colegio, quieren llenar el vacío al que el arte, en un principio, pura teoría, debía enfrentarnos.

.- ¿Me estará diciendo que no hay vida después del arte?

.- Eso sí que me lo deberías argumentar, muchacho. Yo me limito a retardar el vacío al modo duchampiano.

.- ¿Sabe una cosa? Me está poniendo de los nervios.

.- Suele ser así siempre. El personal espera, pero espera [que ocurra] “algo” sin saber que el secreto de la espera es la espera misma. El error deviene de llamar viaje (la vida es un viaje) a lo que es espera, sencilla y calmada espera. Durante el viaje no cabe sino contemplar el paisaje, pero sin la posibilidad de inmiscuirse en él. En cambio, durante la espera da tiempo para hacer muchas cosas. Cosas improductivas, claro, pero muy entretenidas y, a veces, hasta artísticas. Marcel Duchamp lo supo y durante veinte años (no es nada) se retraso en dar lo que le estaba “siendo dado”, étant donnés. La cascada es el final de la corriente, jamás la pretensión del nadador. Y mucho menos su legado, la hazaña que lo inmortaliza. El mundo del arte, dicen por ahí, se sorprendió, mucho y gratamente, al recibir el último gran trabajo del artista vago más famoso de todos los tiempos. La conmoción que alteró el argumento del quehacer mejor guardado entre los postreros argumentadores del retardo al modo duchampiano,  les impidió reconocer ese último gesto, como de jugador de ajedrez, de abandonar la partida antes de acabarla.

viernes, 11 de noviembre de 2016

ACCIONES CON LAS QUE LLEGAR A TENTAR EL VACÍO





(a Emilio Gómez Barroso)

.* Contemplar el interior de un frigorífico cerrado.

.* Ceder el paso al entrar en un ascensor. Quedarse fuera mientras el ascensor sube. Nunca cuando baja, pues un ascensor en bajada es como un avión cayendo en picado.

.* Ante el miedo, asustarse. Ante el arrojo, envalentonarse.

.* La experiencia del vacío es un hecho solitario, como la inmaculada masturbación. En grupo ya resulta muy difícil encontrar la aguja entre la paja.

.* Exponer el tema del cual se va a habar y luego callar.

.* Permanecer al borde de la piscina. Tan recto, que ya te resulte imposible verte reflejado en el agua.

.* Negarse a estar en un selfie. Los selfies son la negación absoluta de la ausencia que siempre ha de estar presente en una fotografía.

.* La vida, la vida, la vida es.... cantaba Camarón cuando se vaciaba.

.* El contenido de una bolsa de chuches en las manos de un niño glotón.

.* Muy de madrugada, regresar a casa insatisfecho.

.* Evitar las preguntas.

.* El autobús “en tránsito” que nunca se detiene, ni a la ida ni a la vuelta.

.* Tanto te quiero,
    que incluso estando
    te echo de menos.

.* Hacer el nudo de la corbata de forma que siempre quede holgada.

.* Ese oscuro objeto del deseo.

.* Escuchar la música en silencio si de lo que se trata es de tentar el vacío interior.

.* Cuando termine la muerte,
    Si dicen a levantarse,
    A mi que no me despierten. (Manuel Alcántara)

.* Releer una novela de misterio.
A suivre....