jueves, 26 de julio de 2018

TSUNAMI EN UNA PLAYA ASTURIANA. cuento de verano


Un día perdí mi anillo de casado
y huí de ella como quien escapa del fuego:
a tientas.

Estábamos en el mar.
Yo nadaba cerca del hijo que teníamos.
En un momento, estiré el brazo para salvarlo
y el anillo salto de mi dedo de manera salvaje.

Al salir del agua el niño sonreía feliz y a salvo.
A mí se me escapó un suspiro.
Su madre, mi casada, lo tomó en brazos
y juntos ocuparon la toalla de extremo a extremo.
A mí me desterraron.

Fui a comprar unos refrescos y una bolsa de patatas.
Cuando volví mi casada y mi hijo ya no estaban.
Corrí a buscarlos, pero corrí en la dirección contraria.

Fue un extraño suceso,
me contaron, más tarde, los periodistas que cubrieron la noticia.

De repente, en el mar se abrió un enorme agujero,
cuyos bordes brillaban como los de un anillo de oro,
y en nada se lo hubo tragado todo.

Así como si una potente máquina de fotos, al dispararse
–es lo que tienen las armas; su peligro–, hubiese borrado el original
a favor de una copia que, pensándolo bien, nadie sabe dónde va.

Yo sí, claro. Pero callé.
Hablar me hubiese inculpado.
No sólo de la desaparición de ella, mi casada, y del hijo que criábamos juntos,
lo cual sería suficiente para una justa y larga condena.
Puestos a ello, me habrían atribuido, incluso,
el desajuste global del Universo.
El vacío que reinó desde entonces de este lado del agujero,
donde apenas si sobrevivimos siete mil quinientos millones
–algo menos si descontamos a ellos dos: mi casada y nuestro hijo–
de desatentos.

miércoles, 18 de julio de 2018

LOS AÑOS DEL VIEJO


(En la foto pareces) más joven.  Eliminemos la foto para quedarnos con ese sintagma funcionando por su cuenta: “más joven”. Porque lo oigo muchas veces. Cada día me lo dicen más, aunque hasta hoy no haya querido percatarme de la verdad: tratan de ocultarme que, en vivo, estoy cada día más viejo. O lo que viene a ser lo mismo, (parecer) más joven es directamente proporcional a estar más viejo.

Llamarle “más joven” a cualquier ciudadano [y digo ciudadano consciente de que la igualdad no debe estar reñida con la cortesía; así que mantengamos el tabú de la edad de las ciudadanas] de “cierta edad”, aún cuando la opinión ya venga adulterado con ese “pareces” previo, resulta, a mi parecer, un auténtico nonsense, o sea un disparate, quizá producido por eso mal llamado la inteligencia emocional o por una especie de ridícula empatía con el afectado por lo que presumiblemente es un mal para él. ¿Más joven que cuándo? ¿Ayer? ¿Hoy? ¿Mañana? Que hoy, bueno, hoy estoy sin afeitar y, además, la foto es de hace unos días. Que ayer, ya me dirán si es objetivamente posible sumar un día más y contar un día menos, restarnos casi hasta anteayer. Y que mañana, pues sí, hoy sin duda somos más jóvenes que mañana, pero que éste no es un asunto propio lo viene a demostrar el que, por prudencia, no dejemos de especificar “mañana si dios quiere”.

 Igualmente podríamos referirnos a ¿Más joven que quién? Pero no lo voy a aconsejar, dado que siempre que lo he hecho, que he acometido esa temeridad, nunca he obtenido una respuesta satisfactoria. Jamás me han dicho, por ejemplo, parecesmás joven que Jane Fonda o Cher (¿dónde andará Sonny a estas alturas?), sino que han escogido para la comparación a un amigo o a un conocido de más o menos mi edad, pero en evidente peor estado que el mío. Lo cual es una desconsideración, por muy bien intencionada y, por supuesto, nunca expuesta en presencia del susodicho, que no voy a cometer.

