Todo sale sobre
ruedas. Están sentados juntos en la oscuridad del cine, embargados por el amor
que han atesorado tanto tiempo, deseosos de besarse y de tocarse y de
estrecharse, pero temerosos de que se dé cuenta la hermana de Lee-Marie,
Patricia, sentada al lado con su hermano pequeño. Piensan que se dará cuenta
del extravío de las manos y de los hondos suspiros incontrolables y de su
fingida concentración en la pantalla que están mirando fijamente sin verla. La
mano de Charles, cariñosa y con sumo cuidado, se escurre dentro de su manga
para tocar sus pequeños pechos desnudos. Unos dedos tímidos acarician la aureola
de sus pezones, que se hinchan, endurecen y palpitan. Su mano resbala hacia
abajo y tira de la blusa, que finalmente se libera de la falda. Ella se cubre
el regazo y el estómago desnudo con el abrigo cuando le retira la enagua. Él
introduce los dedos bajo el borde elástico de sus bragas y empuja suplicante.
La piel de ella se tensa, se muerde los labios; con el pie, enfundado en la
media, le acaricia la pierna. Separa los muslos. Unos dolores deliciosos
recorren y estremecen su cuerpo. Él acaricia con los dedos la pelusa suave y
delicada que le crece desde el ombligo hasta el pubis húmedo y caliente donde
unos cuantos pelos largos se enlazan y enredan entre sus dedos, y perlas de
sudor cálido se con condensan en su mano. ¡Esta niña, esta mujer, esta esposa!
Él le sujeta la muñeca, que se desliza en su bragueta desabrochada, y cubre con
la chaqueta la mano inocente que lo acaricia. al final, unidos en un único
pensamiento, sin apenas un movimiento, ambos llegan al orgasmo y se vuelven
para mirarse a los ojos, dejando caer despacio las cabezas cuando les llega la
distención gradual. Sus dedos húmedos se desenlazan. Se levantan. Lee-Marie se
inclina hacia su hermana.
-Quédate aquí. Ahora
vuelvo -le susurra.
Menos que un perro,
pág. 54
Charles Mingus
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