as Kapital perpetúa a su modo
materialista la amenazadora sentencia bíblica: Ganarás el Pan con el sudor de tu frente.
Muchas palabras alrededor del Pan dificultan y entorpecen su comprensión. Ganar.
Sudor. Frente (otra vez la ponderosa caída del cabello). Para un Ser tan simple
como el Hombre –ojos que miran los ojos que lo ven mirar por única dialéctica-
la palabrería, el oropel, todo aquello
que reluce…, es una atracción demasiado fuerte. De modo que se rindió. Como
un pardillo, se dice. Como la bestia boba que sólo piensa ya en las comodidades
de la jaula[1].
La Pa(n)ciencia. Pa(n)ciente, con-formado, el Hombre desarrolló las maneras de
pagar con Sus Gracias[2]
las migajas del Pan que Sus Merecimientos le devolvían. Maná o Maní pa’el mono
pobre, el pobre mono.
Pan y Trabajo. Todavía han de pasearse
los años y años –toda la calma chicha del Tiempo en su apogeo- entre los
hombres para que la Fiera comprenda al fin que semejante copulación es un acto
contra natura. Contra la naturaleza del Pan. Contra la naturaleza del Hombre,
que es de Pan y Siesta. Miren ustedes cómo son la Religión –Fe- y la Ideología –Esperanza-
las que vuelven literales las Metáforas. Porque la Fiera, dormida, en sueños, contenta
se vería / si no la levantaran / de sus
analogías. Será por algo que al señor León jamás se le cae el pelo.
C
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uentan de la Tierra de No (Noland para
abreviar), donde aún los Solteros se trascienden en su pretendida descendencia,
que a ésta la persiguen más allá del aprovechamiento de las hembras de la
Especie –de suyo, los únicos Seres dotados ampliamente de la facultad de la
fecundidad-, y en razón de no saber enfrentar su desafío, esculpiendo con sus
manos -poco hábiles para labores de bordado- la figurita inanimada de un recién
nacido: con migas del Pan sobrante. A lo cual sigue un arduo proceso a fin de
que la figurita –todavía Pan soso; mollete guaso- adquiera el Alma que, al
cabo, la vivifique, como es que –por comparar de forma poco debida- se salpimentan algunos otros manjares que los
Solteros disfrutan.
El futuro hombrecillo –hijo no más del
varón y de su anónimo desconsuelo- deberá permanecer a salvo –durante un plazo
fijado según reine la Luna en el momento de la determinación- entre la ropa
blanca del Soltero ágamo implicado. Ropa totalmente inmaculada, pues incluso la
mínima deposición de una liendre (estando viva y no vacía) en el cuello de una
camisa, por ejemplo, rompería el vago hechizo, desmembrándose al instante la
figurita. Y ropa cálida: siempre como recién planchada.
Cumpliéndose, pues, el tiempo acordado
entre el Célibe y Selene (y perdón si aquí se cuela –por la rendija abierta del
pantalón- la poética de lo cursi), aquel obtiene el hijo acabado mientras la
luna se retira abochornada por haber sido la cómplice de un diablo.
(continuará...)
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