…en sus crímenes no había nada personal,
alaba Fernando Castro la actitud de Los Soprano. Pura profesionalidad o puro
sentido común. Pues muy bien, quede la profesionalidad para los economistas,
los sociólogos, los filósofos de la caterva, cualesquiera de los sutiles y bien
armados defensores del Mercado; cuantos han hecho del Mercado -mejor decir: del
mercadeo- el arma más eficaz y aséptica para el crimen del común de las
poblaciones.
Se trata de un
morir prolongado, por agotamiento de las víctimas en su afán diario de,
paradójicamente, sobrevivir. La supervivencia se ha vuelto, sin dudarlo, cada
día más cara. Pensemos –con toda la demagogia que quieran a nuestro favor- en
uno de esos jóvenes que en un futuro ya, pero cuando por fin sindicatos,
patronal, gobierno y oposición se pongan de acuerdo en el reparto de la tarta y
decidan ‘qué hacer’ (Lenin) con las migajas que tanto estropean la mesa de los
comensales a la hora del café, obtenga un puesto de trabajo (sic) a cambio de
una remuneración rayando lo limosnoso, mas como es joven y emprendedor, también
suma el aprendizaje, dicen, que cobraran sindicatos y empresas, no obstante.
Veámoslo, a
ese joven ideal y casadero (tiene sueldo, y si ya no se casa es porque no quiere),
con su primer salario resumido en esa fina lámina de plástico quebradizo que lo
vuelve, simbólicamente, si no rico, al menos suficiente, de camino al mercado
reformado de san Miguel o de san Antón (Madrid). Sigámosle una vez en su
interior magnífico, limpio y refulgente como una patena. Mirémosle adquirir
aquí un pescado, allí una carne, más lejos, pero sin salir, una fruta o un
pastel para los postres, mientras calcula, por lo bajo, casi reflexivo, cuánto
habrá adelgazado hasta el momento su poderosa tarjeta de crédito y hasta su
crédito mismo.
Al mes
siguiente escogerá ir a Mercadona, a
Carrefour o al Día más próximo a su domicilio, menos suyo que el mes pasado,
pues entre abonar el alquiler de la casa, la luz, el agua o comer, aunque
congelado, escogió comer, que estira la vida con mayor acierto. Y así
sucesivamente, mes tras mes y como la juventud va con fecha de caducidad, hasta
el día en que, dejando de ser joven y habiendo tantos a la espera (¿por qué a
mama y a papa les daría por quererse tanto?), de nuevo se encontrará con la
dieta del desempleo, mirando al mercado desde sus afueras mientras el Mercado
lo mira a él como lo que es: un auténtico muerto de hambre. Sin que, por
supuesto, haya entremediado entre ellos nada personal, ¡qué carajo!
Si antes no lo
remedia el sentido común, quede claro. Porque bien pudiera acontecer que el
joven de marras, ahora todo un talludo, a cuestas con el malhumor y el
resentimiento de la edad, le diera por, previo al irse, acabar con ellos. Mire
usted, yo lo que era de sentido común. O ellos o yo, me decía. Pero nada personal,
¡faltaría!
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