(a
Pepe Bergamín)
No es seguro que uno sea de allí de
donde nace. En cambio, sí lo es que uno se queda para siempre muy cerca de allí
donde muere.
(entre esa gente que se pasa la vida
abonando, mes a mes, su sepultura, hay mucho apátrida inconsciente)
Los cadáveres de los invasores abonan
la tierra patria. ¡Qué ricos! Los pimientos de Padrón, las peras de Lleida, el
aceite de Jaén, el jamón de bellota extremeña, los espárragos de Tudela, el
agua de Lanjarón, los melones de Villaconejos, las aceitunas sevillanas, el pa
amb tomàquet, el queso de cabra manchega, la manzanilla de Sanlúcar, el jerez,
el rioja, el alvariño y el penedés y, por qué no, hasta el acero del Norte.
(puede que la muerte no distinga, pero
lo que mata sí, y eso es lo preocupante)
Le oí a un mudo decir: Mi Patria es mi
lengua y, desde luego, parecía muy seguro y convencido de lo que decía, aunque
la verdad más bien esté en que a los mudos los entierran en las afueras de la
Real Academia.
(los pimientos de siempre fueron
verdes. Sólo al acabar la Guerra Civil –me dijo un día el señor Alcalde de Moguer-
comenzaron a salir pimientos rojos. Sobre todo, a la vera de los caminos y por
donde la vera de los cementerios)
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