Cuenta
Miguel Gila en sus Memorias de un exilio una escena de guerra (civil española).
estábamos atascados en una trinchera del Frente de Madrid cuando aún regía
(palabra que no debería usar) el NO PASARÁN, y claro, no pasaban ellos ni nos
dejaban salir a nosotros y la cosa no parecía tener remedio. Nuestra bandera
tricolor ondeaba durante el día. Mas no faltaba noche en que el enemigo no se
acercara hasta nosotros y, aprovechándose de la oscuridad, nos la robara.
Hartos ya de tan inquinosa artimaña, una de esas noches, la última, hice antes
de vientre y con el resultado unté el mástil, poniendo mucho cuidado de no
mancharme las manos ni el uniforme. Luego hicimos como si nada; esto es, nos
echamos a dormir de falso, un ojo abierto y el otro guiñado, para así no
perdernos lo que podía pasar. Y lo que pasó fue que, a la hora acostumbrada, de
donde estaba la bandera nos llegó un grito que nos heló las entrañas:
¡Hijos
de Puta!
Algo
así le ha debido pasar a Fernandito el Estilita, que alguien, si no él mismo,
se ha llenado la columna de mierda y ya no puede apearse. Mira tú que salir
ahora, con la que está cayendo, con alabanzas a mademoiselle Le Pen. Y yo aún
diría más, me dice Dupont señalando con el dedo índice la nada, mira tú que salir
con eso de que el fascismo es cada vez más el sentido común. ¡Vaya forma de
entrar en la historia mágica de España!
Pero
si no le falta razón, nos recrimina el Chino donde compro el pan y me encuentro
con Francisco Umbral.
Jodío
Chino, le contesto. Hoy no te perdono los cinco céntimos de sobra.
El
Chino me mira de forma panorámica, sonríe y se guarda el cambio. Y es que entre chinos que no entiende su lengua
/ el filósofo europeo podría confundirse / con un tonto o un animal vago. (Gonçalo
M Tavares. Un viaje a la India)
No hay comentarios:
Publicar un comentario