sábado, 4 de enero de 2014

CONTRA LO ETERNO

Debiéramos volver a empezar a admitir la muerte como la cosa cierta (Agustín García Calvo) que siempre ha sido. Pero los tiempos, ¡Ay!, corren en la dirección contraria. Falsamente, es verdad –si hay algo de verdad en algo que puede ser escrito- pero ya conocimos cuánto más arrastran las mentiras; cuánto mejor se adaptan a aquello que miramos y, luego, ya hemos visto. El tiempo de ahora, pues, trata de alargar la vida y hacernos creer que la vida se alarga hasta tan lejos, que la muerte, cosa fea, se quedó a la espalda, como la tortuga. Sólo se mueren los otros, dijo Uno y, al respecto, aceptamos de buena gana, en esto sí, que uno [mismo] es el otro [sacrificado]. Como si la muerte no fuera la muerte y sí un olvido pasajero.

Porque la confianza en la muerte daba cancha al cambiar de vida. Y tal saber consolaba. O mejor: envalentonaba. Así los viejos toreros provenientes de la pobreza más rabiosa: o con los pies por delante o dueño del cortijo. Pero: ¡nunca más de lo mismo! Es triste que la eternidad nos vaya a coger con estas fachas. Cobardía no haber ejercido jamás de hombres (Manuel Lombardo). Ni siquiera habrá qué añorar más tarde. Una vez sentados a la puerta de casa, igual a un cordobés doliente, esperemos ver pasar el cadáver de nuestro enemigo, y el cadáver no pasa porque el enemigo ya venía siendo eterno desde mucho antes de que te sentaras esperanzado.

Debiéramos volver a admitir la cosa cierta que la muerte es y no temer morir llevándonos a muchos por delante. Crece un mundo nuevo en nuestros corazones, habló, medio difunto ya, el bueno de san Buenaventura, sin olvidarse de que ello no más es factible poniendo en juego esos corazones anhelantes.

¡Basta ya de aburrimiento!

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