viernes, 31 de mayo de 2013

EL CUENTO SEMANAL –III




LA BIBLIOTECA DE LOS ANARQUISTAS

Sobre la mesita de noche, junto a la lamparilla y el paquete de cigarrillos Gitanne a medias, un mechero zippo y el vaso de agua entibiada, acompaña un libro cuyo título, aún hoy, le sigue provocando un vago desasosiego: La historia interminable.

jueves, 30 de mayo de 2013

COSAS QUE SE ME OCURREN ALREDEDOR DE LAS METÁFORAS




Las metáforas abren la comprensión y por ello que haya lugares donde se las conozcan y se las llame llaves del entendimiento. Mas las llaves tanto abren como cierran; descubren y destapan como encapotan y restañan llegado el caso, y en consecuencia, en otros lugares, quizá en regiones arcaicas donde la tradición perdura en toda su viveza antigua, se las tiene por las fieras guardianas del secreto: sibilas irreductibles.

Confía tu secreto a una metáfora –advierten allí los lugareños- y tú échale migas al olvido, duerme como un bendito la blanca placidez de tu desmemoria. No obstante, sucede en ocasiones que la práctica de esta recomendación absoluta trae consigo funestas consecuencias, pues con mayor frecuencia de la debida, la confianza en la ceguera interior de la metáfora acaba sepultando su original encargo bajo un manto de preciosos significantes, tras lo cual, y sin poder uno obrar para impedirlo, acaban mirándose a sí mismas verdades concretas y exactas como conceptos, mientras el mundo real o la cosa otra  que con celo tan desmedido escondían, retornan ilusiones, esperanzas sin cuerpo ni alma, pura chafalonía fundida en la feria terrenal de las vanidades.

El particular y privado universo de las metáforas –en realidad cada una de ellas se quiere sin dudarlo uno de aquellos- está regido por una estricta taxonomía capaz de mantener ordenadas las metáforas en razón de su preciosismo y rigurosidad, pese al decidido tenor personal que tales reservas ofrecen. En la parte más baja de la tabla, rozando el lastimoso suelo, se arrastran las metáforas de los poetas, culpables, casi por norma, de no mantener sus promesas hechas al calor de la desmesura. En lo más alto, casi rozando el alto cielo, nadan (sic) las llamadas metáforas de honor, osadas hasta prometerlo todo, como ya cabe todo en "el cuerpo de cristo" o en el "apártate, cuate, que ya nos viene la madrecita revolución" con que los católicos se rasgan la voz para rehuir cualquier atisbo de canibalismo y los atrabiliarios villistas de antaño y los zapatistas de ahora mismo arrastran a un público de natural calmoso y apocado que crece en el interior de las cantinas.

De las metáforas de los poetas, o metáforas poéticas, está dicho cuanto se puede decir, y entre ello sobra tanto como tanto de lo restante les basta y le sobra, pues es el caso que el entendimiento de cualquiera de ellas se realiza mediante la sustitución. Esto es, cada quien enfrentado a una metáfora poética la permuta por otra semejante y propia. Sin contenerse por el desacierto, haciendo caso omiso de las veracidades que puedan encerrar aquella y ésta. Tanto da, supone un poeta cuyo primer gusto es el mar, que sus pechos sean blancas gaviotas en la orilla de una playa abandonada, como, para otro enamorado de los oasis del interior seco, gacelas recortadas sobre un paisaje de doradas palmeras.

En cambio, de las metáforas de honor ¿qué sabemos? ¿Sabemos algo? ¿Lo que sabemos, poco o mucho, podemos decirlo en alta voz sin delatarnos?

Comprometer el honor significa comprometer lo más grande de uno mismo. Ahora bien, como en ningún momento decimos qué parte [parte concreta] de nosotros mismos comprometemos, si la cabeza, una mano o una pierna, el patrimonio familiar, la felicidad futura, raramente las metáforas de honor pasan de ser una apuesta que, llegado el caso, casi nadie se atreve a cobrar, a sabiendas de que con ello también perderían su honor al instante.

