¿La necesidad es real? Aparte
de cuatro cosillas, la necesidad no deja de presentarse como un constructo
forzado por la decisión de ponerse en marcha tomada en un momento cualquiera,
quizá demasiado a la ligera, sin recabar en las consecuencias. Hecho, por otra
parte, muy normal en los seres humanos como característica de su condición de
tales.
Tengo un amigo que nunca
quiere ponerse a comer, sentarse a la mesa, porque, asegura y él sabrá, con tan
poca cosa se le despierta un hambre canina y ya no puede dejar de comer. El
buen bebedor sabe que la primera copa es el pistoletazo de salida de una larga
y tediosa jornada apoyado en la barra de un bar abierto hasta las tantas,
aunque sólo llegue a reconocerlo así atravesando la fase de resacoso
arrepentimiento.
Bastaría, así pues, con no
empezar, con no decidirse, para que la necesidad no se vuelva necesaria. Pero,
te invitan. Te invitan a comer; te invitan a beber, y entonces se evapora toda
la buena voluntad que traías al respecto.
No vives solo, eso es lo malo.
Pero ¿por qué tiene la gente la imperiosa necesidad de invitarse unos a otros?
Esta pregunta es lo que deberíamos plantearnos para intentar escapar con bienaventuranza
del reino de la necesidad. Sien embargo, por fortuna añadida, aún no hemos dado
con la respuesta por así evitarnos la necesidad, que surgiría de manera
inmediata, de auto-inculparnos. En cambio, si pensamos en la invitación en
tanto una necesidad real, una marca de fábrica, el sobrepeso de la culpa queda
equitativamente repartido: El género
humano es la Internacional…
Es lo que llamo el salvoconducto
de la tentación. Vivir tentados de continuo por todo cuanto fluye. Estar
permanentemente a punto de caer en la tentación o resistirse a ella, como el
pueblo judío resistió a los romanos en Masadá [no puedo evitar acordarme de
John Zorn] Aunque este último proceder, resistirse, casi nunca nos parezca lo
más oportuno por considerarlo de mala educación. Un gesto que se nos
desaconsejó desde chiquitillos. Cunado dios quiso enseñarnos a no desobedecer y
el diablo a ser amables con quien, con más modestia que dios, nos hace cn sus
palabras un regalo. Claro que entre un mensaje de marcado carácter negativo: “Si
me desobedecéis ps expulso de mi casa”, y otro positivo: “Si os venís conmigo,
os acogeré en mi casa”, no hay donde elegir.
Entre la Palabra y la palabrería
Entre la Razón y la Poesía
Su majestad es-coja.
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