miércoles, 6 de marzo de 2013

Reseña (apresurada)



¿De qué tiran los hombres que tiran en la portada de Todo lo que era sólido de Antonio Muñoz Molina (Seix Barral, Barcelona marzo 2013)? ¿Son sirgadores de Mequinanza en el Bajo Cinca? ¿Son mozos asilvestrados arrastrado de los cuernos a un indefenso novillo? ¿Son los enemigos irreconciliables de aquellos que jalan en dirección contraria? Sean lo que sean, la cuestión es: Hay que tirar. Y sí, hay que tirar mucho en nuestro país.

En primer lugar… pero no, la enumeración sería caótica a fuerza de mostrarnos generosos en el desprendimiento. Por lo cual, en resumen, yo lo diría: Por mi parte lo tiraría todo. (De norte a sur. De este a oeste. Lo tiraría todo, cueste lo que cueste). O me olvidaría de todo para echar a andar como un hombre machadiano: ligero de equipaje, casi desnudo, etcétera.

Sin embargo (últimamente me encuentro muy condicionado, será la edad) las generalizaciones siempre corren el riesgo de resultar infructuosas. Todo lo sólido se desvanece en el aire (manifiesto comunista, ¡dita sea!). Aceptémoslo como en el terrible poema (Fuga de la muerte) de Paul Celán:
                                    cavamos una fosa en los aires no se yace allí estrecho
Mas entonces puede ocurrir que sea el aire lo que se solidifique y esto nos obligue a tener que levantarnos por encima, todavía más alto, encimados sobre las ruinas de tantos olvidos.

De manera que volvemos a estar como al principio; de nuevo nos vemos instalados en el interrogante de qué tirar y qué salvaguardar pese a todo, para que haya al menos quien pueda seguir tirando lo inservible; permanezca la parte favorable de nosotros mismos que se libre de su otra parte desfavorable (Madrid – poema)

Ante lo cual no nos queda sino el remedio parvo de señalar. Y en nuestro país hay mucho (muchos) que señalar. Ya no basta con declarar pomposamente: ¡El rey está desnudo! Con eso sólo lo vestimos el cuerpo del rey (ninguno en especial, aclaro) con una de esas modernas transparencias que, como los preservativos, previenen la enfermedad, pero no la evitan en su realidad.

Recuerdo (la memoria es cruel en su persistencia) uno de los aforismos chistosos del Perich: aunque la mona se vista de seda, mona se queda. Pero pasa al Liceu. Y eso no vale. No vale con enseñar las miserias y seguir como si la cosa no fuera con nadie. Como si la cosa no tuviera un nombre y no fuera preciso nombrarla, señalarla abiertamente, con absoluta y descarada mala educación. De lo contrario, cabe pensar como Theodor Wiesengrund Adorno: Para quien no se conforma existe el peligro de que se tenga por mejor que los demás y utilice su crítica de la sociedad como ideología al servicio de su interés privado. (Mínima Moralia)

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