lunes, 26 de diciembre de 2016

EL VACÍO Y LA ANARQUÍA



Lo Invisible ocupa un lugar vacío

Durante años, esta rotunda sentencia de Ibrahim de Nola, discutidor converso que fuera a ratos tabernarios de Baruch de Espinosa, se conservó con los rasgos verdaderos de una profecía al darse por sentado (señales había) que “lo Invisible” –tendenciosamente escrito con la mayúscula inicial- hacía simple, clara y limpia alusión a dios mismo, a quien, en efecto, se habrá de ver un día, el último, estando en esto la promesa o la predicción redentora. Acto seguido entraba don Ibrahim a exponerle al lego novicio, al burdo catecúmeno, lo que a su vez significaba “un lugar vacío”, diciéndole, sin mucho apego a la razón, cómo resultaba ser el tal lugar el hombre; el hombre mientras todavía no se ha topado con dios ni ha sentido su Gracia ni ha aprovechado de su favor.

Pero el tiempo, inconstante, se superó a sí mismo, y de la escasa obra canónica del de Nola terminaría haciéndose una lectura malamente materialista en la cual se privilegiaba, grosso modo, el “lugar  vacío” en detrimento interesado de “lo Invisible”, asegurándose que lo primero en mirarse y verse era ese “lugar vacío”, y luego, y si acaso, “lo Invisible”, pues siendo no ver nada, por más de permitirle a la mirada adentrarse y entretenerse entre los vericuetos de un sueño o del mucho vino, se podía pensar estar viendo la invisibilidad en su prima y original condición de nada.

El primero en aprovechar tan original y poético planteamiento fue el judío alemán Walter Benjamin en su concepción iluminada del Ángel de la Historia. Ese ángel, sustituto del de la Guarda en lo cronológico, que por caminar de cara a la historia y de culo a su futuro, el futuro de la Historia, ve ruinas en el lugar vacío, sombras documentales de “lo Invisible” a su paso por el lugar.

Con todo, habrá que esperar a Buenaventura Durruti para que la tesis se verbalice en su plena materialidad: Las ruinas no nos dan miedo. Sabemos que no vamos a heredar nada más que ruinas, porque la burguesía tratará de arruinar el mundo en la última fase de su historia. Pero a nosotros no nos dan miedo las ruinas, porque llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones.

Y luego agregó: Ese mundo está creciendo en este instante. No sé a ustedes, pero a mí me da la impresión de que ya tarda demasiado. Así fuese que “lo Invisible” se viese ahora sustituido por “lo Indecible”, aquello que ni imaginarse puede, y así fuese también que, en nuestro tiempo, ni de cara ni de culo al pasado y al futuro, no más ¡Presentes! como los muertos, Lo indecible ocupa un lugar vacío. Anti-Anarquía de pensar que Antaño ya ocurrió aquí un hecho memorable. Pierde el tiempo quien aquí se detiene a esperar paciente su ocasión. (el poeta turco)

jueves, 22 de diciembre de 2016

EL ESTADO NATURAL DE LAS COSAS, INCLUSO




Dice José Luis Pardo acerca de la fuente/urinario de Marcel Duchamp: “No hay nada en ella que entender. (Estudios del malestar. Políticas de la autenticidad en las sociedades contemporáneas. Ed. Anagrama, Argumentos. Barcelona 2016) Si damos por válido este supuesto (sin pretender por ello agotar sus posibles y varias interpretaciones), cabe preguntarse enseguida: ¿Cuándo? ¿Cuándo, o mientras, la fuente era un sencillo y útil urinario o ahora que el urinario es una artística fuente? Es obvio que tanto la fuente como el urinario, el urinario y la fuente, permanecen al margen de este entretenimiento entre preguntas necias y respuestas sordas. Cualquiera los distingue a simple vista, sin necesidad de que al lado figure la impertinente cartela donde se detalla qué es lo que es “eso”; amén de a quién pertenece, que no falte esto último. [Y quizás estaría en la presencia de esa cartela al lado del objeto expuesto el primer y mejor indicio de la distinción entre la obra de arte y el objeto utilitario. Nótese, por ejemplo, su ausencia delatora junto a los extintores contra incendios que de rincón en rincón, así el arpa becqueriana, amojonan las paredes de cualquier Museo. Circunstancia, que no obstante su posible relevancia en un tema como éste que tratamos, dejamos para mejor ocasión.

De otro modo también podríamos tomar la dichosa “fuente” como un objeto andrógino –en el contexto ducassiano del encuentro fortuito [y a la espera de que André Breton lo recupere objetivo, “el azar objetivo”, para así justificar su demostrado amilanamiento frente a la amenazadora Nadja, la femme] de una máquina de coser (ella) y un paraguas (él) sobre una mesa de disección (la blanca pared del museo), pero que, para el caso nuestro, el “artista” lejos está de querer diseccionar- más maternal que paternal, en vista de cómo Duchamp lo culmina en (la) Fuente y esconde, con finura (finesse lo llama Pardo), el urinario. Con ser muy ocurrente, tampoco vamos a meternos en este aspecto de la cuestión. Bástenos con dejarlo caer y que sean, si así les place, los doctores de la capilla duchampista quienes se devanen los sesos en la elaboración minuciosa de la teoría concordante.

