martes, 16 de junio de 2020
viernes, 12 de junio de 2020
CINCO ESQUEJES SOBRE LA INFORMALIDAD
INACCIÓN DIRECTA: No actuar
cuando se espera.
No actuar donde se espera.
No actuar como se espera.
INACCIÓN DIRECTA: Negativa a
reducir la respuesta al espacio
originado entre los límites de la interro-
gación.
originado entre los límites de la interro-
gación.
INACCIÓN DIRECTA: Ruptura con
el factor determinante en la
sucesión lineal de los hechos.
sucesión lineal de los hechos.
INACCIÓN DIRECTA: Inquietud. Estado
de máxima expectati-
va. Neblina que cae sobre las Causas.
va. Neblina que cae sobre las Causas.
INACCIÓN DIRECTA: Impedir que
la acción concluya.
jueves, 4 de junio de 2020
DERIVAS
Comencemos advirtiendo que
ninguna definición, por más que quede por escrita, anula la multiplicidad de
posibilidades abarcadas en la cosa definida; cosa material o inmaterial. Con
las cosas pasa que no contestan, pero de ello no debe deducirse necesariamente
que se den por satisfechas con lo que se dice de ellas. En el vaporoso mundo de
las palabras –de las que la definición se aprovecha con sobrado dominio– el
silencio no otorga nada. A las palabras, más que a ninguna otra cosa, las
ampara el derecho de no hablar en su contra, de no delatarse si las interrogan.
Prosigamos con algunas
preguntan que delimitarían la cuestión principal. ¿Son cosas las palabras
–cosas inmateriales– o se quedan en el simple nombre de las cosas –materiales,
pero también inmateriales– que señalan? ¿Son las autoras de su papel en la obra
que construye en su entorno o actoras que asumen el papel correspondiente a las
coas en su representación de lo mundanal? ¿Existen en sí o porque no podemos
cargar encima todas las cosas de las cuales hablamos? Si hay que “hablar con
propiedad” ¿debemos estar en posesión de las coas de las que hablamos o vale
con el mero desear de las mismas?
Excurso. La propiedad y el deseo,
animados a corregir a Luis Cernuda desde la perspectiva que nos da la
“reapropiación posmoderna de bienes” que el capitalismo triunfante ha
emprendido con no menor crueldad que sus ancestros primitivos. Pero ésta sería
una cuestión a debatir en otro momento. Por ahora y aquí, nos basta con
sugerir, a modo de hipótesis de trabajo, que las palabras y la acción de hablar
consecuente, hoy día se asemeja en mucho al empleo de las tarjetas de crédito
en el pago de las cosas que queremos, al menos por cuanto tratan de no
hacernos perceptible, en lo inmediato
del gesto, que se trata de nuestro capital del que tiramos para pagar y hablar,
capital que queda en manos de un ente fantasmal (en el sentido de que él ocupa
nuestro mundo sin permitirnos incursionar en el suyo, lo cual sería un acto de
piratería), y es quien se reapropio de los intereses.
Responder a la pregunta de si
las palabras son o no son cosas, requeriría poder contestar desde el afuera, el
exterior de las palabras. Un imposible que, no obstante las dificultades que en
buena lógica ofrece, viene a resolverse en la ficción, incluidos los
inventarios más “veristas”, como, por ejemplo, Tentativa para agotar un lugar
parisino de Georges Perec. Esto es, el ahí donde las palabras se olvidan de ser
meros referentes de lo existente visible para regodearse en su absoluta
presencia. El “Había una vez…”, en tanto el espacio único y natural de las
palabras antes de que las lenguas lo confundieran todo.
Pero, miré usted, ¿esto a
dónde nos lleva? Sinceramente, no lo sé y no voy a hacer más por saber. Hemos
entrado, acaso por la puerta trasera, en un terrero en el cual pintar una pipa
obliga a añadir que la tal no es una pipa (René Magritte). En el que hablar nos
trasforma en espectadores alelados de lo que hablamos (Guy Debord). Donde sólo
hay vida en los intersticios (Peter Handker), más ¿en los intersticios de qué?
Donde la escritura se ha vuelto la torpe cartografía de una visita guiada. Sin
embargo, la pretensión de volver a definir –a lo que se parece mucho eso de la
nueva normalidad– no sería distinto de volver a cenizar (Lezama Lima). Y no
estoy por la labor.
Ayer mismo me escribía mi
amigo Xosé Lois Gutiérrez: “…para un autor serio lo que escribe no puede ser
algo que deba tomarse verdaderamente en serio.” Y yo le contesté: Si hay quien toma
en serio algo que has escrito, como su autor, no deberías darte por aludido.
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