Cuando
me fui, Padre no se conformó con pedirme las llaves de la casa que hasta
entonces había sido mi casa, cambió la cerradura.
Tardé meses
en volver. Me costaba llamar al timbre. Esperar, como un náufrago, a que me recogieran.
Mas no sin antes identificarme.
Soy yo,
le informaba a un agujero abierto en la pared.
Todo el
mundo es yo, me respondía la voz de Padre sin rostro al que apelar.
Detrás
de cada puerta cerrada, siempre hay un dios inmisericorde.
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