Puede verse, de hecho ni siquiera hemos intentado disimularlo, el nulo interés que nos provoca la artística fuente, cuanto menos nos urge servirnos del útil y siempre a propósito urinario. Es tarde ya para dejarse sorprender por cualquier gesto presuntamente iconoclasta, máxime si este gira alrededor de algo con tan mala imagen como el retrete. Ni la intención de Duchamp de subvertir el arte, ni su dudosa formalización ‘estética’ ofrecen plusvalía alguna a la cual agarrarse y, como consecuencia de ello, desear quedarse con ella para luego recolocarla en algún preferente del salón de casa en vez de arrojarla a la basura, lo que al parecer terminó haciendo Alfred Stieglitz, visto que Marcel Duchamp tampoco la reclamaba. Nuestra incursión en este asunto viene motivada por el hecho menor de que, pese a la desaparición del original, sin duda cargado de aura benjaminiana pese a todo, en los museos de arte contemporáneo abundan las copias y no son pocos los visitantes ocasionales de los mismos que con regularidad matemática se enfrentan a ellas ¿con qué ánimo? ¿El estético o el utilitario? ¿Le ganó, al fin, la vida al arte o las expectativas de la vida fueron atropelladas por las del arte? ¿Lo simbólico superó lo real o viceversa?

No podemos decir otra cosa que no sea: Estamos en ello. Seguimos en ello. Esperando el provenir pero el porvenir no llega (E. Morente). Amenazados tanto por las Autoridades sanitaria: El Arte obstruye las uretras, como por las Artísticas: Prohibido mear fuera del tiesto. Atrapados por igual en la ordinariez proletaria de la Fuente de don Marcelo, como en el exhibicionismo capitalista del retrete dorado de Maurizio Cattelan, por lo que a vivir se refiere: En la cercanía de los retretes, artistas y gente varia confundidos.

martes, 20 de diciembre de 2016

CONTEMPLACIÓN DEL VACÍO




Ni el océano, ni el sepulcro, ni la vulva dicen: Es suficiente. Pascal Quignard. Pequeños tratados.

El vacío ruso. En el vacío ruso se esconde un vacío menor. Y dentro de este vacío menor, un vacío aún menor. Y así sucesivamente, hasta llegar a que ya no cabe más vacío en el vacío. Por muy disminuido.

“La insoportable brevedad del ser”, como la escala de Jacob, apoya uno de sus extremos en la tierra y el otro en el vacío. El muchacho que ahora mismo recorre sus peldaños, sólo siente una gran fatiga que le impide reconocerse si subiendo o bajando. En el sueño de la mujer de Jacob la escala estaba tendida en el suelo. Las hierbas que crecían a su alrededor, pronto la ataron a la tierra con una maña feroz.

Maestro, ¿Qué es el vacío?
 La respuesta del Maestro fue todo menos complaciente.

Si el vacío fuese de fuego, lo apagaría el agua. Si el vacío fuese de agua, con un fuego se evaporaría.

Una larga o-vacio-n cerró el acuerdo.

El vacío arquitectónico. Las grandes obras de la Antigüedad, ayer no estaban.

El vacío escatológico. Aquel que lee en el retrete, se vacía por partida doble.

Sobre mi propio vacío. Nunca sentí la necesidad de escribir tanto sobre tan poco.

No mata más la bala que el vacío que abre.

El cuerpo queda vacío. El santo, traidor y cobarde, se le va al cielo.

Hay quienes le dan al cuerpo la categoría mínima de un continente vacío. Gente para la que follar es un gesto imperialista.

El imperialismo es un tigre de papel sobre un cuerpo vacío.

Eso de la botella medio llena o medio vacío también es como mirar el dedo de quien señala la luna y no ver la luna.

El vacío ecológico (para Elena). El alcalde de Lanjarón, provincia de Granada, al límite de Las Alpujarras, prohibió a sus convecinos morirse dentro del término municipal. El crudo problema al que se enfrentaba la  Corporación de pleno, era ganar vacío en el cementerio para las futuras generaciones.
Al despejar la incógnita, la ecuación queda vacía.

El vacío. Mar adentro.

Algunos pueblos antiguos confundieron el mar con el vacío, e indistintamente, se referían a él con uno u otro nombre. El mar, el vacío eran nombres que aterraban, antes, incluso, de que los nombraran.

