domingo, 4 de marzo de 2012

Los amigotes


Va en dirección correcta. No se pierde en naderías, Rubalcaba, a la hora de apoyar a Rajoy, su Presidente, como presidente que es de todos los españoles, incluso de cuantos no le votaron y, aún más, de los que no votaron ni a él ni al otro, para quienes los dos eran ninguno. Parece lógico aunar esfuerzos cuando las cosas pintan mal, empujar el mismo carro en la ‘dirección correcta, la cual siempre resulta la calle de en medio, como decía mi amigo Paco Z. en pleno delirio etílico, un día, yendo por la carretera de Madrid a Zaragoza, buscando los parajes donde luchó Buenaventura Durriti, y, en eso, Tony, el conductor del vehículo en el que viajábamos los tres, gritó con estupor apenas fingido: Paco, que hay dos carreteras, a lo cual Paco contestó decidido: tira por la de en medio, cabrón. Tira por la de en medio.

Así fue como acabó la cosa,

llegando con vida a Zaragoza.

Esta práctica –que en castellano rancio se expresa ‘arrimarse al sol que más calienta- ha sido la habitual en la historia del Psoe, y sin duda le ha reportado los beneficios precisos para sobrevivir como partido político, lejos, muy lejos, de la política que dicen representar y de aquellos que supuestamente lo sostienen en su representación, pura contigencia.

Alguien de medianas entendederas entendería sin dificultad, sin llegar a devanarse los sesos, que Rubalcaba dijese eso mismo, Va en dirección correcta, refiriéndose a ‘la calle’; a los estudiantes de
Valencia, a los Sindicatos, a las niñas y niños del 15M, en fin respecto de aquellas y aquellos que se ven obligados a viajar, precisamente, en la dirección contraria a ‘la correcta’. Que esto sólo lo crea ya la extrema derecha mediática, merece una profunda reflexión teórica para la cual no me siente preparado y se lo deje a mentes más privilegiadas.

Pero como algo debo concluir por fuerza, por mor de cumplir con las normas de cualquier escrito que persiga ser tenido en cuenta (presunción), sólo alcanzo a pensar que Rubalcaba está actuando al presente como en una pelea de bar.

Supongan –nada más suponga, no es preciso llegar a la experiencia, pues les aseguro que es verdad- que, por su mala cabeza, acaban embroncándose con una ocasional pareja de barra a quien sólo le unen las muchas divergencias en el modo de ver de cada uno. El asunto es banal, casi son toda seguridad, pero el trasiego de copas –mutuamente invitadas por muy paradójico que se mire- va elevando el tono y el tenor de la contienda hasta pasar de las palabras groseras a las manos. Pues bien, llegados a este momento decisivo de ir a arrearle el primer puñetazo al otro aprovechando su sorpresa, acontece lo más impensable, aquello que, pasara lo que pasara, no debía de llegar a pasar. Y es que tus propios amigotes, los que te son favorables, van y te sujetan en lugar de correr a apresar al enemigo verdadero. Y claro, éste, libre de trabas, en posesión de todas sus facultades, te zampa, te propina la hostia enorme que tú le pensabas dar a él.

Tenga uno amigos para esto, don Alfredo.

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