miércoles, 4 de septiembre de 2013

EL PRECIO DEL PAN -IX-



Q
ué ocurre en el interior del Horno donde se cuece el Pan, es un Secreto celosamente guardado por el fuego. Todavía hoy es posible encontrar quien esté dispuesto a aclararnos la Leyenda, según la cual antes de abrir las puertas del Horno se deben rezar tres avemarías y cuatro padrenuestros.

Entonces –nos aseguró el Panadero viejo que nos lo contó a nosotros a cambio de nada, sólo de que creyésemos con firmeza en su Palabra- abres el maldito Horno y lo primero que ves es a un Demonio que sale huyendo entre las llamas. El mismo Demonio que luego siempre vuelve para que el Pan se haga –y mientras hablaba no dejó de persignarse como si quisiera librarse del Humo negro, infernal, que le cubría el rostro como la tiniebla del trato continuado con un Pecado.

L
as únicas pistas eran unas migas de Pan apenas perceptibles que se habían colado en el sobre y escapado al rigor de los censores. Por lo demás, la Carta nada me decía de tu Hambre en el campo donde estabas prisionero. Ni siquiera si eras Tú quien me escribía o eran Ellos en tu Nombre. Ellos, los guardianes y los dueños de la finca, que habrían escrito de tu felicidad allí para engañarme, para hacerme creer que estabas bien, que sonreías cada mañana al despertar y a la noche te acostabas satisfecho con el día de Hoy, cada día.

Pero aquellas migajas de pan que saltaron de entre las hojas –donde tu letra se enredaba del modo de hacerme sospechar que ya no era tu letra- a mis manos nada más abrir el sobre –con el apresuramiento de quien sólo espera recibir buenas noticias- tenían un peso grave, un peso que no se correspondía con su minúsculo tamaño, desproporcionado, inútil, y entonces supe que algo malo te pasaba; que malvivías al lado de aquella mala gente, y que con el Pan –como una mermada herencia - trataban de hacerme saber que era yo quien debía escribir el verosímil relato de tu errancia.

Espero hacerlo algún día.

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