sábado, 11 de enero de 2020

LA INMACULADA MASTURBACIÓN (Antología IV)



... he tenido a menudo la ocasión de observar el lavado de los niños, operación que, como su propia experiencia confirmará, difícilmente se lleva a cabo sin lloros y chillidos por parte de los pequeños. Pero, probablemente, lo que no sabe usted -y en verdad no merece la pena prestar atención a tales pequeñeces- es que los niños lloran cuando se les hace una cosa y dejan de llorar cuando se les hace otras. Hablamos del lavado, naturalmente. El niño, que no dejaba de llorar mientras se le lavaba la cara -si usted quiere saber por qué llora el niño cuando le lavan la cara, déjese usted misma lavar esa parte del cuerpo por una persona amada con una esponja o trapo tan grande como para cubrirle a la vez boca, nariz y ojos-, ese niño, decía, deja de llorar no bien se le empieza a dar  pases con la esponja por entre las piernas. Es más, el rostro del niño adquiere casi una expresión extática y permanece bien quieto. Y la madre, que poco antes se esforzaba con promesas y consuelos por hacerle soportable al niño el agua y el jabón, adquiere ahora un tono mucho más suave, amable, casi diría, enamorado; también ella cae, por así decirlo, en éxtasis, y sus movimientos son otros, más delicados, más cariñosos.

El libro del Ello, pág. 74
George Groddeck.

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