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iene el Pan los días contados y el que
queda en la panera –migajas, las hirientes cortezas- porque los pájaros
emigraron ya en pos de climas más cálidos y no se paran a recogerlo, se endurecerá:
lentamente irá adquiriendo la tipología del mineral, ya presentida por los
niños de la Casa –la Casa del Padre, la Casa del Pan- que, por entretenerse
durante el silencio acompañante de las comidas en el rato del Parte, juegan a
arrojarse los proyectiles de migas de Pan que sus dedos ajustan en la clandestinidad
de debajo de la Mesa puesta.
Pero el Pan de ayer tampoco le sirve (mañana)
a los niños en sus juegos, tan prohibidos. Y el Pan se pierde en el Olvido. Los
Hombres –tan poco atentos a las cosas banales de su alrededor- dejan el Pan al
descuido de las condiciones del clima, quien, en su caprichoso acontecer, le va
dando al Pan abandonado unas formas raras, involuntarias, en las que los Magos
y los Sacerdotes de la Tribu descifran el Destino de los hombres.
Entonces, a los hombres no les queda
sino Creer con firmeza –algo desesperada y desengañada, bien es la verdad- en
la Palabra de los Magos y los Sacerdotes. Porque son viejos y saben todo del
Pan que vieron mientras aún estuvo tierno y reconocieron los milagros que éste
prodigaba en el interior de cuantos comían de él. De modo que los hombres –eternamente
confiados- acaban adorando al Pan duro como un dios invisible y Único, mientras
siguen sin prestarle la mayor atención al Pan nuestro de cada día.
¡Que el buen dios (Rilke) reparta
Hambre entre los que tienen Comía de sobra!, maldijo el Gitano a la Especie.
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anarás el Pan con el
sudor de tu frente. Me pregunto por qué en el Mundo no habrá más Oficio que el
de Panadero.
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