viernes, 24 de enero de 2020

LA INMACULADA MASTURBACIÓN (Antología, XVII)


... un día que fue a confesarse de haber respondido con desaire a su madre, la sorprendió al preguntarle si había hecho cosas malas tocándose sus partes; se puso que un color se le iba y otro se le venía, perdió el control de la voz y acertó a balbucir con palabras zazosas que se acariciaba por las noches y que le daba bastante gusto; en aquel tiempo don Ramón Martínez ya se hacía dos pajas diarias, y le advirtió a la muchacha con severidad que el placer carnal era efímero y conducía a la debilidad del cuerpo y del espíritu; era ésta una frase rutinaria, aprendida en el seminario, de la que el cura empezaba a dudar, pues qué debilidad ni qué ocho cuartos, si el mismo había notado que el cencerro le estaba creciendo a fuerza de meneos, hasta tal punto que ya calzaba dos números más que cuando le ordenaron sacerdote;...
(...)
Lo frotó despacio, con delectación, concentrándose en la descarga de placer que le enviaba como un flujo continuo, y se relajó de tal manera que el sueño empezó a invadirla en el borde de la cama; a los dos minutos sintió una sacudida que la sacó del sopor, y estuvo a punto de caerse al suelo del gusto que le dio; pero se repuso inmediatamente para comprobar la magnitud del pecado que había cometido; acababa de encontrar el motor de la vida, y sin embargo se sintió tan culpable que comenzó a insultarse con las peores palabras que conocía; Teresa Bustamante no tardó en conocer el desliz cuando su amiga le contó con pelos y sañales cómo había sucedido, y para no ser menos, esa misma noche decidió probar ella también; en un principio el cura se asombró ante la aparente precisión con que las dos amigas sucumbieron a los placeres de la carne, pero no tardó en comprender que la amistad había sido el hilo conductor, y al acostarse tuvo que meneársela tres veces seguidas para poder conciliar un sueño reposado; los sentimientos de culpa fueron cediendo terreno poco a poco, y el cura consiguió hacerse a la idea de que iba a vivir en pecado por el resto de sus días; le preocupaba la situación, pero no veía otra salida, puesto que el padre Torcuato ya no estaba a su lado para absorberlo, y no se sentía capaz de resistir a la tentación cuando la presencia de su sobrina le invadía los sentidos por la noche; siendo un hombre de libros, no le pasó desapercibido el que su nuevo estado de impureza le proporcionaba una nueva capacidad de comprensión hacia los pecadores, además de prestarle una elocuencia en los sermones que nunca hubiera sospechado, como si la fuente creadora de la que sacaba la inspiración se encontrase en el pecado mortal;...

La parábola de Carmen la reina, págs 90-92
Manuel Talens

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