(FOTOGRAFÍA DE PAM CUBERO)

domingo, 18 de diciembre de 2016

EJEMPLOS, QUE NO EJEMPLARES




Son incontables los autores sin obra: ¡Qué le vamos a hacer!                    Harald Szeemann estaba obsesionado con abrir el Museo de la Obsesiones. Cuando La Caixa d’estalvis le ofreció el capital necesario para financiar su proyecto, Harald Szeemann se vino abajo, como un castillo de España. Las obsesiones ilusionan en la espera.        Emilio Gómez Barroso nos cuenta en su libro Perros sueltos de un niño que no quería pegar los cromos en su álbum correspondiente. Quizá porque pensaba que al hacerlo los cromos que coleccionaba porque le gustaban, se transformarían en las feas lápidas de un cementerio infantil.             En una universidad remota de los Estados Unidos de Norteamérica, no recuerdo cuál, se conserva como oro en paño un archivo de originales literarios inéditos.                  El exceso de contaminación en las grandes ciudades amenaza con desmoronar los versos de Paul Celan: Dein aschenes Haar Sulamith  wir schaufeln ein Grab in den Lüften da liegt man nicht eng (tu cabello de ceniza Sulamita cavamos una fosa en el aire allí se reposa sin angostura.                       Los versos de Vicente Aleixandre: Cuando el agua se va, queda en los bordes.   Los versos de santa Teresa o de Juan de la Cruz, que en su atribución hay mucha controversia: Vivo sin vivir en mí.   Los versos de Antonio González Haba: Fuera todo esto de aquí.         Los versos de César Vallejo: Pero el cadáver, ¡Ay!, siguió muriendo.                  Y así sucesivamente, como en el Parchís: te como y me cuento veinte, para darlo todo por supuesto.              Menos lo principal, aquello que jamás veremos: el Vacío sobre el que se sustentan tales ejemplos y el Vacío que reclaman donde cumplirse al fin un día.                       Poesía después de Auschwitz.                 Tu cabello dorado Margarete                    Tu cabello de ceniza Sulamita.

viernes, 16 de diciembre de 2016

PERROS SUELTOS




¿A dónde van los perros cuando se sueltan? Pero lo que, según se dice, más amamos de los perros es su fidelidad. La imagen idónea es la de un perro a los pies de su amo. Lástima que sea como el estribillo de una canción azul/fascista: Yo tenía un camarada / entre todos el mejor. En cambio los gatos... Los gatos le gustaban hasta al maldito Baudelaire. Y nunca, que se sepa, ha habido un gato policía, ¡Ay! pobre doña María...

Sin duda me está hablando de los perros capitalinos, esos que cagan en bolsitas de plástico y los lavan con jabón de muchas pompas. Los perros de los que yo hablo –esto es, los perros de los que habla Emilio Gómez Barroso para ser exactos-, los perros de las afueras, los perros de los arrabales, de Madrid o de New York, de Calahonda o de Sant Cugat del Vallés, andan sueltos, callejeando de la mañana a la noche, como las crías escalabradas de la, ¡Ay!, pobre doña María.

¿Cómo recuerdan los perros? El qué no importa. También los perros guardan secretos, sólo que no escriben de ellos para no darle pistas a los fantasmas, a los siniestros, a los espectros. Porque si por algo sobreviven estos seres tan dudosamente espirituales pese a la mucha afición que provocan entre los vivos, es porque se arrogan el don de ajustar cuentas pendientes, el no perdonar las ofensas, el retrasar cuanto más el olvido, que no es otra cosa que el dejar de pensar en la muerte desde el primer día del resto de tu vida. Oblivio coronat memoriae opus. ¡Ay!, pobre doña María, muerta sin saber latines.

Y yo, que no Emilio Gómez Barroso, sin imaginar siquiera cómo recuerdan los perros. ¿A quién le importa? Pues le importa a Emilio G..., quien parece haber descubierto que los perros y los recuerdos son la misma cosa. Y así, una vez se ha puesto a escribir, bendita sea, se ha puesto, mejor, a soltar los perros o a airear los recuerdos. Sin cuidarse de que muerden. Quizá queriendo que nos muerdan. Procurando que cada página de su libro sea como apretar los dientes sobre la carne blanda del lector adormecido. Haciendo sangre con sus palabras-dientes. Hiriendo sin matar, pues todo ocurre de memoria, como cada noche le contaba al padre de sus crías, ¡Ay!, doña María.

Llegados aquí, llenas las calles de perros sueltos, no sé qué actitud conviene. Si armarse para la defensa. Si salir corriendo. Si dejarse morder hasta los tuétanos. Desde luego, leer estos Perros sueltos de Corazones blindados es un riesgo del que va a resultar difícil salir bien librado, la buena literatura tiene unas cosas.... Pero no leerlos, sería un crimen del que ni en mil años se olvidaría, ¡Ay!, la pobre doña María.

Emilio Gómez Barroso. Perros sueltos. Corazones blindados / Fulminantes 04. Granada, diciembre 2016