jueves, 9 de enero de 2020

LA INMACULADA MASTURBACIÓN (Antología II)


.- Me han dicho que se ha cortado usted la mano voluntariamente con aquella sierra. ¿Es verdad?

.- Sí, señor; y mil veces me la cortara -respondió el obrero sin mirarle.

.- ¿Y me puede decir por qué?

.- Sí, señor; porque me la meneo, me la meneo constantemente, o, mejor dicho, me la meneaba, pues esa mano maldita ya no me va a hacer pecar ni sufrir más.

.- ¿Pero qué me dice?

.- Lo que oye. Llevo treinta años, desde que soy mozo, cascándomela todos los días, a todas horas, y ya no podía más y me he cortado la mano limpiamente, vea usted el muñón. Pero no quiero que la encuentren, no quiero decirles dónde la he tirado, porque todavía he tenido fuerzas, chorreando sangre, para deshacerme de ella

.- No sea usted bruto y dígame dónde está -acertó a balbucir Vega, sin conseguir dar crédito a lo que estaba oyendo.

.- No, señor, no se lo digo. Por culpa de esa mano no me quiere nadie ni me quiero yo, y para el trabajo ya me valdré con la que me queda. Compréndalo: esa mano me robaba la felicidad, no me obedecía, no era mía sino del demonio. Era ver una mujer, cruzarme por la calle o por la escalera de mi casa con alguna, o pensar, o mirar las estampas de la revistas, o sólo recordar, y ya estaba dale que te pego. Ni me he casado, ni he tenido novia, ni he ido nunca de putas siquiera porque ya la mano, esa puta mano, decidía por mí, se adelantaba a mis deseos y no se puede vivir, señor, con esa sensación de culpa. Tengo en el nabo, y perdone la manera de señalar, marcados los dedos de esa mano que no quiero que encuentren, que no quiero ver más a mi lado. Y fíjese que no hubiera llegado a esto si me hubiera dejado en el Lara entregarle un ramo de flores a Lina de Andrés, y verla siquiera un instante.

.- ¿Lina de Andrés? ¿La vedette?

.- Si, señor, esa diosa, esa ángel Porque es la única mujer con cuyo pensamiento no me la he pelado, la única, y como me estaba volviendo loco y no sé lo que me hago, fui a verla al Lara, a verla sólo, a curarme viéndola, a escarmentar a esa mano, pero los porteros no me dejaron pasar y luego ya me perdí del todo hasta que hoy me he cortado esa mano...

Dicho esto, se le nublaron los ojos a Agapito Muñoz y los enfermeros, resignados a no encontrar la mano extraviada, le acomodaran en una camilla mugrienta, le introdujeron en la ambulancia y se lo llevaron de allí

Ese cadáver, págs 140 y 141
Rafael Torres

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