... he tenido a menudo
la ocasión de observar el lavado de los niños, operación que, como su propia
experiencia confirmará, difícilmente se lleva a cabo sin lloros y chillidos por
parte de los pequeños. Pero, probablemente, lo que no sabe usted -y en verdad
no merece la pena prestar atención a tales pequeñeces- es que los niños lloran
cuando se les hace una cosa y dejan de llorar cuando se les hace otras.
Hablamos del lavado, naturalmente. El niño, que no dejaba de llorar mientras se
le lavaba la cara -si usted quiere saber por qué llora el niño cuando le lavan
la cara, déjese usted misma lavar esa parte del cuerpo por una persona amada
con una esponja o trapo tan grande como para cubrirle a la vez boca, nariz y
ojos-, ese niño, decía, deja de llorar no bien se le empieza a dar pases con la esponja por entre las piernas. Es
más, el rostro del niño adquiere casi una expresión extática y permanece bien
quieto. Y la madre, que poco antes se esforzaba con promesas y consuelos por
hacerle soportable al niño el agua y el jabón, adquiere ahora un tono mucho más
suave, amable, casi diría, enamorado; también ella cae, por así decirlo, en
éxtasis, y sus movimientos son otros, más delicados, más cariñosos.
El libro del Ello,
pág. 74
George Groddeck.
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