Side
A. Dice Luis Buñuel: tal vez dios no era inteligente, sólo impulsivo (Max Aub. Luis Buñuel,
novela). Y así debió ser. Más o menos desfavorable. ¿A dios o a los humanos? La
inteligencia, supuestamente, es la cualidad definitiva de la Humanidad. Las otras
especies que pueblan la Tierra –poco sabemos de la realidad del Universo- no
son inteligentes, ni mucho menos. Si acaso, intuitivas e impulsivas. En esto se
parecen más a dios que nosotros, a quienes –quien más y quien menos- no nos
mueve sino una única intención verdadera: encontrar a dios o separarnos de él
definitivamente. La esperanza o la desesperación, pero sin alcanzar a
distinguir qué sería la una y qué la otra. Si la esperanza está en llegar a ver a dios un día, como el
buen Machado, y la desesperación: la certeza absoluta de su inexistencia, así
como quizá lo pensaba el otro Machado, el malo, quien, empero, era de comunión
diaria pero vivía como dios no quiere: a trancas y barrancas. O todo lo
contrario.
Con el palo o con la
vela, pero tras el cura. Así expresaba lo mismo el agnosticismo sin militancia
del Común, incapaz de plantearse mentalmente asuntos de tal gravedad, como si
existe dios o no existe. Están los curas –metonimia de la parte por el todo; de
la representación por lo representado- y ya es bastante, ¡por dios que sí! Matar
al cura no es matar a dios, pero si lo que más se le parece. Los curas, por su
parte, se defienden advirtiéndonos: no creáis en nosotros, creed en dios; mas,
nosotros somos sus mandados. Todo irá bien mientras no abandonemos semejante
Teatro. El mundo como voluntad de espectáculo, es cierto, tendrá su final
esperado, valga la confianza. Incluso de la parte del mismísimo marqués de
Sade: Quisiera que dios existiera para
escupirle a la cara. La misma trampa; el mismo truco a los ojos de todos. Un
único desenlace. Porque si la Obra tiene éxito, el Autor saltará al proscenio a
recibir las alabanzas de un público rendido a su evidencia. Pero si no, será
que la Obra no terminó todavía.
Entonces, ¿pa’qué
escupir? ¿Sería inteligente? Se tienen todas las de perder. Basta discutir con
un tonto para comprenderlo. Como con Luis Buñuel, que si no es tonto, es sordo.
Y si no es sordo, se lo hace.
Side
B. Padre siempre se levantaba de la siesta
vociferando que lo habíamos despertado.
Como coincidía con la
hora de la merienda, el castigo al cual nos habíamos hecho merecedores tampoco
variaba de un día para otro: Hoy no hay merienda.
Regresábamos al patio:
hambrientos pero satisfechos por seguir la tarde lejos de la presencia de
padre.
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