viernes, 30 de mayo de 2014

LA AVARICIA ROMPE EL SACO



Lo sugiere Carlos Marx Snoopy: [bajo el capitalismo] cuanto menos comas, bebas o leas libros, cuanto menos vayas al teatro, a bailar, a casas públicas, cuanto menos pienses, ames, teorices, cantes, pintes, etcétera, más ahorras –y mayor se hace tu tesoro que ni las polillas ni el polvo podrán devorar- mayor es tu capital (...) Todas las pasiones y toda actividad deben así quedar así sumergidas en la avaricia.[1]y no hallo razón para, por mi parte, llevarle la contraria, aunque sus palabras me parezcan las de la Gran Madre Blanca advirtiéndole a sus niñas: Niñas no os abráis antes de casaros, mirad que los hombres son malos y las flores se marchitan en un pis pas. Pues bien, con lo mismo amenaza Juan Manuel Naredo en ese oportuno panfleto que es La abstención como protesta: absteneos. Conviene renunciar al placer inmediato y así seguir, avariciosamente, regando la planta con la contención, pues el deseo retenido  hace a la flor más hermosa si es que al final le alcanza su mayo.

Resulta difícil decidir cuándo es el momento. El ciclo de las circunstancias y el ciclo del sujeto rara vez se ponen de acuerdo. O hay precipitación o hay retardo, y en ambos extremos suele devenir la deflagración, una combustión sin llama que no prende el exterior. Pero: ¡qué contentos se queman los de dentro! George Bataille comparaba el orgasmo con los avatares de la muerte. Se inclinaba por creer que, como en las corridas de toros (véase la Historia del ojo, sobre todo si la encuentran ilustrada por Miches Leiris), los espasmos del bicho moribundo y las convulsiones orgiásticas del ‘mataor’ se confunden como en un fin de fiesta deconstruido. Yo, la verdad, nunca he llegado tan lejos, y eso que lo hemos intentado. Pero siempre he tenido claro que si, por casualidad, alguna vez estoy ‘a puntito de...’, para luego, ocurra lo que ocurra, respondería como el poeta Manuel Alcántara:

                                   Cuando termine la muerte,
                                   Si dicen a levantarte,
                                   A mí que no me despierten

A propósito, todo esto viene a cuento de si había o no había razones objetivas para que el Podemos se convirtiera, burla burlando, en Pudimos y, ¡hala!, a disfrutar de los quince minutos de gloria que a cada cual nos corresponden, según el popísimo Andy Warhol. De si la victoria (?) de Podemos va a significar algún cambio cualitativo o va a servir de vacuna al Sistema, cuya mayor virtud (la virtud capitalista por excelencia) consiste en su capacidad de comprarlo todo. De si hay que seguir confiando en la Historia o aprender a vivir fuera del Tiempo.

Prosper Merimee cuenta de uno de sus románticos viajes a España, que habiendo estallado la Revolución, los más exaltados corrieron a palacio en busca del capitán general. Como no lo encontraron, decidieron fusilar a su caballo. No era eso, ciertamente, más no poco satisface ver que el capitán general llega tarde al trabajo porque ahora ha de ir andando y escondiéndose.



[1] Manuscritos de Economía y Filosofía. Lo tomo, no obstante, de Donald Drew Egbert, El arte y la izquierda en Europa. Ed. Gustavo Gili, libro mucho más llevadero.

