lunes, 6 de junio de 2016

AGRADECIMIENTOS




Los animales viven, los humanos sobreviven, sobrevivimos, dice Yun Sun Limet en su sugerente tratado Sobre el sentido de la vida en general y del trabajo en particular, pomposo título que, sin embargo, se vuelve texto ligero, como el tema requiere. Hace mucho que ya llegué a esa misma conclusión, cosas de la edad, achaque de los años. La conciencia sobre la vida lastra con creces la vida, que se quisiera descuidada de sí misma. Sobre-vivir o Sobre-volar la vida, miradas perdidas. Con todo, la vida ocurre. A nuestro lado o a nuestro pesar. Con nosotros o contra nosotros. No hay creación fuera de este contexto. El resto es producción, y la productividad es un añadido innecesario del que deberíamos arrepentirnos pronto los hombres, mientras las mujeres siguen atentas a sus quehaceres. Cuidar a las criaturas. Verlas crecer. Animarlas a ello. Los hombres tienen hijos, se posesionan de los hijos como de una máquina más, que deberá trabajar para su beneficio. Agrandar la casa del Padre. Las mujeres, por su parte, se tornan madres y se van desprendiendo de lo poco que aún tienen y habían reservado para darlo llegado el momento. Penélope teje y desteje. Maniática. Siempre lo mismo. Lo suyo no es trabajo sino menester. A favor del tiempo. De la vuelta del tiempo vital. La espera de Penélope –sin entrar a considerar su error de esperar a un hombre- es un lapsus, un paréntesis del que no se guarda memoria masculina. Quizá por no verse obligado, el hombre, a reconocer que mientras Penélope esperaba –es lo único que le importa al biógrafo de Ulises; al historiador del hombre- anduvo entretenida y se olvidó de la razón de su esperanza. A lo mejor no echaba de menos nada ni a nadie. Mi madre se levantaba de madrugad para hablarle a las flores. Que yo sepa, jamás espero que las flores le contestaran. No es natural que las flores hablen. Pero ¡quién sabe!, a lo mejor no esperamos lo suficiente. Pero, al menos en el caso de mi madre, no por decaimiento, tan sólo porque la vida se le acabó antes. Entonces, hablarle a las flores, deshacer la labor para recomenzarla tras un ligero descanso, una cabezada, y aunque no termino de comprenderlo del todo, es una manera de agradecerle a la vida que nos esté acompañando. Estrictamente hablando, vivir no parece tan necesario. Agradecerlo sí. Agradecerle la vida a la vida es la mejor ocasión de celebrarlo. 

“Espera, ratito de oro, que quiero gozarte aquí”, escribió Juan Ramón Jiménez un día de muchos trastornos.