viernes, 1 de marzo de 2013

un cuentecillo para el fin de semana



Había una vez un Hombre que, llegando a la Luna, no supo dónde estaba. Alarmado por la tristeza del paisaje, le preguntó a otro Hombre que estaba sentado en el borde de un cráter lunar, donde parecía lavarse los pies, pero como no está claro si en la Luna hay agua –aun cuando humo salía del cráter como del agua caliente- seguía con los pies sucios y sin quitarse los zapatos.
--¿Dónde estoy?
El otro Hombre ni alzó la cabeza cuando el Hombre habló. Parecía que no lo hubiese escuchado o no entender su lengua, pues tampoco tenemos modo alguno de saber si en la Luna hablan con la misma lengua que en la Tierra.
 Pero al poco, apenas si un ratito de oro, el otro Hombre se irguió como un árbol recién regado. Lo miró cara a cara, como un espejo, y…
 --Esto es la Luna –le contestó.
 El Hombre, conocedor de que a la Luna sólo se llega en cohete, o en una escalera tan larga que es imposible llevar la cuenta de los peldaños, o de un bote tan alto que para darlo haría falta reunir la fuerza de cien millones de ranas, dijo entonces:
 --Debo estar soñando.
 A lo cual el otro Hombre respondió raudo como un rayo:
 --Yo también vivo un sueño.
 Tanta casualidad les dio miedo y se separaron. Pero como en la Luna no hay gravedad –eso se espera al menos- jamás ocurre nada grave. Así que enseguida se volvieron a encontrar.
 --¡Oiga! Yo a usted le conozco –dijo el Hombre mostrando un gran contento.
 --¡Pues no será casualidad que yo también le conozca a usted! –fue la respuesta del otro Hombre, visiblemente entusiasmado.
 Y entonces se dieron la mano y fueron felices para siempre.

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