Cualquier
muchacho (muchachas pocas, acaso la gran Maruja Torres) de provincias que venía
a Madrid a estudiar Periodismo en la escuela del facha Emilio Romero,
memorizaba, nada más llegar, aquello de: el
medio es el mensaje. En su inglés natal McLuhan había escrito massage
(masaje), pero la animadversión patria hacia las cosas (Gibraltar, el té, los
Beatles, la minifalda, excepto el fútbol) de la pérfida Albión, trastocó los
términos, pues los tiempos no estaban para ahondar en tales sutilezas lingüísticas.
Al pan pan y al vino vino, y al queixo que se ve que es queixo, nadie entendía
por qué los franceses lo llamaban fromage.
La escuela de
periodismo del Romerito el facha fue la primera y sin duda marcó el rumbo de
cuantas otras se abrieron después. Y el error de aquellos muchachos –los
supongo, ahora, catetos bien intencionados, como Paco Umbral- quedó como la
natural divisa del periodismo español hasta hoy mismo: aunque hoy, aplicando al
caso la propiedad conmutativa de la suma, se opte, mejor, por el
mensaje es el medio, y el masaje asunto de señoritas tailandesas.
El hecho de
venir de un tiempo y de un país (Raimon) en el que la información constituía un
auténtico atentado a la Autoridad, sumado a la añoranza que los sucesivos
gobiernos presuntamente democráticos (cuestión de preposiciones: con franco vivíamos mejor; contra franco vivíamos mejor, Vázquez
Montalbán) parecen sentir por aquellos lugar y hora, quizá nos haya llevado a
dar por bueno que ‘estar al corriente’ de ‘los acontecimientos’ basta para
cambiar las cosas de forma reglada.
¿De veras?
¿Ciertamente se puede llegar a creer a pie juntillas que la información, el
mensaje, es el medio o la mecánica del cambio? Pues vamos dados. Nunca antes se
había visto tanta gente pegada al televisor, a la radio, al periódico gratis
del bar del desayuno –costumbre inveterada-, a la red; mirando y enterándose de
lo que pasa. Jamás se gozó de tanta información donde escoger y no tener donde
escoger, pues todo nos llega con la verdad de lo ya sucedido. Al cabo, hay que
volver al original y darle la razón a McLuham: los medios son el masaje que nos
devuelve a la conformidad. Tanta información es el arrullo que nos adormece y
nos tranquiliza la conciencia.
Estando los
nazis en París, el periodista Galtier-Boissière escribió: Colaboracionismo quiere decir: dame tu reloj y yo te daré la hora*.
No pretendo señalar, pero cada día ando más convencido de que los medios, en su
exceso, sirven para lo mismo. Nos dan la hora y, entretanto, colaboran en que, quien manda y nos ocupa, se adueñe de nuestro
reloj, con nuestro tiempo. Es lo malo, y le achacaremos el dicho a Guy Debord,
de vivir la Sociedad del Espectáculo.
*citado por
Alan Riding. Y siguió la fiesta. La vida cultura en el París ocupado por los
nazis.
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