La literatura (el arte) consiste en
dar por hecho que la verdad (mejor: la literalidad) se construye. Nunca está,
pero estará. No hay dios, pero lo habrá. No por su necesidad sino por su
nadería. Donde no hay nada (humano) está dios. Bakunin lo dice: dios no es otra cosa que el yo humano absolutamente vacío a fuerza de
abstracción o de eliminación de todo lo que es real y vivo. Lo invisible ocupa un lugar
vacío. De lo que no se puede hablar: callar. Más por callar no se nos indica
qué es aquello de lo que no se puede (debe) hablar. Así, hablemos mientras
tanto. Un dulce parloteo. Como el aire. Y para el pez el agua.
No hay territorio sin cartografía. Sin
embargo, los ojos presienten un horizonte más allá del horizonte. De ello se
habla casi siempre. Y así el Adivinista (Justo Navarro) que penetra en el
territorio todavía sin Mapa, le da confianza a sus pasos. Hace seguro el
camino. El camino, no la arribada.
Ninguna promesa se esconde en el silencio.
Son las palabras las que prometen el silencio. Si al llegar Ulises hubiera
gritado: ¡He vuelto!, todos lo habrían reconocido. Pero Ulises calla y sólo el
perro ladra. Porque el perro no piensa, mira.
Llegar y Callar guardan entre sí unas
grandes semejanzas. Blanco sobre blanco. Negro. Malevich firma sus lienzos a la espalda.
(Barón Rampante. Las funciones transversales de la Sociología fantástica)
(Barón Rampante. Las funciones transversales de la Sociología fantástica)
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