viernes, 16 de marzo de 2012

Aire de Dylan


¿Por qué se repite tanto Vila Matas? Es mi sensación (impresión por los sentidos), sólo eso. La sensación, por demás dichosa, de que cuanto vaya a leer de su última novela (en Seix Barral) lo he leído ya en la anterior. La sensación, autocomplaciente, de estar al tanto de lo que va a suceder y en lo cual me voy a sumergir como un náufrago agotado, sólo para asegurarme de ello.

Acabo de adquirir por medios legítimos Aire de Dylan. Pasé la tarde de un lado para otro –y hoy mi periplo ha sido ancho- con el ejemplar bajo el brazo, procurando, esto sí, que no diera la cara. Cuando por fin, a eso de las diez de la noche, entro en casa valiéndome de mi propia llave –quiero decir que no he bebido lo suficiente como para no recordar que al salir sí cogí las llaves-, saludo afectuosamente a T. Ceno ligero para no confundir a T. acerca de mi estado, y enseguida acometo –pues entrarle a un libro por primera vez es una acometida fiera a su intimidad desprotegida- la lectura, como de buscador de escenarios naturales para una película en rodaje.

El principio, hacia la mitad, las líneas finales, si bien no necesariamente en este orden. Con esa novedad del papel inteligente, el cigarrillo se me apaga entre los dedos desatendido. Los ojos poco a poco se me cierran (algo había bebido de más) y calculo que T. ya debe haber entibiado las sábanas de nuestra cama común (no es que seamos pobres, nos queremos). Así pues, abandono. Cierro Aire de Dylan con ganas y lo dejo sin mayores miramientos en el montón de libros a la espera, bajo Las muertas de Jorge Ibargüengoitia.

No sé cuánto tiempo pasará hasta que, sin otra cosa por hacer –se nos acerca el verano y sus largos días luminosos- me decida de nuevo a rescatarlo de olvido. Quizá, pienso mientras concilio el sueño –de modo que tampoco distingo si lo pienso o lo sueño- que a lo mejor ahí, en la displicencia mía hacía la lectura, se encuentra la razón por la cual se me repite tanto Vila Matas. Es como un regüeldo, pero la comparanza es demasiado fea, grotesca incluso. Mejor, como la última copa –tan perseguida por los dipsómanos de provecho- que, pese a ello, a pesar de su búsqueda impenitente, obstinada, se clona innúmeras veces, aun a sabiendas, de quien la sigue, de su nula incidencia en las características de la borrachera. Mas, en cambio, de muy notable participación en las condiciones y duración de la consecuente resaca.

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