viernes, 28 de septiembre de 2018

JUAN HIDALGO EN LA TABACALERA



¡Y una polla! La distancia entre la vida y el arte, es la medida de una polla. La cuestión está en dirimir en qué estado debe encontrarse ese bendita polla entre la vida y el arte. Porque no queda claro si deberíamos escoger la distancia corta de una polla laxa o la distancia larga de una polla en su plenitud forzada. Porque me imagino que debe dar lo mismo. La labor de la polla en ese emparejamiento –que los buenos se emperran en calificar de contra natura: vayamos por partes, una cosa es la vida y otra cosa es el arte– depende de su flexibilidad. Encogida acerca, pero Estirada funde y funda, bien sabe dios que sí. Y además, que todo queda a expensas del desarrollo de las circunstancias. Si van de menos a más o de más a menos. Y lo extraordinario del caso, aunque no lo traía pensado ahora lo veo luciente, se encuentra en que, merced a esa flexibilidad con que la polla interviene en el asunto, ambas acciones, encogerse><estirarse, estirarse><encogerse, se dan en el interior espléndido de un Etcétera interminable. Esto, al menos, es lo que me parece que Juan Hidalgo nos deja como propina. Zaj –pero igual si lo decimos de él mismo, de Juan Hidalgo y de su vida y de su arte (sic)– es como un bar, la gente entra, sale, está; se toma una copa y deja una propina, la cual funciona como el Etcétera en el que resurge renovados la vida y el arte.



Theodor Wiesengrund Adorno se lamentaba en su Estética de que el ciudadano medio desee un arte voluptuoso y una vida ascética, cuando sería mejor lo contrario. Viendo está exposición de Juan Hidalgo en las salas descuidadas de La tabacalera, se puede gritar con pleno convencimiento ¡Y una polla! que la vida y el arte hayan de ir por separado. ¡cuánto mejor si no te enteras de en la casa de quien estás!

sábado, 22 de septiembre de 2018

LA TENTACIÓN


¿La necesidad es real? Aparte de cuatro cosillas, la necesidad no deja de presentarse como un constructo forzado por la decisión de ponerse en marcha tomada en un momento cualquiera, quizá demasiado a la ligera, sin recabar en las consecuencias. Hecho, por otra parte, muy normal en los seres humanos como característica de su condición de tales.

Tengo un amigo que nunca quiere ponerse a comer, sentarse a la mesa, porque, asegura y él sabrá, con tan poca cosa se le despierta un hambre canina y ya no puede dejar de comer. El buen bebedor sabe que la primera copa es el pistoletazo de salida de una larga y tediosa jornada apoyado en la barra de un bar abierto hasta las tantas, aunque sólo llegue a reconocerlo así atravesando la fase de resacoso arrepentimiento.

Bastaría, así pues, con no empezar, con no decidirse, para que la necesidad no se vuelva necesaria. Pero, te invitan. Te invitan a comer; te invitan a beber, y entonces se evapora toda la buena voluntad que traías al respecto.

No vives solo, eso es lo malo. Pero ¿por qué tiene la gente la imperiosa necesidad de invitarse unos a otros? Esta pregunta es lo que deberíamos plantearnos para intentar escapar con bienaventuranza del reino de la necesidad. Sien embargo, por fortuna añadida, aún no hemos dado con la respuesta por así evitarnos la necesidad, que surgiría de manera inmediata, de auto-inculparnos. En cambio, si pensamos en la invitación en tanto una necesidad real, una marca de fábrica, el sobrepeso de la culpa queda equitativamente repartido: El género humano es la Internacional

Es lo que llamo el salvoconducto de la tentación. Vivir tentados de continuo por todo cuanto fluye. Estar permanentemente a punto de caer en la tentación o resistirse a ella, como el pueblo judío resistió a los romanos en Masadá [no puedo evitar acordarme de John Zorn] Aunque este último proceder, resistirse, casi nunca nos parezca lo más oportuno por considerarlo de mala educación. Un gesto que se nos desaconsejó desde chiquitillos. Cunado dios quiso enseñarnos a no desobedecer y el diablo a ser amables con quien, con más modestia que dios, nos hace cn sus palabras un regalo. Claro que entre un mensaje de marcado carácter negativo: “Si me desobedecéis ps expulso de mi casa”, y otro positivo: “Si os venís conmigo, os acogeré en mi casa”, no hay donde elegir.

