martes, 26 de marzo de 2013

A TENOR DE LAS CIRCUNSTANCIAS




Las cosas han de mejorar –me digo. No se puede ir a peor –me conformo, no sé distinguir si iluso o desilusionado; estoico o viva-la-virgen. Mi hijo de treinta y siete años está a punto de hacerme abuelo. Ya era hora –pienso. Él, en cambio, se tiene todavía por temerario. Las circunstancias –mi hijo no comprende la simplicidad de decir ‘las cosas’- como para andar sin pensárselo dos voces –me afirma con la autoridad del licenciado en vida. Por mi parte, prefiero reservarme. Porque va para muy largo. Supongamos –hago cálculos- que todo sigue igual, conserva su ritmo. O sea, que mi nieto tendrá a su hija a la misma edad de su padre, quien para entonces, no obstante, cumpliría los setenta y cuatro. ¿No es demasiado tarde para andar con nietos? ¿Cómo se podrá vengar?, pues ya conocen eso de: ‘con los nietos hacemos lo que nos gusta y con los hijos lo que debemos. Y así era como venía funcionando la justa compensación entre el azar y la necesidad; entre la educación y el cariño ciego.

Sí se puede ir  peor –me descorazono. Estamos yendo. Acaso hemos llegado, como Ulises, a una Ítaca donde nadie nos reconoce. Se ha corrido el falso rumor de que la vida va en serio. Se acabaron los jóvenes que iban por el monte solos. Uno de ellos me lo explicaba el otro día, tomando cañas, él, y yo vino. Cualquiera se plantea hoy tener un hijo. Sin trabajo, sin casa, el coche… y a continuación hizo una pausa como de puntos suspensivos. Tienes razón. Cada generación tiene sus prioridades incalificables –le contesté cuando vi que su silencio le empezaba a mortificar. Los adjetivos –pensé echándome un trago- los ponen la ideologías, como bien dice Rafael Chirbes En la orilla.

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