¿Quién será ese hombre de la gabardina?, se
pregunta el hombre que está bajo la lluvia sin ninguna protección. Lo podría
indagar, piensa. Seguirlo hasta su casa, si es que va a su casa, o hasta su
lugar de trabajo, sin también trabaja por la tarde. Una vez allí, preguntarle
al portero o a la recepcionista por su nombre y su condición alegando cualquier
excusa. Pero opta por no hacer nada. Permanece bajo la lluvia, empapándose como
una fina pasta inglesa en una taza de te caliente.
Por el momento sólo es capaz de envidiarlo. Desea su
gabardina y su sombrero, pues olvidó incluir este detalle en la pregunta que se
hacía. Mas si llegara, con no poco de casualidad, a saber su nombre, dónde
vive, dónde trabaja, quizá estiraría sus pensamientos hasta incluir la intención
de volver a por él al día siguiente. Y entonces iría armado; llevaría su pistola
escondida, que, sin embargo, sacaría para amenazarlo:
Quiero tu gabardina. Quiero tu sombrero. ¡Que me
los des!
E Instantes después, comprendería que el hombre de
la gabardina no es otro sino él mismo, eternamente amenazado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario