(...) Pero hablaba de
otra cosa: el domingo por la tarde es genial. Tú te vas, tengo todo el catre
para mí solo... "Después de la sopa de pasta, una siesta: la felicidad,
macho. A tocarse la polla, ¡la gran paja!
Ahí es donde
intervenía Zarah Leander, mejor dicho, su voz. A Manglano le parecía excitante,
facilitaba su gran paja.
Apurábamos nuestra
colilla de machorka dando las últimas caladas, hasta quemarnos los labios. Le
deseo buena suerte: que el sargento SS de servicio en la torre de control fuese
el aficionado a las canciones de Zarah Leander; que su Alejandro esté en
forma. Manglano había puesto este apodo a su órgano viril. Cuando le pregunté
por qué me miró con lástima: "Pero
vamos: ¡Alejandro Magno! Manglano estaba infantilmente orgulloso del tamaño de
su instrumento. Y era importante que éste estuviera en forma. Los periódos
recurrentes de debilidad de alejandro le ocasionaban en los últimos tiempos una
angustia anticipada: una espera angustiada. Pero Alejandro siempre resucitaba
de la nada de la impotencia, al menos hasta aquel domingo de diciembre.
De repente el altavoz
del comedor escupe un sonido ronco. E inmediatamente después, pura, grave,
emocionante, se oye la voz de Zarah Leander.
So stelle ich mir die Liebe vor,
ich
bin nicht mehr allein...
(así
me imagino el amor,
ya
no estaré sola jamás...)
-¡Adelante -le digo-,
adelante, Sebastián! Ahora o nunca, es el momento de la gran paja.
Y en efecto, se
precipita hacia el dormitorio, hacia la soledad dominical y deliciosa del
catre, soltando una estruendosa carcajada.
Viviré con tu nombre, morirás con el mío. págs. 151, 152, 153
Jorge Semprún
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