
Hablando de los sacro-imperiales
alemanes, su paisano George Grosz, destacaba, muy por encima de todas sus otras
virtudes ‘empíricas’, la formalidad. Decía G.G.: son tan formales los alemanes, que cuando van a asaltar un tren, no se
suben si antes no han sacado el billete. Y añadiría yo: los que sacaron
billete de segunda asaltan los vagones de segunda, y los que pudieron
pagárselos de primera, pues eso: toman por las armas el wagons lits; que por
algo las masas son las masas y el Partido la vanguardia del proletariado,
Vladimiro.
Ya hace falta creer en la Renfe. O,
porque el chiste de Grosz también es una metáfora, ya vale la fe en el sistema.
Seamos serios. Pase lo que pase durante el trayecto, lo importante es que el
tren llegue a su destino. Que no se encabrite la máquina, el convoy se salga de
los raíles y todo el sistema salte por los aires de una vez por todas.
La chanza, desde luego, no es ni
siquiera aquello a lo que el pródigo Marx llamaba ‘acciones prerrevolucionarias
inconscientes’. Como tampoco subirse al tren sin billete. Pero ayuda y, sobre
todo, vale para seguir siendo unos descreídos en cualquier tipo de finalidad,
de unidad de destino en lo universal,
como lo quisiera el terrible José Antonio Primo, o de continuidad y permanencia
de un crecimiento ilimitado, tan al gusto neoliberal como marxiano. ¡Qué le
vamos a hacer!
Que las revoluciones en España
tenían algo de Carnaval, ya lo sugiere hasta Prospero Merimée: Decían que había que destruir la tiranía y,
en consecuencia, mataron al caballo del Capitán General de Madrid (Viajes
a España). Pero bien estuvo. Como ya conocemos de los varios resultados de las
otras revoluciones, las que llaman verdaderas, tampoco puede juzgarse muy
severamente lo sucedido aquí entre los antiguos, aunque la cuenta la pagaran
los caballos, quienes ninguna culpa tenían en ello. La cuestión, según lo cuentan,
no sin alborozo, cuantos sobrevivieron para contarlo, no está en a dónde hubiésemos
llegado de tomárselo en serio, pues vaya al tren a donde vaya, siempre nos
llevará a ninguna parte: si es verdad que la tierra es redonda y darle la
vuelta al mundo significa volver al lugar de origen, como ya lo pronosticara
Lampedusa: que todo cambie para que todo
siga igual, Amor mío. Lo importante, entonces, es el ‘mientras tanto’, el
viaje en tren, asaltar el tren sin billete, reírse del revisor y de la pareja
de guardia civiles que lo acompañan, y muy a considerar, apearse en marcha;
bajarse del tren antes de que, por malo del demonio, sí que haya una estación
término donde ya nos esperan los de siempre para devolvernos al lugar de siempre.
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