jueves, 13 de septiembre de 2018

VIDAS PARALELAS


PARALELAS DÍSCOLAS

La fotografía de un hombre caminando cabizbajo por el desierto,
Como si cargara sobre sus hombros el olvido pesado de adonde va.

El sol ya le quema en las sienes descubiertas. 
Tiene calambres. Siente sed. Le vence el hambre.
Mas… entre tantas maldades como lo acompañan,
no se detiene ni se derrumba por ello:
le mantiene la confianza en el alivio que le traerá la noche.


De súbito, una lágrima invisible
–de haberlo visto se la habría bebido-
      le vela los ojos.
Cree, entonces, estar como si estuviese mirando una película…


En la pantalla hay una casa con jardín y una piscina.
Los chiquillos chapotean las aguas.

Él se adentra en la casa. La recorre.
Sale y vuelve al jardín y a la piscina.
Se fija en los cuerpos de los niños que juegan allí.
Uno de ellos, detecta, es él mismo en su memoria.
Y esa casa es la casa de sus padres
en las afueras de la ciudad donde vivían todos.


Lo extraño,
cavila cuando la película se detiene por un fallo del proyector,
es que jamás tuvieron una casa con piscina en las afueras.

A las afueras iban a veces.
En junio. Por san Pedro y san Pablo.
Pero, lejos de la seguridad de las piscinas,
escogían las acequias de agua turbia que bajaban hasta el pantano.
Acequias sin  nombre propio.
Adecuadas para el nadar de las bichas aleladas
que a veces les rozaban las piernas como un calambre,
frío y pegajoso.

Fue en una de esas veces y en una de esas acequias de aguas negras
que perdió entre las algas del fondo una de sus zapatillas,
la del pie menos diestro.
Entre todos la buscaron para no encontrarla
con la llegada de la noche
y la prisa por volver.

Pero Padre no quiso regañarle y aguarles el día.
Y Madre fue todo el camino  de regreso a casa,
consolándole del supuesto dolor que le provocaba
pisar los adoquines con su pie descalzo.

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