(En la foto pareces) más
joven. Eliminemos la foto para quedarnos
con ese sintagma funcionando por su cuenta: “más joven”. Porque lo oigo muchas
veces. Cada día me lo dicen más, aunque hasta hoy no haya querido percatarme de
la verdad: tratan de ocultarme que, en vivo, estoy cada día más viejo. O lo que
viene a ser lo mismo, (parecer) más joven es directamente proporcional a estar
más viejo.
Llamarle “más joven” a
cualquier ciudadano [y digo ciudadano consciente de que la igualdad no debe
estar reñida con la cortesía; así que mantengamos el tabú de la edad de las
ciudadanas] de “cierta edad”, aún cuando la opinión ya venga adulterado con ese
“pareces” previo, resulta, a mi parecer, un auténtico nonsense, o sea un
disparate, quizá producido por eso mal llamado la inteligencia emocional o por
una especie de ridícula empatía con el afectado por lo que presumiblemente es
un mal para él. ¿Más joven que cuándo? ¿Ayer? ¿Hoy? ¿Mañana? Que hoy, bueno, hoy
estoy sin afeitar y, además, la foto es de hace unos días. Que ayer, ya me
dirán si es objetivamente posible sumar un día más y contar un día menos,
restarnos casi hasta anteayer. Y que mañana, pues sí, hoy sin duda somos más
jóvenes que mañana, pero que éste no es un asunto propio lo viene a demostrar
el que, por prudencia, no dejemos de especificar “mañana si dios quiere”.
Igualmente podríamos referirnos a ¿Más joven
que quién? Pero no lo voy a aconsejar, dado que siempre que lo he hecho, que he
acometido esa temeridad, nunca he obtenido una respuesta satisfactoria. Jamás
me han dicho, por ejemplo, parecesmás joven que Jane Fonda o Cher (¿dónde
andará Sonny a estas alturas?), sino que han escogido para la comparación a un
amigo o a un conocido de más o menos mi edad, pero en evidente peor estado que
el mío. Lo cual es una desconsideración, por muy bien intencionada y, por
supuesto, nunca expuesta en presencia del susodicho, que no voy a cometer.
Limitémonos, entonces, a la
cosa del tiempo a que nos condiciona el cuando que introducíamos casi al
comienzo de este discurso bufo acerca del absurdo sintagma “más joven”.
El adjetivo Joven (aunque
pueda funcionar como sujeto de la oración) es, por tanto, palabra
circunstancial; para el caso, un tiempo en el tiempo, un momento en el tiempo.
Quiere decirse: no se puede ser joven siempre
[sí bien, a menos así pretende engañarnos la rae, conservar características
de una persona joven, como si la rae también quisiera devolverle a la palabra
su mera apariencia, al igual que hace el niño ‘agramático’] Ser joven conlleva
dejar de serlo, inesperadamente. El adverbio comparativo más implica
progresión, avance, sucesión…. ‘a más’. Esto es, más es más y más y más, sin un
final visible en cada uno de esos pronunciamientos. Por ello si al unir más y
joven en un sintagma concreto, “más joven”, en el tiempo de uno mismo (pareces
más joven), sin comparación posible con el tiempo de los otros, falta de cortesía
que cometeríamos, estemos, voy a decirlo así, desajustando el tiempo que
tenemos, nuestro tiempo. Estemos magnificando el pasado; estemos decantándonos
por la perdida, de la cual sólo puede librarnos el que ésta alcance su
plenitud, al perderlo todo de una vez y para siempre, o sea, con la muerte. ¿No
se trasluce algo de ello en la romántica (estadio juvenil) creencia en que “los
héroes mueren jóvenes?
¿Por qué no nos damos cuanta, muy al
contrario, de lo apropiado que debe resultar decirle a un ciudadano de cierta
edad: “Estás más viejo”? Y cómo no
agradecer que te lo digan si, es obvio, ponen al decírtelo cara de
satisfacción. Porque es en este caso que se nos hace posible el desentendernos de
las connotaciones supuestamente negativas –y lo son– del adjetivo viejo, para recabar
sólo en el adverbio más, y entonces aprovechar el tiempo conforme esa vejez se
estira más y más y más, mañana más… si dios quiere. Pero, como ya apuntamos, en
este asunto pintamos poco. Al respecto voy a cometer la osadía de recordar esa
banalidad de que los viejos son, somos, como las botellas de vino o de licor,
cuanto más [añejos] mejor. Y lo peor de lo mismo, que los efectos de la vejez,
como los del vino y el licor, sólo se sienten cuando la botella se acaba. Con
todo, no est tan mala faena dejar deudos felices.