Son incontables los autores
sin obra: ¡Qué le vamos a hacer! Harald Szeemann estaba obsesionado
con abrir el Museo de la Obsesiones. Cuando La Caixa d’estalvis le ofreció el
capital necesario para financiar su proyecto, Harald Szeemann se vino abajo,
como un castillo de España. Las obsesiones ilusionan en la espera. Emilio Gómez Barroso nos cuenta en su
libro Perros sueltos de un niño que
no quería pegar los cromos en su álbum correspondiente. Quizá porque pensaba
que al hacerlo los cromos que coleccionaba porque le gustaban, se transformarían
en las feas lápidas de un cementerio infantil. En
una universidad remota de los Estados Unidos de Norteamérica, no recuerdo cuál,
se conserva como oro en paño un archivo de originales literarios inéditos. El
exceso de contaminación en las grandes ciudades amenaza con desmoronar los
versos de Paul Celan: Dein aschenes Haar
Sulamith wir schaufeln ein Grab in den
Lüften da liegt man nicht eng (tu cabello de ceniza Sulamita cavamos una fosa
en el aire allí se reposa sin angostura. Los versos de Vicente Aleixandre: Cuando el agua se va, queda en los bordes. Los versos de santa Teresa o de Juan de la
Cruz, que en su atribución hay mucha controversia: Vivo sin vivir en mí. Los versos
de Antonio González Haba: Fuera todo esto
de aquí. Los versos de César
Vallejo: Pero el cadáver, ¡Ay!, siguió
muriendo. Y así sucesivamente, como en el Parchís: te como y me
cuento veinte, para darlo todo por supuesto. Menos
lo principal, aquello que jamás veremos: el Vacío sobre el que se sustentan tales
ejemplos y el Vacío que reclaman donde cumplirse al fin un día. Poesía después de Auschwitz. Tu cabello dorado Margarete Tu
cabello de ceniza Sulamita.
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