Ayer mismo, día de viento
inmisericorde -viento que levantaba la tapa de los sesos y agitaba las ideas
como en una batidora descontrolada-, mi amigo L. me vino de repente con que la
gente de Attac –en Castilla La Mancha, que es tierra dura- anda rondando
sugerirle a la Cospedal un Salario Social Mínimo que alcance a todos los
ciudadanos sin trabajo para el resto de su vida. No parece, en principio, mala
solución, aunque si un tanto peregrina, quijotesca, como el hallazgo casual de
una piedra filosofal que sin llegar a transformar el barro en oro, si diera para
satisfacer las míseras necesidades de cuantos no han de tener mayor afán que el
de sobrevivir de manera de magnificar con su pagada presencia la magnanimidad
del Soberano, ¡cuánto más generoso y espléndido si más Amo!
Al menos porque yo mismo
saldría beneficiado si tal eventualidad cobrara cuerpo finalmente, debí
mostrarme conforme con mi amigo L., pero, fuera porque el viento me había
alterado los nervios o porque, sencillamente, a falta de satisfacciones verdaderas
disfruto, tanto más, llevándole la contraria a quien se me cruza por delante,
me puse como un basilisco y si no le dije que se metiera su maldita caridad en
su bendito culo, fue porque todavía no había bebido lo suficiente para tener la
lengua suelta. Pagamos y nos fuimos: del bar y del tema.
Con todo, creo deberle
una explicación a L. en excusa sosegada de los exabruptos que pudiera haber soltado
en contra de su fama, de modo que si aprovecho, ahora, para hacerlo así, pero
aparándome en la escritura, es porque, pese a la buena voluntad que querría
demostrarle, tampoco es que esté por escuchar sus contra-tesis , con seguridad
oportunas y cabales. A mi edad, no voy a tratar de seguir siendo razonable y si
hacer y decir lo que me venga en gana, pues si la razón es cosa del lenguaje,
la vida, cuando se acorta, prefiere verse ya una puta deslenguada, y nada de
vida beata.
A algún social-demócrata,
y debido a su afiliación funcionarial –se quiere decir: que se encuentre exento
de sumar en el total de los riquitanos con langrina, por usar palabrería de
afilador- le podrá parecer el Salario Social Mínimo la panacea universal, el
consecuente triunfo de la siempre entrecomillada Sociedad del Bienestar,
cuando, bien mirado, significa -¡cuánto más!- su auto-liquidación definitiva,
su desprogramación absoluta, una vez convertido el Estado en mero organismo de
Beneficencia hacia la parte de los desfavorecidos, mientras, a la vez, hace de
frontera, línea de seguridad, fortaleza firme de los que aún sigan contando en
el cotarro y cortando la pana, como se suele decir. El Estado en su doble rol
–purita esquizofrenia- de Tío Tom y Tío Gilito. Repartiendo limosnas hacia un
lado y, del otro, acumulando el Capital, ahora a salvo no solo de los
imprevisibles asaltos de los eternos descontentos insatisfechos, sino, incluso,
del más simple, por ocurrente, cuestionamiento de su legitimidad, pues ello
supondría atacar con mala saña el logrado equilibrio social, sobre el cual las
partes ya habían quedado de acuerdo.
La cosa, el meollo del
asunto, está en que la Social Democracia jamás ha explicitado qué entiende ella
por Sociedad del Bienestar. De suyo, juega a ser ‘doble agente’, quizá con mala
conciencia, mas perfectamente asumido por las partes enfrentadas de natural, en
la medida en que ese juego suyo, ese traicionar constante a todos y a ninguno, ‘enfriaba’
las contradicciones. Apenas si entendía el bienestar social como algo más allá
de un ‘llevarse bien’ los contendiente, que haberlos los sigue habiendo. Como
tampoco jamás ha cuestionado la justeza del reparto, dando por bueno que a quien dios se lo ha dado, san Pedro se lo
bendiga. Y a tenor de sus continuas actuaciones (consistentes en dejarnos
oler la mierda para que el olor de la mierda nos aleje de la mierda sin
quitarla), de las cuales somos, a más de testigos: sufridores, parece inclinarse
a repartir lo poco que ‘le corresponde’ a la parte de los más, que en limitar
(y devolver) lo mucho que ayuda a conservar en la de los pocos. Así lo dijo uno
de la Ceoe: si los trabajadores fijos
cedieran en algunos derechos, habría menos paro. Esto es, si los
trabajadores se conformasen con la parte que ya tienen, a lo mejor incluso daba
para repartir entre todos un Salario Social Mínimo. ¡Repártanse la miseria,
coño!
Más lo encuentro volver a
vivir igual que en una vieja plantación de esclavos, donde también te aseguraban
la subsistencia y hasta la procreación, que en uno de los paraísos prometidos
por tanto vocero institucionalista, aunque es verdad que todos ellos –a derechas
e izquierdas- del paraíso conservan incólume el espíritu de la Ley: Queda prohibido tocarle las narices al señor
don dios.
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