¿El artista es aquel que
augura o este otro que inaugura? La parentela existente entre estos dos
términos surge de lo contradictorio, de la oposición que dicen representar.
Augurar: prometer. Inaugurar: ponerle fin a la promesa haciendo realidad lo
prometido. En medio, ¡cómo no!, la Obra de Arte., aquello que no se desprende
del artista como una más de sus excrecencias (De este mundo traidor / sin cagar nadie se escapa. / Caga el rico, caga
el pobre, / el archiartista y el papa), sino en cuanto lo mejor de sí
mismo. Entonces, ¿por qué la muestra en lugar de guardársela como el mejor de
sus tesoros? Lo que le hace ser quien es y, por lógica –si la propiedad lo es-
al entregarla a la ajenidad de los ojos, lo vuelve a dejar desnudo tras las
apariencias.
Maurice Blanchot tituló
uno de sus libros El libro que vendrá (Le livre à venir). Habría, necesariamente,
añadir: a ponerse en lugar del libro. El libro que vendrá a sustituir al libro.
Eterna repetición de lo mismo. La
historia del arte es la historia de las obras de arte, decía la Sontag.
Cada vez se inaugura una exposición, cada vez que aparece un nuevo libro en los
escaparates de las librerías, se renueva el augurio del artista, del escritor.
Y si esto, ¡tan poco!, satisface al mirón y al lector (todos podemos ser ambas
cosas), ello es porque enseguida de maravillarse por haberlo visto y leído
Todo, ya le chinchonea la esperanza, como una picazón en la piel, de que lo
mejor está por venir todavía.
No me digan que no es tedioso, e
irresponsable, vivir en esta larga estela. Picotear, así las gaviotas, los
pecios de un naufragio. Aseguran cuantos a su vez prometen estar de vuelta del
‘Otro Barrio’, que entre medias había un lienzo blanca (o negro, si iba para
muerto un pesimista) ¿El que pintó Malevich? ¿El que compra el artista antes de
pintar su cuadro? Tanto da. Mirándolo bien –esto que decimos y no el maldito
lienzo o página en blanco-, no se trata de que la historia y el mundo sean
redondos, sino que no nos salimos ni de la historia ni del mundo. T. S. Eliot lo
dijo: In my end is my beginning (y viceversa, una vez dejaron de
acompañar el tostón de Sabina). Un elogio de la inmovilidad en movimiento. Paradoja
que se resuelve y se desarma con sólo salir una mañana de domingo a extasiarse
frente a las largas colas que se forman en las puertas de los Museos. A primera
hora. Luego, más tarde, correr hacia la salida y ver cómo se dispersan los que
tanto esperaban. Es fácil reconocerlos. Siguen teniendo la misma cara de sueño.
Pero –sirva de oportuna moraleja-: no te vayas a creer tú
mejor a ellos. No te llames ese gran artista conceptual que, ¡por fin!, no
produce nada. En la fría piedra del banco donde te sentaste a mirar distraído,
queda, transparente, entre otras seiscientas, la huella de tu culo aligerado.
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