Entre la Palabra y la palabrería
Entre la Razón y la Poesía
Su majestad es-coja.

viernes, 21 de septiembre de 2018

RECORDANDO


Hurgando entre viejos papeles, ahora que en casa andamos de obras, encuentro este Manifiesto de Barcelona, 1974, inédito conforme a mi conocimiento, escrito a duo por Joan Margarit y Antonio González Haba. De Joan Margarit nada hay que añadir. De Antoni, que aparte de haber sido uno de mis grandes amigos, Valparaíso ediciones publicó, hace un par de años, su único y extraordinario poemario Puente de Hierro.




miércoles, 19 de septiembre de 2018

CONTEMPLAR Y ENTENDER


Lectura: la sensación repentina de entender lo que antes sólo era capaz de contemplar.



Muchos y hasta sensatos pensamientos se nos pueden ocurrir alrededor de esta proposición de Alberto Manguel. En primer lugar,  y conociendo a Alberto Manguel, que la lectura, el leer, vuela muy por encima de la contemplación, el contemplar, siempre demasiado desinteresado. Que para entender hay que leer necesaria y intencionadamente, aunque quisiera entender –yo también quiero entender lo que leo mientras lo escribo– que ese desnudar a las palabras sobre el papel, debe demorarse en sí mismo cuanto más nos sea posible obligarlo, tal como lo haría un viejo libertino con sus recuerdos (pienso en Henry Miller). Alargar, estirar al máximo la esperanzosa operación de desarropar lo escrito, para así, con la lentitud de un taxidermista ciego, conseguir alcanzar el entendimiento coincidiendo con el final de la lectura, la definitiva resolución del misterio que tanto nos atraía. E incluso aún diría más, al igual que Dupont le dice a Dupont, Hernández a Fernández en los tebeos de Tintín, aguardar a entender que lo hemos entendido un rato más (Espera ratito de oro, que quiero gozarte aquí, escribió Juan Ramón Jiménez), justo en el momento de olvidarnos de su procedencia y, simplemente, darlo por cosa sabida. Y por último, pero sólo por no secar la fuente, que si es irremediable asumir que el entender sucede al contemplar y lo sustituye, ocupando su entero lugar, a lo mejor no es sino que la lectura no estaba siendo la correcta. Ya veremos.



La cuestión es que encuentro la cita de Alberto Manguel demasiado determinista; condicionada en exceso por ese entender, un a priori sacado de no se sabe dónde, que actúa en la misma de término privilegiado y necesario frente al circunstancial y contingente contemplar, y entonces, ya me siento capaz de no tomarla del todo en serio. O mejor, me la tomo tan en serio, que siento la urgencia repentina de sacarle punta.



Entender no es un concepto unívoco. Caben tantas formas de entendimiento como entendedores haya. Y tampoco lo es contemplar. No se contempla lo mismo una puesta de sol en Caños de Meca que el cadáver de un chiquillo [demasiado moreno para ser nativo] tendido en la arena de la playa de Motril. En consecuencia, no está de más concluir, por ahora, al hilo, que los múltiples entendimientos posibles vienen determinados por los diferentes modos de contemplar, a su vez forzados por la naturaleza de los ‘objetos de’ contemplación. Así como que por ser la lectura una ‘operación en curso’, ¿opera aperta?, tanto si se trata de un libro como de un hecho vital, ésta puede interrumpirse –satisfactoriamente, conviene recalcarlo– en la mera contemplación. En ocasiones no hay necesidad de entender lo que se nos da a entender. Por ejemplo, leyendo un libro de imágenes, otro de pictogramas chinos, o la puesta de sol en Caños de Meca. Los tres pueden llegar a entenderse, tienen su explicación, pero, repito, no es necesario para conmoverse y salir de ahí más ‘enterados’ de lo que estábamos hasta el momento. Y otras veces porque quizá no nos convenga entender lo que de sobra entendemos. Por ejemplo, al leer un libro que nos cuestiona y puede llegar a cambiarnos la vida que tan a gusto llevamos simplemente con leer de ella, o al mirar el cuerpo roto del chiquillo extranjero que el mar arrojó en la playa de Motril. Lo más probable sea que, expuestos a tales ejemplos, renunciemos, incluso, a la contemplación. Hagamos como que no hemos visto.



En cualquier caso, la lectura sobrevive vuelta manía. No se aborrecen los libros por tropezar con un mal libro ni se rechaza la vida por un mal trago que ella misma nos hace pasar. Simplemente se gana distancia. Las palabras que leemos para entender las cosas y esas cosas que contemplamos todavía sin palabras, desde lejos, en la posición adecuada, el punto elevado desde donde los generales observan los pormenores de la batalla, gozan de la misma consistencia. Se funden y consuman en una misma acción, como, en realidad, todo lo que nos es ajeno, transformados para la ocasión en artistas o dioses.