Se observa en el ajedrez, juego honroso donde los haya. Por ejemplo, en el hecho de que las camisetas de los peones no luzcan publicidad alguna, ni siquiera la de una causa noble y justa y por la cual en lugar de cobrar se paga. En que las torres no icen banderas del club correspondiente. En que los espectadores, además de la distancia, guarden un respetuoso silencio mientras dura la partida. En que la reina, pese a su íntimo deseo, no luzca lujo alguno y que los alfiles, a más de guardaespaldas –caballeros de entrega probada- de Su Señora, semejen reducidos bufones de una corte decadente. Pero, sobre todo, puede verse en el ajedrez como metáfora del honor en juego, la noble distinción de los contendientes cuando, al final, llegado el apesadumbrado momento del jaque mate, el rey victorioso no obliga al rey vencido a abandonar el tablero donde los dos eternizan sus cruzadas miradas.

Como si la cosa, en realidad, no fuese con ellos. Como si entre ellos reinase una profunda amistad que los hermana contra el falso destino de la frágil condición humana que, mientras tanto, ha estado perdiendo el tiempo en  vanas trifulcas que al cielo no complacen.
(no sé a qué viene, pero me gusta)

lunes, 27 de mayo de 2013

¡VIVA LA PEPA!




¿Se han percatado de la relativa escasez de chistes, chascarrillos, jocosidades, chuscadas sobre la crisis, Rajoy, el ministro de exteriores y hasta de la mismísima y rociera Fátima Báñez, quien se los merece ‘de coración’? Algo está cambiando en España, me asegura mi amigo el regeneracionista de toda la vida, muy satisfecho con ese nuevo y germánico semblante de los españoles del XXI. A mí, en cambio, tanta adustez me asusta; tanta seriedad me desasosiega, tanto cejijunto me desesperanza, no lo puedo evitar.

Hablando de los sacro-imperiales alemanes, su paisano George Grosz, destacaba, muy por encima de todas sus otras virtudes ‘empíricas’, la formalidad. Decía G.G.: son tan formales los alemanes, que cuando van a asaltar un tren, no se suben si antes no han sacado el billete. Y añadiría yo: los que sacaron billete de segunda asaltan los vagones de segunda, y los que pudieron pagárselos de primera, pues eso: toman por las armas el wagons lits; que por algo las masas son las masas y el Partido la vanguardia del proletariado, Vladimiro.

Ya hace falta creer en la Renfe. O, porque el chiste de Grosz también es una metáfora, ya vale la fe en el sistema. Seamos serios. Pase lo que pase durante el trayecto, lo importante es que el tren llegue a su destino. Que no se encabrite la máquina, el convoy se salga de los raíles y todo el sistema salte por los aires de una vez por todas.

La chanza, desde luego, no es ni siquiera aquello a lo que el pródigo Marx llamaba ‘acciones prerrevolucionarias inconscientes’. Como tampoco subirse al tren sin billete. Pero ayuda y, sobre todo, vale para seguir siendo unos descreídos en cualquier tipo de finalidad, de unidad de destino en lo universal, como lo quisiera el terrible José Antonio Primo, o de continuidad y permanencia de un crecimiento ilimitado, tan al gusto neoliberal como marxiano. ¡Qué le vamos a hacer!

