martes, 10 de julio de 2018

LA RESISTENCIA DE SAN ANTONIO, cuentecillo veraniego


La inquietud embargaba su corazón. En cambio yo…

Tienes cara de atrasado –me dijo.

Pero yo pensé, y le contesté: Atrasado con respecto a qué.

Vi que sus ojos se fijaban en la cama sin hacer, y con eso me di por satisfecho.

Vi, al momento, que se empezaba a desnudar, se quedaba desnuda y se me acercaba. Dejé de verla cuando la sentí sentada sobre mis rodillas.

De tal guisa yo me encontraba conforme y no tenía, pues, necesidad de adelantarme.

Ella, en cambio, enseguida comenzó a removerse.

Me aburro –me dijo mientras deshacía el nudo de mis brazos cruzados y arrastraba mis manos hacía sus pechos.

Tampoco encontré desafortunado su atrevimiento y no tardé en acoplarme con gusto a la nueva situación.

Pero ella, ¡Ay!, se seguía aburriendo y se desesperaba.

Fue entonces que se apeó de mis rodillas, me retiró las manos de sus pechos tibios y se dejó caer al suelo, muy cerca, entre mis piernas, a las que separaba con furia para posar su larga cabellera de pelo rubio escandinavo sobre mi sexo desprevenido.

En ese preciso momento mi quietud se agitó como un gusanillo amenazado, pero no lo bastante para rebasarme.


Era todo tan perfecto, tan serenamente perfecto como una marina amañada.

Un cielo azul de mediodía

La espuma chispeante de las olas.

El dorado de la arena de la playa.

Los cuerpos descansados de los escasos bañistas.

Apenas si eran las dos de la tarde, pero ya había adormecido para siempre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario