El Caso Chipre
sienta las bases, abre la vía, marca la senda del nuevo capitalismo europeo,
tan novedoso como la llegada anual de la Primavera. Una vez, viendo La increíble
verdad, de Hal Hatley, la inocente respuesta de una niña neoyorquina a su depresivo
padre, me sacó de mi terror milenarista. El
fin del mundo –decía éste: los codos apoyados sobre la mesa, la cabeza
recogida entre las manos, la vista clavada en el plato de sopa vacío (imagen
obvia de ‘la melancolóa’ post-fordista). A lo cual, aquella, la presupongo su
hijita querida, le contestaba: El mundo
no llega a su fin cuando hay gente ganando tanto dinero. Razón llevaba la
chiquilla a tenor de cómo hemos sobrepasado el temido noviembre de 2012.
Pero que el
mundo no se acabe, no quiere decir que no se reinaugure. A su propia imagen y
semejanza, por supuesto. Si a dios no le cupo sino tomarse a sí por modelo cuando
se le vino la ocurrencia de crear al hombre, ¿de qué otra cosa disponía si era
él quien estaba en todas partes y a todas horas?, al Capital le ha sucedido
tres cuartos de lo mismo, una vez apagadas las ansias revolucionarias que se
concretaron en ejemplos tan indeseables como fueron los del socialismo real.,
aquí, en Europa, y en la Conchinchina. No quieres sopa, pues toma dos platos.
El Caso Chipre
evidencia, en primer lugar, lo que había de insolente en el viejo capitalismo:
la creencia –muy yanqui, por cierto- en que cualquiera podía llegar por sus
propios medios a contarse entre los elegidos. Borges, como no podía ser menos,
lo previno desde su paciente ceguera sobre las cosas mundanas, y no hay mejor
ciego que el que se lo hace. Dicen que dijo, yo no lo oí, algo así como que un zapatero puede ser presidente de los
estados unidos, pero el presidente de los estados unidos, no puede ser un
zapatero (en España lo tenemos claro) Más allá de la feliz ocurrencia –tan
borgiana ella-, lo que se pone de manifiesto es que ‘no vaya usted a creerse que es rico por mucha fortuna que haya amasado’
(desde Mario Conde hasta el prudente retiro de Amancio Ortega.
El trasfondo
de la Crisis que se pretende resolver en el Caso de Chipre, sentando las bases,
abriendo las vías, marcando las pautas del Neu Kapitalismus, en efecto, no es
otro que el enfrentamiento soterrado entre un Capital con pedigrí (nacional o
individual) y un Capital de parvenus, de
capitalistas casposos que no dejan de comer con los dedos sentados a la mesa
del Señor. La otrora bien desposada clase media actuando como pantalla de
protección entre los ‘naturales’ enfrentados en la desaparecida Lucha de
Clases, No en vano podemos tomar como símbolo, su representación simbólica, la
caída real del Muro de Berlín y su celebración en el derribo, incluso, de las
ruinas de sus ruinas, sobre las que se pretende levantar una extraordinaria
ciudadela donde no quepan ya ni las alimañas ni los pidienteros.
En su versión
social-demócrata, el Capital de toda la vida (ese cuyo origen sigue estando
directamente en el dedo malsino de dios/mercado) hizo las veces del Flautista
de Hamelín. Y cumplió, ¡vaya si cumplió!, su misión de eliminar a las ratas
(metáfora cuya literalidad espanta) y desmantelar las ratoneras. Por poner un
ejemplo, España entera era un paraíso urbanizable donde cada cual tenía su casa
y su casita en el campo (metáfora-metáfora, pues campo ya ni había. Pero llegó,
inalterable, el día después y el flautista vino a cobrar su recompensa pactada.
Las bienhechoras Autoridades, tan ufanas en sus doradas peanas de paja, de oro
del que cagó el moro, de plata mexicana, pretendieron, ¡Ay!, el olvido de la
deuda contraída, del pago de la deuda contraída, y al Flautista das Kapital no
le quedó sino volver a hacer sonar la flauta, para entonces más terrible que
las propias trompetas de Jericó.
Y es que ya no
tenía donde rascar. Mas tampoco que si se diera de nuevo el caso, volvería,
como las golondrinas, de tus bolsillos tus ahorros a robar. En cualquier caso,
se lo han fiado largo, hasta 2018.
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