domingo, 16 de marzo de 2014

LA CAUSA REPUBLICANA




Iba distraído. Callejeaba. Hacía mi tiempo de no ir a ninguna parte. Probablemente, esperaba que el semáforo me diera paso. En eso, alguien se me acercó por la espalda y le oí preguntarme: “Perdón. ¿Me podría indicar dónde queda la calle Buen Suceso?” Continué con la cabeza gacha. Miraba el suelo. Los hombrecillos de los semáforos siempre me han causado un pavor grande por la autoridad que representan. Pero sí. Sí podía indicarle al desconocido cómo llegar a Buen Suceso. Yo mismo vivía allí, en el número 9. Nada más acabar la Guerra, mi padre se hizo con todo el edificio, que, no mucho antes, pertenecía a un enemigo, fusilado, y a su familia, su mujer y dos chiquillos que aún tardarían bastante en comprender por qué los expulsaban de su casa y los obligaban a marcharse lejos, tan lejos como está Barcelona de aquí. Pero permanecí en silencio. Sólo cuando el semáforo nos abrió el camino, pude pronunciar:  “Sígame”, y lo conduje hasta mi calle, mi casa, y una vez en el portal, saqué las llaves del bolsillo y se las entregué. No nos hablamos. Entre nosotros no hacía falta. Era mi padre quien le debía una explicación.

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