viernes, 28 de marzo de 2014

DRAGÓ EL ESTILITA



Cuenta Miguel Gila en sus Memorias de un exilio una escena de guerra (civil española). estábamos atascados en una trinchera del Frente de Madrid cuando aún regía (palabra que no debería usar) el NO PASARÁN, y claro, no pasaban ellos ni nos dejaban salir a nosotros y la cosa no parecía tener remedio. Nuestra bandera tricolor ondeaba durante el día. Mas no faltaba noche en que el enemigo no se acercara hasta nosotros y, aprovechándose de la oscuridad, nos la robara. Hartos ya de tan inquinosa artimaña, una de esas noches, la última, hice antes de vientre y con el resultado unté el mástil, poniendo mucho cuidado de no mancharme las manos ni el uniforme. Luego hicimos como si nada; esto es, nos echamos a dormir de falso, un ojo abierto y el otro guiñado, para así no perdernos lo que podía pasar. Y lo que pasó fue que, a la hora acostumbrada, de donde estaba la bandera nos llegó un grito que nos heló las entrañas:

¡Hijos de Puta!

Algo así le ha debido pasar a Fernandito el Estilita, que alguien, si no él mismo, se ha llenado la columna de mierda y ya no puede apearse. Mira tú que salir ahora, con la que está cayendo, con alabanzas a mademoiselle Le Pen. Y yo aún diría más, me dice Dupont señalando con el dedo índice la nada, mira tú que salir con eso de que el fascismo es cada vez más el sentido común. ¡Vaya forma de entrar en la historia mágica de España!

Pero si no le falta razón, nos recrimina el Chino donde compro el pan y me encuentro con Francisco Umbral.

Jodío Chino, le contesto. Hoy no te perdono los cinco céntimos de sobra.

El Chino me mira de forma panorámica, sonríe y se guarda el cambio. Y es que entre chinos que no entiende su lengua / el filósofo europeo podría confundirse / con un tonto o un animal vago. (Gonçalo M Tavares. Un viaje a la India)

jueves, 27 de marzo de 2014

LO GOTÍCO



¡Qué suerte la de los muertos! que no se mueren.

La sabiduría del viejo Roussel –Raymond Roussel, como Bon, James Bond, una broma pesada- asombra al mundo entero. De Algeciras a Estambul y desde Buenos Aires a Singapur, vienen gente de distinta condición –morenos, de pelo rubio y pelirrojos, por abreviar- a consultar al viejo Roussel por el asunto que les concierne. A todos y a cada uno responde el viejo Roussel con grande acierto, pues tal es su fama, que nadie se lo discute.

cervecería Santa Ana
El viejo Roussel vive en la cima inaccesible que hay cogiendo de la carretera del mar. La montaña es fácil encontrarla. No tiene pérdida. De un modo que los ingenieros no pudieron solventar, irrumpe repentinamente en la carretera de la playa. Y de paso, obliga a dar un interminable, incluso a aquellos que llevan el bañador puesto. Algunos los intentan, más no tardan ni poco ni mucho ni tampoco lo suficiente, en terminar agotados. Entonces es cuando exclaman:

¡Ah!, qué grande ha de ser la sabiduría del viejo Roussel que así se interpone en nuestro camino.

Suben, pues, a la montaña como quien va a por agua. Arriba les espera el viejo Roussel como los del campo esperan que caiga el agua: sin esperanza. En consecuencia, el encuentro surge en cualquier lugar y momento, y ahí están, frente a frente, el viejo Roussel y aquel que lo buscaba.

Maestro, ¡qué suerte la mía!, se alboroza el montañero, que por subir la montaña en bañador, lleva todo el cuerpo malherido.

¡Qué suerte la de los muertos! que no se mueren, le contesta el viejo Roussel, a quien ya nada le extraña.

