lunes, 25 de junio de 2018

DONDE HAY PELO HAY ALEGRÍA (Contra el pensamiento)



El pensamiento se produce más tarde, una vez ha sido dicha la palabra… y como un insecto acosado por la lagartija –o la salamanquesa– criada por el hombre a escondidas y a fin de proteger su hogar [su razón], se encuentra a salvo de la muerte tras las muerte. La palabra, así está la cuestión, muere al entrar en contacto con el aire del exterior, un silencio. Para entonces, ni siquiera es ya un insecto, sino algo todavía más diminuto, un microbio. Alguien (sic) que sólo vive de contagiar su grave mal a otro. Los científicos tardan, pero terminan dando con la explicación de tan extraña vitalidad. La gente común, por su parte, simplemente se maravilla de que algo tan ridículo pueda estar en el origen del mal de los siglos: el habla, las hablas. Junto a sus terapias, que a fuer de anular los síntomas de un dolor arcano, mantienen al mal, la palabra, el bichito, en su omnímoda y omnipotente presencia ausente. La referencia.
En la palabra no está previsto el pensamiento. En el pensamiento la palabra pierde su donaire. Como cualquier hembra fértil, la palabra inquieta de forma permanente la ruda firmeza del pensamiento. Éste: un macho indubitable e incapaz de sobrepasar con la debida complacencia los hechos de su pírrica victoria sobre ella. Y es por ello, por su miedo al miedo, que el pensamiento no está en el hijo, del cual construye su relato. La ley.
Niño indistinto. Infanta sin sexo. Asepsia clínica. Pensada, transpuesta, la palabra queda para ser reconocida en su apellido (nunca decir adjetivo), tal y como –me viene el recuerdo– aquellas engurruñadas galletas que se pedían por su número. Un número en un orden numeral. Un punto en el recto pensamiento. Quien, macho imperturbable incluso en el curso de las celebraciones, inventa la sintaxis a efectos de que la palabra no se desmelene en el interior de la reata. Podría ocurrir –dios no lo quiera– que el pelo suelto de las palabras despeinadas germinase en tierra extraña y se transformara, al concurso de nada, en los rizomas de una planta salvaje. La anomalía.
Pero no siempre fue éste el estado de las cosas, su estado natural. Hubo un tiempo en el cual todavía se podía decir lo que no estaba dicho y las palabras concursaban en la industria, el ingenio que la ausencia de pensamiento consentía. Ocurrió que el montón de las palabras sueltas, como las basuras de un barrio humilde, creció y creció, se hizo tan imponente como la más imponente de las montañas; tan vasto como el más vasto de los océanos; tan majestuoso como la propia majestad que en su falta de pretensiones albergaba. La poesía
Que aún está vigente.