sábado, 1 de marzo de 2014

DESEO DE SER PIEL ROJA




Poco escapa a la escritura. Las escrituras –pues son en realidad innúmeras- nos han ido cercando de manera tan callada y silenciosa –aunque decirlo así resulte paradójico- como efectiva y terminante. Lo que empezó –probablemente, que de nada estoy seguro si antes no lo leo- guiado por la vana pretensión de acercarnos hasta más allá de nosotros mismos en la constancia del tiempo, terminó por transformarnos en seres aislados dentro de un espacio de falsa comunión, si sólo está escrito, es en el papel que no pisamos. Se dice de los archipiélagos: conjunto de unidades –islas, triste palabra- unidas por aquello mismo que las separa: el mar. Pero para dar cuenta fiable de ese conjunto hay que alejarse nunca lo suficiente, mirarlo tan desde arriba, que entonces la vista ya no lo alcanza. Sólo así todo se llega a tener por uno en mitad de la nada. En tal posición hay, necesariamente, que volver a la escritura para recuperar la proximidad, para que los otros sepan de nosotros, de dónde estamos y en dónde se quedaron ellos. Avisando, toda escritura lo lleva implícito, que no habrá pérdida para el viajero si antes de salir de viaje el viaje está cartografiado. Cartas nos fueron venidas... El resto es acusar recibo. Contestar la carta con la carta. Escribir, con el consecuente peligro de que, inocentemente, deshelándonos, abriéndonos no hagamos otra cosa que hacer subir el nivel del mar.

El Gallego: Mais, mire usted, don Amargao, si no es que al Hombre Invisible le pierde su afán de ser reconocido como tal.

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