Limitémonos, entonces, a la cosa del tiempo a que nos condiciona el cuando que introducíamos casi al comienzo de este discurso bufo acerca del absurdo sintagma “más joven”.

El adjetivo Joven (aunque pueda funcionar como sujeto de la oración) es, por tanto, palabra circunstancial; para el caso, un tiempo en el tiempo, un momento en el tiempo. Quiere decirse: no se puede ser joven siempre  [sí bien, a menos así pretende engañarnos la rae, conservar características de una persona joven, como si la rae también quisiera devolverle a la palabra su mera apariencia, al igual que hace el niño ‘agramático’] Ser joven conlleva dejar de serlo, inesperadamente. El adverbio comparativo más implica progresión, avance, sucesión…. ‘a más’. Esto es, más es más y más y más, sin un final visible en cada uno de esos pronunciamientos. Por ello si al unir más y joven en un sintagma concreto, “más joven”, en el tiempo de uno mismo (pareces más joven), sin comparación posible con el tiempo de los otros, falta de cortesía que cometeríamos, estemos, voy a decirlo así, desajustando el tiempo que tenemos, nuestro tiempo. Estemos magnificando el pasado; estemos decantándonos por la perdida, de la cual sólo puede librarnos el que ésta alcance su plenitud, al perderlo todo de una vez y para siempre, o sea, con la muerte. ¿No se trasluce algo de ello en la romántica (estadio juvenil) creencia en que “los héroes mueren jóvenes?

 ¿Por qué no nos damos cuanta, muy al contrario, de lo apropiado que debe resultar decirle a un ciudadano de cierta edad: “Estás más viejo”?  Y cómo no agradecer que te lo digan si, es obvio, ponen al decírtelo cara de satisfacción. Porque es en este caso que se nos hace posible el desentendernos de las connotaciones supuestamente negativas –y lo son– del adjetivo viejo, para recabar sólo en el adverbio más, y entonces aprovechar el tiempo conforme esa vejez se estira más y más y más, mañana más… si dios quiere. Pero, como ya apuntamos, en este asunto pintamos poco. Al respecto voy a cometer la osadía de recordar esa banalidad de que los viejos son, somos, como las botellas de vino o de licor, cuanto más [añejos] mejor. Y lo peor de lo mismo, que los efectos de la vejez, como los del vino y el licor, sólo se sienten cuando la botella se acaba. Con todo, no est tan mala faena dejar deudos felices.

martes, 10 de julio de 2018

LA RESISTENCIA DE SAN ANTONIO, cuentecillo veraniego


La inquietud embargaba su corazón. En cambio yo…

Tienes cara de atrasado –me dijo.

Pero yo pensé, y le contesté: Atrasado con respecto a qué.

Vi que sus ojos se fijaban en la cama sin hacer, y con eso me di por satisfecho.

Vi, al momento, que se empezaba a desnudar, se quedaba desnuda y se me acercaba. Dejé de verla cuando la sentí sentada sobre mis rodillas.

De tal guisa yo me encontraba conforme y no tenía, pues, necesidad de adelantarme.

Ella, en cambio, enseguida comenzó a removerse.

Me aburro –me dijo mientras deshacía el nudo de mis brazos cruzados y arrastraba mis manos hacía sus pechos.

Tampoco encontré desafortunado su atrevimiento y no tardé en acoplarme con gusto a la nueva situación.

Pero ella, ¡Ay!, se seguía aburriendo y se desesperaba.

Fue entonces que se apeó de mis rodillas, me retiró las manos de sus pechos tibios y se dejó caer al suelo, muy cerca, entre mis piernas, a las que separaba con furia para posar su larga cabellera de pelo rubio escandinavo sobre mi sexo desprevenido.

En ese preciso momento mi quietud se agitó como un gusanillo amenazado, pero no lo bastante para rebasarme.


Era todo tan perfecto, tan serenamente perfecto como una marina amañada.

Un cielo azul de mediodía

La espuma chispeante de las olas.

El dorado de la arena de la playa.

Los cuerpos descansados de los escasos bañistas.

Apenas si eran las dos de la tarde, pero ya había adormecido para siempre.