Los animales viven, los humanos sobreviven,
sobrevivimos, dice Yun Sun Limet en su sugerente tratado Sobre el sentido de la
vida en general y del trabajo en particular, pomposo título que, sin embargo,
se vuelve texto ligero, como el tema requiere. Hace mucho que ya llegué a esa
misma conclusión, cosas de la edad, achaque de los años. La conciencia sobre la
vida lastra con creces la vida, que se quisiera descuidada de sí misma. Sobre-vivir
o Sobre-volar la vida, miradas perdidas. Con todo, la vida ocurre. A nuestro
lado o a nuestro pesar. Con nosotros o contra nosotros. No hay creación fuera
de este contexto. El resto es producción, y la productividad es un añadido innecesario
del que deberíamos arrepentirnos pronto los hombres, mientras las mujeres
siguen atentas a sus quehaceres. Cuidar a las criaturas. Verlas crecer. Animarlas
a ello. Los hombres tienen hijos, se posesionan de los hijos como de una
máquina más, que deberá trabajar para su beneficio. Agrandar la casa del Padre.
Las mujeres, por su parte, se tornan madres y se van desprendiendo de lo poco
que aún tienen y habían reservado para darlo llegado el momento. Penélope teje
y desteje. Maniática. Siempre lo mismo. Lo suyo no es trabajo sino menester. A favor
del tiempo. De la vuelta del tiempo vital. La espera de Penélope –sin entrar a
considerar su error de esperar a un hombre- es un lapsus, un paréntesis del que
no se guarda memoria masculina. Quizá por no verse obligado, el hombre, a
reconocer que mientras Penélope esperaba –es lo único que le importa al
biógrafo de Ulises; al historiador del hombre- anduvo entretenida y se olvidó
de la razón de su esperanza. A lo mejor no echaba de menos nada ni a nadie. Mi madre
se levantaba de madrugad para hablarle a las flores. Que yo sepa, jamás espero
que las flores le contestaran. No es natural que las flores hablen. Pero ¡quién
sabe!, a lo mejor no esperamos lo suficiente. Pero, al menos en el caso de mi
madre, no por decaimiento, tan sólo porque la vida se le acabó antes. Entonces,
hablarle a las flores, deshacer la labor para recomenzarla tras un ligero
descanso, una cabezada, y aunque no termino de comprenderlo del todo, es una
manera de agradecerle a la vida que nos esté acompañando. Estrictamente hablando,
vivir no parece tan necesario. Agradecerlo sí. Agradecerle la vida a la vida es
la mejor ocasión de celebrarlo.
“Espera, ratito de oro, que quiero gozarte aquí”, escribió Juan Ramón Jiménez un día de muchos trastornos.
“Espera, ratito de oro, que quiero gozarte aquí”, escribió Juan Ramón Jiménez un día de muchos trastornos.