Mas tampoco hay que ponerse tan trascendentales. Los dioses no existen y los artistas aún están por inventar. Probablemente habría ganado mucho este escrito, me habría expresado yo con mayor y más certero tino sobre cómo es que en ‘las lecturas’ contemplar y entender van de la mano, “agarraditos los dos”, aprovechando una observación sobre la observación que nos hace Rex Stout en La segunda confesión, una sencilla y cómoda novela de suspense:



Desde luego –nos señala Nero Wolfe, el gordo detective neoyorquino creado por Stout– no hubiese yo descubierto la mosca de no estar contemplando el lugar donde se había posado.

sábado, 15 de septiembre de 2018

LA AVENTURA DEL SABER



¿Quién será ese hombre de la gabardina?, se pregunta el hombre que está bajo la lluvia sin ninguna protección. Lo podría indagar, piensa. Seguirlo hasta su casa, si es que va a su casa, o hasta su lugar de trabajo, sin también trabaja por la tarde. Una vez allí, preguntarle al portero o a la recepcionista por su nombre y su condición alegando cualquier excusa. Pero opta por no hacer nada. Permanece bajo la lluvia, empapándose como una fina pasta inglesa en una taza de te caliente.


Por el momento sólo es capaz de envidiarlo. Desea su gabardina y su sombrero, pues olvidó incluir este detalle en la pregunta que se hacía. Mas si llegara, con no poco de casualidad, a saber su nombre, dónde vive, dónde trabaja, quizá estiraría sus pensamientos hasta incluir la intención de volver a por él al día siguiente. Y entonces iría armado; llevaría su pistola escondida, que, sin embargo, sacaría para amenazarlo:


Quiero tu gabardina. Quiero tu sombrero. ¡Que me los des!


E Instantes después, comprendería que el hombre de la gabardina no es otro sino él mismo, eternamente amenazado.

jueves, 13 de septiembre de 2018

VIDAS PARALELAS


PARALELAS DÍSCOLAS

La fotografía de un hombre caminando cabizbajo por el desierto,
Como si cargara sobre sus hombros el olvido pesado de adonde va.

El sol ya le quema en las sienes descubiertas. 
Tiene calambres. Siente sed. Le vence el hambre.
Mas… entre tantas maldades como lo acompañan,
no se detiene ni se derrumba por ello:
le mantiene la confianza en el alivio que le traerá la noche.


De súbito, una lágrima invisible
–de haberlo visto se la habría bebido-
      le vela los ojos.
Cree, entonces, estar como si estuviese mirando una película…


En la pantalla hay una casa con jardín y una piscina.
Los chiquillos chapotean las aguas.

Él se adentra en la casa. La recorre.
Sale y vuelve al jardín y a la piscina.
Se fija en los cuerpos de los niños que juegan allí.
Uno de ellos, detecta, es él mismo en su memoria.
Y esa casa es la casa de sus padres
en las afueras de la ciudad donde vivían todos.


Lo extraño,
cavila cuando la película se detiene por un fallo del proyector,
es que jamás tuvieron una casa con piscina en las afueras.

A las afueras iban a veces.
En junio. Por san Pedro y san Pablo.
Pero, lejos de la seguridad de las piscinas,
escogían las acequias de agua turbia que bajaban hasta el pantano.
Acequias sin  nombre propio.
Adecuadas para el nadar de las bichas aleladas
que a veces les rozaban las piernas como un calambre,
frío y pegajoso.

Fue en una de esas veces y en una de esas acequias de aguas negras
que perdió entre las algas del fondo una de sus zapatillas,
la del pie menos diestro.
Entre todos la buscaron para no encontrarla
con la llegada de la noche
y la prisa por volver.

Pero Padre no quiso regañarle y aguarles el día.
Y Madre fue todo el camino  de regreso a casa,
consolándole del supuesto dolor que le provocaba
pisar los adoquines con su pie descalzo.

martes, 11 de septiembre de 2018

EL JUICIO FINAL ES COSA DE LOS HOMBRES, ALLÁ SE LAS COMPONGAN






El día de la resurrección de las almas, se levantarán las mujeres por delante de los hombres.

Las mujeres se levantarán con el alba, y así fuese para ellas un día cualquiera, empezarán aireando la casa; luego saldrán a llevar a los niños al colegio y hacer la compra; y una vez de vuelta, aviarán la comida del día mientras escuchan la radio.

Entonces, sólo para entonces, se levantarán los hombres e irán como locos a dar sus falsos testimonios al dios de los hombres.