¡Y una polla! La distancia entre
la vida y el arte, es la medida de una polla. La cuestión está en dirimir en
qué estado debe encontrarse ese bendita polla entre la vida y el arte. Porque
no queda claro si deberíamos escoger la distancia corta de una polla laxa o la
distancia larga de una polla en su plenitud forzada. Porque me imagino que debe
dar lo mismo. La labor de la polla en ese emparejamiento –que los buenos se
emperran en calificar de contra natura: vayamos por partes, una cosa es la vida
y otra cosa es el arte– depende de su flexibilidad. Encogida acerca, pero
Estirada funde y funda, bien sabe dios que sí. Y además, que todo queda a
expensas del desarrollo de las circunstancias. Si van de menos a más o de más a
menos. Y lo extraordinario del caso, aunque no lo traía pensado ahora lo veo
luciente, se encuentra en que, merced a esa flexibilidad con que la polla
interviene en el asunto, ambas acciones, encogerse><estirarse,
estirarse><encogerse, se dan en el interior espléndido de un Etcétera
interminable. Esto, al menos, es lo que me parece que Juan Hidalgo nos deja
como propina. Zaj –pero igual si lo
decimos de él mismo, de Juan Hidalgo y de su vida y de su arte (sic)– es como un bar, la gente entra, sale, está;
se toma una copa y deja una propina, la cual funciona como el Etcétera en
el que resurge renovados la vida y el arte.
Theodor Wiesengrund Adorno se
lamentaba en su Estética de que el ciudadano medio desee un arte voluptuoso y
una vida ascética, cuando sería mejor lo contrario. Viendo está exposición de
Juan Hidalgo en las salas descuidadas de La tabacalera, se puede gritar con
pleno convencimiento ¡Y una polla! que la vida y el arte hayan de ir por
separado. ¡cuánto mejor si no te enteras de en la casa de quien estás!