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PARALELAS DÍSCOLAS |
La fotografía de
un hombre caminando cabizbajo por el desierto,
Como si cargara
sobre sus hombros el olvido pesado de adonde va.
El sol ya le
quema en las sienes descubiertas.
Tiene calambres.
Siente sed. Le vence el hambre.
Mas… entre tantas
maldades como lo acompañan,
no se detiene ni
se derrumba por ello:
le mantiene la
confianza en el alivio que le traerá la noche.
De súbito, una
lágrima invisible
–de haberlo visto
se la habría bebido-
le vela los ojos.
Cree, entonces,
estar como si estuviese mirando una película…
En la pantalla
hay una casa con jardín y una piscina.
Los chiquillos
chapotean las aguas.
Él se adentra en
la casa. La recorre.
Sale y vuelve al
jardín y a la piscina.
Se fija en los
cuerpos de los niños que juegan allí.
Uno de ellos, detecta,
es él mismo en su memoria.
Y esa casa es la
casa de sus padres
en las afueras de
la ciudad donde vivían todos.
Lo extraño,
cavila cuando la
película se detiene por un fallo del proyector,
es que jamás
tuvieron una casa con piscina en las afueras.
A las afueras
iban a veces.
En junio. Por san
Pedro y san Pablo.
Pero, lejos de la
seguridad de las piscinas,
escogían las
acequias de agua turbia que bajaban hasta el pantano.
Acequias sin nombre propio.
Adecuadas para el
nadar de las bichas aleladas
que a veces les
rozaban las piernas como un calambre,
frío y pegajoso.
Fue en una de
esas veces y en una de esas acequias de aguas negras
que perdió entre
las algas del fondo una de sus zapatillas,
la del pie menos
diestro.
Entre todos la
buscaron para no encontrarla
con la llegada de
la noche
y la prisa por
volver.
Pero Padre no
quiso regañarle y aguarles el día.
Y Madre fue todo
el camino de regreso a casa,
consolándole del
supuesto dolor que le provocaba
pisar los
adoquines con su pie descalzo.
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