Ayer sábado
andaba yo muy de mañana leyendo un breve texto de Giorgio Agamben sobre la
Menujá (la fiesta sabatina de los judíos. Me las prometía muy felices, pues
nada más empezar ya me pude enterar de que ‘no
es la obra de la creación sino el cese de toda obra el que ha sido declarado
sagrado’, circunstancia a la que siempre he tratado de ser fiel. Quiero
decir que desde muy temprana edad he preferido al no hacer al hacer. La
inoperancia (Menujá significa esto precisamente: en griego anápausis o
katápausis) a l productividad. La inacción a la acción. Y a lo que estamos,
leer a escribir.
Por lo tanto,
seguí la lectura muy satisfecho por haber encontrado, al fin, una confirmación
de mi experiencia, cuando, unas líneas más adelante, me encuentro con que la
Mishná enumera las treinta y nueve actividades (Malechot) de las cuales
abstenerse el sábado, pero, en realidad, coincidentes con ‘la esfera del trabajo y la actividad productiva en su totalidad’. Lo
apunto. Tomo cumplida nota. Y mientras escribo, quizá gracias a ello, de
repente me paraliza la duda. Porque entonces me pregunto si leer no será
también otro de esos melachot de los que alejarse en sábado, aun cuando no
venga referido como tal en la Mishná.
Incapaz de
responderme, trato de calmarme recuperando a Agamben y, es verdad, algo me
alivian sus palabras: ‘según la tradición
hebrea, en efecto, un acto de pura destrucción, que no tenga ninguna implicación
constructiva, no constituye melajá (acción dedicada a obtener un fin), no transgrede el descanso sabático’. De inmediato
cerré el libro (Desnudez es su título) y, como insinué al principio, esperé
hasta hoy para de nuevo recabar en el asunto y concluir, lo más cerca de la
razón posible, que en sábado nada de leer un ensayo de esos capaces de hacer
brotar pensamientos en la mente del lector. Mucho menos el periódico, pues los
pensamientos además serían malos. Si acaso, una novelita policiaca de esas en
las que el detective pone las cosas patas arriba, del revés, y provocan la
sensación (sólo la sensación) de estar viendo realizarse la justicia verdadera.
O leer de un libro de poemas. Por ejemplo, Juan Ramón Jiménez:
¡Espera, ratito de oro,
Que quiero gozarte allí;
Espera, ratito de oro,
Que quiero gozarte aquí!
Para que a eso
del mediodía, a la hora precisa de echarse la siesta del cura, decir con Ibn
Gabirol:
Alza, amado,
¿qué te pasa que estás somnoliento y dormido?
Álzate y bebe un poco del vino rojizo.
En fin,
cualquier cosa que no trasude eternidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario