viernes, 3 de enero de 2014

¿HAY ARTE? EN LA CASA COSTUMBRE




¿Es arte la reproducción? ¡Para qué complicarse! Basta si se vende como tal. Fórmula, ésta, igualmente válida a fin de sostener lo completamente opuesto. Basta si es invendible. La posición y la oposición han encontrado, al fin, el lugar común, el punto capital del entendimiento. El desusado dicho: “(eso) no tiene precio”, ampara por igual a cuanto está arriba y abajo. No tiene precio porque no vale nada. O: no tiene precio porque no hay dinero bastante para pagarlo. Carpanta y el Tío Gilito.

Desde que Marcel Duchamp redujera el Arte a una cuestión de y entre Artistas (Armando Montesinos: ¿El arte es el arte? O ¿el arte es el arte que hacen los artistas?), la obra carece de relevancia. Acaba fragmento de un artista incorpóreo que se desparrama como las gota de mercurio de un termómetro roto. El juego del arte consiste –desde el momento inaugural de la Nada vanguardista (Dadá)- en el vano intento de recomponer el cuerpo [añorado] del artista de ocasión y poseerlo, no sin, antes, arrojar al desprecio ese fragmento, pieza clave que lo completaría. De modo que, pese a sus buenas intenciones, el artista se convierte en un juguete de cuerda sin llave, en la egotista convicción de que, como espectador/poseedor (amo a salvo de contingencias mundanas) hace las veces de esa llave que lo pondrá de nuevo en movimiento, aun cuando gracias al poco sentido común que siempre conserva el amo, prefiera alargar el entretanto, de manera que el juguete/artista jamás pueda volver a caminar de nuevo, como angustiosamente ocurriera con el flautista de Hamelin.

Antítesis de este descarado despropósito que justifica –motu proprio- la aparición del Mercado como dador de autenticidad, hace unos años, en una conferencia en el Círculo de Bellas Artes (Madrid), Juan Luis Moraza nos confesó: (más o menos) lo primero, para el artista, es lograr el aprecio de sus colegas. Nunca antes había visto yo una tan encantada armonía entre texto y contexto. Entronizar el ‘círculo’ [de los llamados y elegidos] en el mismísimo Círculo de Bellas Artes me pareció, aún me lo parece, una jugada maestra, en la medida en que traducía al lenguaje común aquella sentencia del Maestro (otra vez Duchamp): Reducir el número de Ready made. La copiosa productividad de ‘los artistas del Círculo’, junto a la reproductividad sin límite de sus productos, no devuelven –como lo sugiere James Gardner: ¿Cultura o basura?- el prestigio al original remoto, sino al artista creador aceptado como tal en el Parnaso, donde los dioses se siguen burlando de las pretensiones de ese otro artista que llama a la puerta anunciándose el único verdadero.

Entre todos lo mataron y el solito se murió. Fuenteobejuna. La culpabilidad expandida como lo maldijera Adorno en su Minima Moralia. Hay dos mundos pero caben en éste. Arte y Mercado no coexisten en la inconveniencia total que captaron las viejas Vanguardias en su querer devolver, inútilmente, el Arte a la Vida. Cerrada la Historia. Agotados los Grandes Relatos –entre los cuales el Arte y la Revolución, la Revolución artística, contaba como uno más-, no concurrió la cacareada fusión Arte/Vida, en ninguno de sus dos sentidos factibles (que ya reclamaban un debate previo: ni el Arte se volvió Vida, ni la Vida se hizo Arte. Porque, con anterioridad, ya ocurriera que el Mercado se adueñó de la Vida, en la cual ya no cabe participar sin demostrar pertenecer a un lobby de presión con la capacidad de agitar un inconmensurable capital financiero en las nubes de los paraísos fiscales.

Es el propio ‘quehacer humano’, el Trabajo, lo que el Mercado en su reestructuración final (?) pone en cuestión hasta reducirlo a la impotencia plena. La apropiación de la producción –sin haber perdido del todo su vieja aura: todavía quedan restos del Mapa habitados por mendigos y alimañas- no supone, a estas altura, la principal fuente de acumulación de riqueza. Ésta ha sido sustituida por una tan imaginativa como inimaginable capacidad de inversión/desinversión en la ‘sola riqueza’, considerada estable, permanente, aun cuando fatalmente dispersada. Intuida la catástrofe anunciada en un progreso ilimitado, no cabe sino recuperar el ‘principal’ mediante una ecología del Capital cuya finalidad no estriba en controlar la producción y el reparto, sino en mermar continuamente el número de individuos con acceso a los bienes, convirtiendo al resto en sus servidores, con un único deseo: la sobrevivencia en un cuerpo, como el del artista, fragmentado y a la espera de ser útil en el cuerpo del amo. Y no es metáfora.

¿Qué papel puede cobrar el Arte en un ‘estado de las cosas’ donde la redención es imposible porque toda promesa de felicidad ha sido desarmada? ¿Cuál ha de ser su función en un espacio donde la gente está no por ser ni para ser –aunque no tenga muy clara la necesidad de ser-, sino sencillamente –y de forma tan azarosa como innecesaria: mero accidente- para seguir estando [, si así el Capital lo ha querido en su infinita insaciabilidad?

Queda en el aire mientras sobrevivimos como el espectáculo de quienes lo tienen todo menos ‘el don del sufrimiento’.

No hay comentarios:

Publicar un comentario