martes, 27 de mayo de 2014

DON BENDITO Y DON MALICIOSO



Hoy hay en la gente mucho alboroto, don Bendito, por el resultado de las elecciones de anteayer, y más le valdría a esa misma gente, luego de cumplir con la resaca de rigor, sentarse a leer el artículo que ese mismo domingo echaba en El País el siempre inoportuno Rafael Sánchez Ferlosio. Porque, me digo yo, se alegra esa inmensa mayoría (¡pobre Blas de Otero!) de estar dando al traste con el bipartidismo (del psoe y del pp, que no del abstracto), lo cual, además de estar aún por ver, mis pocas luces no entienden que esa pueda ser la solución a nada de lo que verdaderamente importa. Y es que, don Bendito, el mundo siempre ha estado partido en dos. De un lado tú y los tuyos y de otro el enemigo, siempre uno y a quien no cabe sino aniquilar por completo: Uno tiene el deber, por propia dignidad, de ver destruidos a sus enemigos, decía John le Carré. Fue el último pensamiento de cristo, que pasa por ser el más justo de los hombres, y lo dijo: el buen ladrón estará mañana conmigo en mi reino; el mal ladrón se pudrirá para siempre en los infiernos. Pero más me parce a mí que ni siquiera entonces los ladrones tuvieron claro quién era el bueno y el malo, así que, don Bendito, empezaron a entenderse entre ellos con el sólo afán de confundir a quien debía sentenciarlos. Y mire usted si ha tardado en salir de su atontamiento, que hasta anteayer mismo, según lo cuentan, no echó a pasar de los dichosos ladrones ni de cristo que los fundara. Aunque usted mismo, don Bendito, podrá decirme si el tenor de los hechos da para tomárselos en serio o si no será, tal y como yo preferiría no verlo, que ahora serán muchos más los invitados al convite único de los ladrones. Se me ocurre, don Bendito, una provechosa comparanza. Ya sabrá usted que al comienzo de nuestra última guerra, los anarquistas -¡qué gente!- se pusieron a lo suyo, como era hacer la revolución sin ningún miramiento. Se hicieron con los primeros días y, como no podía ser menos dada su mala ralea, quisieron ir a por todas. Fue entonces que los llamaron al Gobierno y, sus motivos tendrían, es tarde para andarse con juicios, allí acudieron, quizás hasta ilusionados, aplazando la revolución hasta más tarde, ¡claro! Qué hubiese sucedido si los confiados anarquistas (cuatro gatos) no cayeran, como si cayeron, en el oropel del Poder, nunca lo sabremos. Lo que en cambio si conocemos, don Bendito, es la intención que mascaban los que los llamaban con tanto ahínco: que no contaran. Así de sencillo, don Bendito.

Será, don Malicioso, que haya que acabar, de una vez por todas, con el sistema existente, y hasta con cualquier otro, y no conformarse nunca con abolir sus representaciones. Se lo digo así porque de usted no temo que me llame sentencioso. Aunque tampoco haría mal si, por unos días, abandonara ese vicio suyo de andar como la tal Casandra anunciando siempre lo peor.

lunes, 26 de mayo de 2014

TOUT VA BIEN




A excepción de la Valenciano -cómo me recuerda a la estanquera de Vallecas  al cadáver de César Vallejo: acudieron cien, mil compañeros, pero el cadáver, ¡ay!, siguió muriendo-, los candidatos a las elecciones de ayer domingo, me parece a mí, debieron enterarse del resultado del escrutinio mientras, en la soledad de esa noche sin luna, manoseaban su escogido manual de autoayuda. Esos libritos que colaboran en hacerte soportable la existencia, venga como vengan, pues por mucho que algunos se empeñen en decirnos lo contrario, un libro jamás logra cambiarte la vida, a no ser que con él ganes el amañado Planeta.

También olímpicamente se lo tomaron. Esto es, reconociendo, con la humildad que les caracteriza, que lo importante, en cualquier caso, es participar, si, como al personaje enunciado por Andy Warhol, esos minutillos que a posteriori les dan las televisiones, son una clara señal de que esa noche la victoria, en zapatillas nike, lleva sus rostros. Y eso, antes incluso de beber y apurar la copas de champán, aunque, a la vista quede, la situación presenta ya los síntomas característicos de la borrachera: negación de la evidencia (¡Hemos ganao!), exaltación de la amistad (¡Gracias, ciudadanos!) y cantos regionales (desde el viva españa els segadors euzko gudariak catro vellos mariñeiros a la internación light.

Por supuesto no trato de aguarle la fiesta a nadie. Como enseñan los referidos manuales de autoayuda o del más campechano hacerse la paja, la felicidad bien puede consistir en superar las propias y prudentes expectativas. Demostrarte que poder podías. Albert Camus, que era un adelantado de esta psicología pret a porter que nos mantiene erectos, ya lo dijo: Lo importante no es curarse, sino aprender a vivir con los propios males. Lo cual me da a entender –a mí, que seguramente lo entienda todo al revés- que, a lo mejor, sólo se trataba de eso y pero entrar en el club de los elegidos, donde las penas con pan son menos. Y al respecto, todos, todos los que ayer veía en la televisión, felices y contentos como los chiquillos que no saben que los caramelos sólo las brujas y los pervertidos los dan gratis, pensaba que, por eso, por salir en la tele, lo habían logrado. Ganar sus erecciones (sic).

Poco importa, entre tanta alegría desbordada, que más del cincuenta por ciento de la población no se haya sentido invitado. Ni que, parafraseando al Graham Greene de El factor humano, el no votar bien que pueda significar fidelidad a otra causa. Que si no en mi hambre, pues me la provocan, si en mi muerte: mando yo. ¡O por qué si no te crees que no te atienden en Urgencias!