jueves, 19 de septiembre de 2013

NOSTALGIAS



No hay espíritu objetivo porque hay espíritu santo, escribió el cubano Lezama embutido en su chaleco mozartiano. De manera –podemos asegurar- que todo es o Milagro o Metáfora. Y lo demás: historia, ruinas, el soleado desierto donde un incansable estilita todavía hoy se desgañita anunciándonos la buena nueva. Cualquier cosa, desde el vuelo de un pájaro hasta el rumor del agua llegado de ninguna parte, es una buena nueva para el estilita desnudo que reserva su único traje para el día del triunfo (en algunos casos, un uniforme; en otros, un mono de trabajo. Siempre: algo carnavalesco). Entretanto, la multitud que se ha ido agolpando en las lindes del desierto –como los estrategas disponen sobre los mapas- vive de Milagro. O de Metáfora. Un triste sueldo.

Porque en el escribir del orondo Lezama, hay una rotunda crítica de las condiciones objetivas que sólo viera el Comandante. No hay condiciones objetivas porque hay condiciones para la fiesta. Y lo demás: historia, ruinas, un cuento sin perdices para el final.

Escribe, por su parte, Santos Juliá (Madrid, 1931-1934. De la fiesta popular a la lucha de clases): La fiesta popular suprimió el tiempo y el espacio para cualquier iniciativa política que no fuera la proclamación de una República y, ante la sorpresa de todos, la República se instauró como resultado inmediato de un movimiento popular. Su ‘advenimiento’  fue posible por haber sido vivido como fiesta maravillosa por un sujeto colectivo ya desagregado en las naciones europeas pero todavía activo políticamente en España y, desde luego, en Madrid: el pueblo. Es el pueblo quien, con su fiesta, funda la República
A ver si aprendemos.

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