No hay espíritu objetivo porque hay
espíritu santo, escribió el cubano Lezama embutido en su chaleco mozartiano. De
manera –podemos asegurar- que todo es o Milagro o Metáfora. Y lo demás:
historia, ruinas, el soleado desierto donde un incansable estilita todavía hoy
se desgañita anunciándonos la buena nueva. Cualquier cosa, desde el vuelo de un
pájaro hasta el rumor del agua llegado de ninguna parte, es una buena nueva
para el estilita desnudo que reserva su único traje para el día del triunfo (en
algunos casos, un uniforme; en otros, un mono de trabajo. Siempre: algo
carnavalesco). Entretanto, la multitud que se ha ido agolpando en las lindes
del desierto –como los estrategas disponen sobre los mapas- vive de Milagro. O
de Metáfora. Un triste sueldo.
Porque en el escribir del orondo
Lezama, hay una rotunda crítica de las condiciones objetivas que sólo viera el
Comandante. No hay condiciones objetivas porque hay condiciones para la fiesta.
Y lo demás: historia, ruinas, un cuento sin perdices para el final.
Escribe, por su parte, Santos Juliá
(Madrid, 1931-1934. De la fiesta popular a la lucha de clases): La fiesta popular suprimió el tiempo y el
espacio para cualquier iniciativa política que no fuera la proclamación de una República
y, ante la sorpresa de todos, la República se instauró como resultado inmediato
de un movimiento popular. Su ‘advenimiento’
fue posible por haber sido vivido como fiesta maravillosa por un sujeto
colectivo ya desagregado en las naciones europeas pero todavía activo
políticamente en España y, desde luego, en Madrid: el pueblo. Es el pueblo
quien, con su fiesta, funda la República
A ver si aprendemos.
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