miércoles, 13 de marzo de 2013

Nada personal



en sus crímenes no había nada personal, alaba Fernando Castro la actitud de Los Soprano. Pura profesionalidad o puro sentido común. Pues muy bien, quede la profesionalidad para los economistas, los sociólogos, los filósofos de la caterva, cualesquiera de los sutiles y bien armados defensores del Mercado; cuantos han hecho del Mercado -mejor decir: del mercadeo- el arma más eficaz y aséptica para el crimen del común de las poblaciones.

Se trata de un morir prolongado, por agotamiento de las víctimas en su afán diario de, paradójicamente, sobrevivir. La supervivencia se ha vuelto, sin dudarlo, cada día más cara. Pensemos –con toda la demagogia que quieran a nuestro favor- en uno de esos jóvenes que en un futuro ya, pero cuando por fin sindicatos, patronal, gobierno y oposición se pongan de acuerdo en el reparto de la tarta y decidan ‘qué hacer’ (Lenin) con las migajas que tanto estropean la mesa de los comensales a la hora del café, obtenga un puesto de trabajo (sic) a cambio de una remuneración rayando lo limosnoso, mas como es joven y emprendedor, también suma el aprendizaje, dicen, que cobraran sindicatos y empresas, no obstante.

Veámoslo, a ese joven ideal y casadero (tiene sueldo, y si ya no se casa es porque no quiere), con su primer salario resumido en esa fina lámina de plástico quebradizo que lo vuelve, simbólicamente, si no rico, al menos suficiente, de camino al mercado reformado de san Miguel o de san Antón (Madrid). Sigámosle una vez en su interior magnífico, limpio y refulgente como una patena. Mirémosle adquirir aquí un pescado, allí una carne, más lejos, pero sin salir, una fruta o un pastel para los postres, mientras calcula, por lo bajo, casi reflexivo, cuánto habrá adelgazado hasta el momento su poderosa tarjeta de crédito y hasta su crédito mismo.

Al mes siguiente escogerá ir  a Mercadona, a Carrefour o al Día más próximo a su domicilio, menos suyo que el mes pasado, pues entre abonar el alquiler de la casa, la luz, el agua o comer, aunque congelado, escogió comer, que estira la vida con mayor acierto. Y así sucesivamente, mes tras mes y como la juventud va con fecha de caducidad, hasta el día en que, dejando de ser joven y habiendo tantos a la espera (¿por qué a mama y a papa les daría por quererse tanto?), de nuevo se encontrará con la dieta del desempleo, mirando al mercado desde sus afueras mientras el Mercado lo mira a él como lo que es: un auténtico muerto de hambre. Sin que, por supuesto, haya entremediado entre ellos nada personal, ¡qué carajo!

Si antes no lo remedia el sentido común, quede claro. Porque bien pudiera acontecer que el joven de marras, ahora todo un talludo, a cuestas con el malhumor y el resentimiento de la edad, le diera por, previo al irse, acabar con ellos. Mire usted, yo lo que era de sentido común. O ellos o yo, me decía. Pero nada personal, ¡faltaría!

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