Que las revoluciones en España tenían algo de Carnaval, ya lo sugiere hasta Prospero Merimée: Decían que había que destruir la tiranía y, en consecuencia, mataron al caballo del Capitán General de Madrid (Viajes a España). Pero bien estuvo. Como ya conocemos de los varios resultados de las otras revoluciones, las que llaman verdaderas, tampoco puede juzgarse muy severamente lo sucedido aquí entre los antiguos, aunque la cuenta la pagaran los caballos, quienes ninguna culpa tenían en ello. La cuestión, según lo cuentan, no sin alborozo, cuantos sobrevivieron para contarlo, no está en a dónde hubiésemos llegado de tomárselo en serio, pues vaya al tren a donde vaya, siempre nos llevará a ninguna parte: si es verdad que la tierra es redonda y darle la vuelta al mundo significa volver al lugar de origen, como ya lo pronosticara Lampedusa: que todo cambie para que todo siga igual, Amor mío. Lo importante, entonces, es el ‘mientras tanto’, el viaje en tren, asaltar el tren sin billete, reírse del revisor y de la pareja de guardia civiles que lo acompañan, y muy a considerar, apearse en marcha; bajarse del tren antes de que, por malo del demonio, sí que haya una estación término donde ya nos esperan los de siempre para devolvernos al lugar de siempre.

domingo, 26 de mayo de 2013

BANALIDADES DEL SECRETO




El secreto, refiriéndose al pasado, puede determinar el futuro o no, pero, como presente, su única función consiste en mantener el futuro hipotecado.

Discutir la noción elevada del secreto: En lo invisible es preciso distinguir, sin embargo, lo invisible de lo que está oculto. Existe lo visible que está oculto –una carta dentro de un sobre, por ejemplo, es lo visible oculto. Un ser desconocido en el fondo del mar, no es lo invisible, es lo visible oculto. René Magritte.

Aplicable a aquellas cosas cuyo conocimiento queda reducido a un número de personas, poniendo las mismas exquisito cuidado en que no trascienda más allá de ellas. De lo que convendría hablar, en consecuencia, es de esos cuidados y de las formas concretas que se emplear a efectos de ‘mantener el secreto’. La pobre doña María no sabe que su hijo está a sueldo de la policía.

Ante el secreto, como ante la cortesía, lo importante es no dejarse engañar.

Mentando el secreto guardado en cualquier cosa, se corre el riesgo de estar creando el secreto de la cosa en ese preciso momento.

La naturaleza del misterio, precisamente, destruye la curiosidad (Magritte). El psicoanálisis sólo permite interpretar aquello que ya es susceptible de interpretación. La interpretación hace el secreto.

Lo visible es sólo un ejemplo de lo real (Pazul Klee) opuesto al secreto poético: la metáfora.

Lo bello está hecho de un elemento eterno, invariable, cuya cantidad es excesivamente difícil de determinar, y un elemento relativo, circunstancial. Generalmente se confunde lo bello con el primer elemento, dejando el papel de maleza para el segundo (Baudelaire) Intercambiar bello por secreto y nada cambia.

Obligado a guardar un secreto, lo primero que hace es comunicar que tiene un secreto inconfesable. Por favor, no me pregunten por eso. De eso no puedo hablar.

¿Puede ser el secreto una forma ‘astuta’ de relacionarse con el otro? El otro como el objeto de la búsqueda. Un secreto que no pertenezca a nadie en concreto. El juego de las apariencias corteses: Kristeva.

A la construcción del secreto no asiste nadie, por lo que, seguidamente, ha de funcionar como una revelación. La garantía de la verdad de un  secreto es seguir siendo secreto.

El lugar es lo que el secreto miente.

Resulta más convincente creer en la existencia de un secreto que no creer en la existencia de nada anterior a nosotros mismos.

¿Te confieso un secreto para interesarte o para descargar mi conciencia?

Dios está más allá de las palabras (Steiner) y por tanto, no necesita de ellas ni para existir ni para dejar de existir (dios ha muerto pero nos queda la gramática, Nietzsche). El secreto no es más que la palabra, bajo la palabra, en el lugar de la palabra.

El secreto sustituye al milagro.

Steiner habla de la tendencia occidental a suponer posible meter toda la verdad en el lenguaje, sin embargo, recoge una excepción en la cumbre misma de la verdad, allí donde seguramente ésta coincide con dios o la razón o el poder….