Un aire fresco los envuelve. Se reanima el que por subir cuesta arriba la montaña, se asfixiaba. Y en todo esto que les cuento, no hay que ver si no lo contento que ahora baja.

martes, 25 de marzo de 2014

LA IDENTIFICACIÓN



Cuando me fui, Padre no se conformó con pedirme las llaves de la casa que hasta entonces había sido mi casa, cambió la cerradura.

Tardé meses en volver. Me costaba llamar al timbre. Esperar, como un náufrago, a que me recogieran. Mas no sin antes identificarme.

Soy yo, le informaba a un agujero abierto en la pared.

Todo el mundo es yo, me respondía la voz de Padre sin rostro al que apelar.

Detrás de cada puerta cerrada, siempre hay un dios inmisericorde.

sábado, 22 de marzo de 2014

LA TRANSFORMACIÓN




Supongo que si Gregorio Samsa hubiese sospechado algo, esa noche no se habría acostado ni se habría quedado dormido. Aunque, pensándolo bien, ya no distingo si habría sido peor. Ver cómo te vas convirtiendo en un repugnante insecto debe causar más dolor que despertarte cuando lo eres por completo y no te acuerdas de nada. De cómo ni por qué has acabado así.

viernes, 21 de marzo de 2014

APOCALIPSIS A LA VUELTA DE LA ESQUINA



El número de ángeles es finito y constante. Hay, pese a ello, ángeles interinos ocupados en labores menores, como la distribución de octavillas con los cánticos al señor, renovados a diario, pues no falta día en que no muera un poeta y un músico en algún lugar del universo. Esta interinidad angelical de los cadáveres más hermosos y puros, escogidos preferentemente entre los jóvenes que caen en las guerras y en los accidentes de tráfico, es lo que permite a los ángeles de carrera seguir dedicándose a la guarda y custodia de los humanos.

Venía previsto desde su fundación, que cada humano dispusiera en vida de su ángel de la guarda, y la paridad se mantuvo a lo largo de los siglos. Si la población terrestre crecía de forma inopinada, bastaba un ligero ajuste –una pandemia, una contienda generalizada, la proclamación de una nueva ortodoxia que excluía del beneficio del ángel de la guarda a etnias enteras- para restablecer el debido equilibrio. Pero, en la actualidad, la situación parece complicarse y a ser alarmante. Los humanos se multiplican sin cesar y a su costa, y por el contrario, el número de ángeles permanece inalterable.

Como los ángeles poseen el magnífico don de la ubicuidad, la factibilidad de estar en varios sitios a la vez sin por ello verse mermados en sus facultades, en principio el problema se creyó solucionado al eliminar la exclusividad. Se pasó de un ángel de la guarda y su pupilo, a un ángel y su cuadrilla. Eso bastó unos años, pues, además, los ángeles podían delegar. Una vez formalizada la cuadrilla, establecían un escalafón de méritos y así, el que más arriba estaba se encargaba de la guía directa de su inmediato inferior, quien a su vez... etcétera. No era todo lo indicado que se debía, pero sí suficiente. Los humanos son tan influenciables. Como el pan, que lo mismo le da contagiarse del sabor, el aroma y la textura del caviar, la mermelada, un paté de oca o las escurridizas cremas de cacahuete y la nocilla.

Mas la población, ¡Ay!, siguió creciendo de manera harto desmesurada y ya amenaza con desbordarse, como las aguas en primavera. Algo con lo que dios no contaba y que está creando un profundo malestar en la plantilla celestial. Un ángel a cargo de mil, dos mil, tres mil terrestres, resulta del todo ineficaz. Mil, dos mil, tres mil terrestres malamente atendidos por su ángel, constituyen, sin duda alguna, un grave riesgo para los demás. Razones, pues, para vivir alarmados, temiéndonos lo peor, no faltan.

En las octavillas que, de uno y otro lado, reparten los ángeles menores y los humanos más viejos, puede leerse la última canción que se ha de escuchar antes del fin del mundo:

Y si el cielo se encuentra nublado,
no se ve relucir una estrella
los motivos del trueno y el rayo
vaticinan segura tormenta.

Y son, y son unos fanfarrones...