viernes, 12 de junio de 2020

CINCO ESQUEJES SOBRE LA INFORMALIDAD



INACCIÓN DIRECTA: No actuar cuando se espera.
                                         No actuar donde se espera.
                                         No actuar como se espera.

INACCIÓN DIRECTA: Negativa a reducir la respuesta al espacio
                                          originado entre los límites de la interro- 
                                          gación.

INACCIÓN DIRECTA: Ruptura con el factor determinante en la
                                          sucesión lineal de los hechos.

INACCIÓN DIRECTA: Inquietud. Estado de máxima expectati-
                                         va. Neblina que cae sobre las Causas.

INACCIÓN DIRECTA: Impedir que la acción concluya.

jueves, 4 de junio de 2020

DERIVAS


Comencemos advirtiendo que ninguna definición, por más que quede por escrita, anula la multiplicidad de posibilidades abarcadas en la cosa definida; cosa material o inmaterial. Con las cosas pasa que no contestan, pero de ello no debe deducirse necesariamente que se den por satisfechas con lo que se dice de ellas. En el vaporoso mundo de las palabras –de las que la definición se aprovecha con sobrado dominio– el silencio no otorga nada. A las palabras, más que a ninguna otra cosa, las ampara el derecho de no hablar en su contra, de no delatarse si las interrogan.

Prosigamos con algunas preguntan que delimitarían la cuestión principal. ¿Son cosas las palabras –cosas inmateriales– o se quedan en el simple nombre de las cosas –materiales, pero también inmateriales– que señalan? ¿Son las autoras de su papel en la obra que construye en su entorno o actoras que asumen el papel correspondiente a las coas en su representación de lo mundanal? ¿Existen en sí o porque no podemos cargar encima todas las cosas de las cuales hablamos? Si hay que “hablar con propiedad” ¿debemos estar en posesión de las coas de las que hablamos o vale con el mero desear de las mismas?

Excurso. La propiedad y el deseo, animados a corregir a Luis Cernuda desde la perspectiva que nos da la “reapropiación posmoderna de bienes” que el capitalismo triunfante ha emprendido con no menor crueldad que sus ancestros primitivos. Pero ésta sería una cuestión a debatir en otro momento. Por ahora y aquí, nos basta con sugerir, a modo de hipótesis de trabajo, que las palabras y la acción de hablar consecuente, hoy día se asemeja en mucho al empleo de las tarjetas de crédito en el pago de las cosas que queremos, al menos por cuanto tratan de no hacernos  perceptible, en lo inmediato del gesto, que se trata de nuestro capital del que tiramos para pagar y hablar, capital que queda en manos de un ente fantasmal (en el sentido de que él ocupa nuestro mundo sin permitirnos incursionar en el suyo, lo cual sería un acto de piratería), y es quien se reapropio de los intereses.

Responder a la pregunta de si las palabras son o no son cosas, requeriría poder contestar desde el afuera, el exterior de las palabras. Un imposible que, no obstante las dificultades que en buena lógica ofrece, viene a resolverse en la ficción, incluidos los inventarios más “veristas”, como, por ejemplo, Tentativa para agotar un lugar parisino de Georges Perec. Esto es, el ahí donde las palabras se olvidan de ser meros referentes de lo existente visible para regodearse en su absoluta presencia. El “Había una vez…”, en tanto el espacio único y natural de las palabras antes de que las lenguas lo confundieran todo.

Pero, miré usted, ¿esto a dónde nos lleva? Sinceramente, no lo sé y no voy a hacer más por saber. Hemos entrado, acaso por la puerta trasera, en un terrero en el cual pintar una pipa obliga a añadir que la tal no es una pipa (René Magritte). En el que hablar nos trasforma en espectadores alelados de lo que hablamos (Guy Debord). Donde sólo hay vida en los intersticios (Peter Handker), más ¿en los intersticios de qué? Donde la escritura se ha vuelto la torpe cartografía de una visita guiada. Sin embargo, la pretensión de volver a definir –a lo que se parece mucho eso de la nueva normalidad– no sería distinto de volver a cenizar (Lezama Lima). Y no estoy por la labor.

Ayer mismo me escribía mi amigo Xosé Lois Gutiérrez: “…para un autor serio lo que escribe no puede ser algo que deba tomarse verdaderamente en serio.” Y yo le contesté: Si hay quien toma en serio algo que has escrito, como su autor, no deberías darte por aludido.