
(...)
Lo frotó despacio, con
delectación, concentrándose en la descarga de placer que le enviaba como un
flujo continuo, y se relajó de tal manera que el sueño empezó a invadirla en el
borde de la cama; a los dos minutos sintió una sacudida que la sacó del sopor,
y estuvo a punto de caerse al suelo del gusto que le dio; pero se repuso
inmediatamente para comprobar la magnitud del pecado que había cometido;
acababa de encontrar el motor de la vida, y sin embargo se sintió tan culpable
que comenzó a insultarse con las peores palabras que conocía; Teresa Bustamante
no tardó en conocer el desliz cuando su amiga le contó con pelos y sañales cómo
había sucedido, y para no ser menos, esa misma noche decidió probar ella
también; en un principio el cura se asombró ante la aparente precisión con que
las dos amigas sucumbieron a los placeres de la carne, pero no tardó en
comprender que la amistad había sido el hilo conductor, y al acostarse tuvo que
meneársela tres veces seguidas para poder conciliar un sueño reposado; los
sentimientos de culpa fueron cediendo terreno poco a poco, y el cura consiguió
hacerse a la idea de que iba a vivir en pecado por el resto de sus días; le
preocupaba la situación, pero no veía otra salida, puesto que el padre Torcuato
ya no estaba a su lado para absorberlo, y no se sentía capaz de resistir a la
tentación cuando la presencia de su sobrina le invadía los sentidos por la
noche; siendo un hombre de libros, no le pasó desapercibido el que su nuevo
estado de impureza le proporcionaba una nueva capacidad de comprensión hacia
los pecadores, además de prestarle una elocuencia en los sermones que nunca
hubiera sospechado, como si la fuente creadora de la que sacaba la inspiración
se encontrase en el pecado mortal;...
La parábola de
Carmen la reina, págs 90-92
Manuel Talens
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