-Hablemos de ese concepto suyo: lo
Desfavorable.
-Si se empeña. Pero, antes, dígame:
¿qué quiere usted saber?
-Lo que no sé todavía. Lo que me
espera a la vuelta de la esquina; pues, supongo, lo Desfavorable será un
concepto esquinado o no será.
-Todo
concepto tiene su algo de esquina y su poco de realidad. Lo uno le
permite ampliar su independencia. Lo otro, establecerse y llevar una vida de
apariencia tranquila. Sin embargo, es dudoso que lo Desfavorable sea un
auténtico concepto y no todo lo contrario, aun cuando lo suyo no sea oponerse.
-Esto que dice me provoca una gran
perplejidad. O, si le soy sincero y sencillo: no lo entiendo.
-El concepto se basta y se sobra de sí
mismo para estar entre nosotros. Allí donde dos nombran al concepto, éste se
presenta en su absoluta mismidad, que no necesita justificación alguna. Es, le
digo, lo dado por hecho. En cambio, el no-concepto es, no más, el satélite que ni puede
desprenderse de la luz que le proporciona el astro principal, ni termina de
tomársela en serio; oponiéndose, motu proprio, a remar en la misma dirección en
la fe de así anclar la nave.
-¡De locos!
-Pues eso. Para mostrar lo
Desfavorable se ha de estar instalado, antes, en lo Favorable –pleno concepto-
y andar desprevenido, por supuesto, teniendo como casa propia lo previsto.
-¡Vaya por dios!, señor Dungam (Jacobo
Dungam, judibelga descubridor de los ‘conceptos travestis’, entre otros
hallazgos de mucha desnecesidad), me conduce usted, de la mano, al desaber.
-Será que vino sabiendo mucho.
-Pues, mire, yo creía no saber nada.
-Quizás usted no sea sino un no muy
hábil buscador de tesoros. Un indigente en pos de lo que pueda librarse de la
desabundancia que tiene por matria.
-Tampoco hay por qué ofender.
-Déjeme a mí aire y no se lo tome como
un agravio.
-Sea.
-¿Lo ve? Con ese admitir ‘sea’, usted
se instala en lo Favorable de la situación y cuanto pueda derivarse de ella. Aún
persigue un tesoro, pero cuanto lleva encima le sirve de mapa del tesoro; sus
pertenencias [conceptuales] –pocas o muchas, pero todas cuantas son- las encuentra
pistas para alcanzarlo.
-¡Qué bueno que vaya por el buen
camino!
-La ironía es mala consejera, amigo
mío.
-Perdón, no quisiera...
-No. No venga a tropezar tan pronto en
lo Desfavorable. No se desvíe. Continúe por donde iba. Pienso sólo en que le espera
un tesoro.
-Pues, démonos prisa en acabar con
esto que me entretiene, y dígame, de una vez por todas, que si no ni siquiera
me van a pagar la entrevista, qué es lo Desfavorable.
-Consiento.
-Concrete.
-Malentender el rastro, confundir las
pistas. Tenga en cuenta que yo solamente denomino Desfavorable a la Biblioteca.
Biblioteca Desfavorable. Todos los libros que tengo y no tengo, forman parte de
ella. Todas sus certezas, del mismo tamaño siempre todas ellas, no han hecho
sino confundirme, porque en lugar de olvidarlas, como es el menester de la
cordura, las he retenido, a lo mismo que el mono de mi primo Kafka: para que un
día me admitieran en la Academia, un acabar demasiado estúpido si se tiene en
cuenta que, como lo dice Jaime Gil de Biedma (ya ve, otra lectura cualquiera),
sólo cabe acabar como un noble arruinado
entre las ruinas de su propia inteligencia. Pero es que, noble, uno ya lo
era si arruinado queda por gastarse los cuartos en la Biblioteca.
-Anonadado corro a buscar un barbero y
un cura, que ama y sobrina ya tengo.
-Vaya con dios
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