sábado, 24 de agosto de 2013

EL PRECIO DEL PAN -II-



D
as Kapital perpetúa a su modo materialista la amenazadora sentencia bíblica: Ganarás el Pan con el sudor de tu frente. Muchas palabras alrededor del Pan dificultan y entorpecen su comprensión. Ganar. Sudor. Frente (otra vez la ponderosa caída del cabello). Para un Ser tan simple como el Hombre –ojos que miran los ojos que lo ven mirar por única dialéctica- la palabrería, el oropel, todo aquello que reluce…, es una atracción demasiado fuerte. De modo que se rindió. Como un pardillo, se dice. Como la bestia boba que sólo piensa ya en las comodidades de la jaula[1]. La Pa(n)ciencia. Pa(n)ciente, con-formado, el Hombre desarrolló las maneras de pagar con Sus Gracias[2] las migajas del Pan que Sus Merecimientos le devolvían. Maná o Maní pa’el mono pobre, el pobre mono.

Pan y Trabajo. Todavía han de pasearse los años y años –toda la calma chicha del Tiempo en su apogeo- entre los hombres para que la Fiera comprenda al fin que semejante copulación es un acto contra natura. Contra la naturaleza del Pan. Contra la naturaleza del Hombre, que es de Pan y Siesta. Miren ustedes cómo son la Religión –Fe- y la Ideología –Esperanza- las que vuelven literales las Metáforas. Porque la Fiera, dormida, en sueños, contenta se vería / si no la levantaran / de sus analogías. Será por algo que al señor León jamás se le cae el pelo.

C
uentan de la Tierra de No (Noland para abreviar), donde aún los Solteros se trascienden en su pretendida descendencia, que a ésta la persiguen más allá del aprovechamiento de las hembras de la Especie –de suyo, los únicos Seres dotados ampliamente de la facultad de la fecundidad-, y en razón de no saber enfrentar su desafío, esculpiendo con sus manos -poco hábiles para labores de bordado- la figurita inanimada de un recién nacido: con migas del Pan sobrante. A lo cual sigue un arduo proceso a fin de que la figurita –todavía Pan soso; mollete guaso- adquiera el Alma que, al cabo, la vivifique, como es que –por comparar de forma poco debida-  se salpimentan algunos otros manjares que los Solteros disfrutan.

El futuro hombrecillo –hijo no más del varón y de su anónimo desconsuelo- deberá permanecer a salvo –durante un plazo fijado según reine la Luna en el momento de la determinación- entre la ropa blanca del Soltero ágamo implicado. Ropa totalmente inmaculada, pues incluso la mínima deposición de una liendre (estando viva y no vacía) en el cuello de una camisa, por ejemplo, rompería el vago hechizo, desmembrándose al instante la figurita. Y ropa cálida: siempre como recién planchada.

Cumpliéndose, pues, el tiempo acordado entre el Célibe y Selene (y perdón si aquí se cuela –por la rendija abierta del pantalón- la poética de lo cursi), aquel obtiene el hijo acabado mientras la luna se retira abochornada por haber sido la cómplice de un diablo. 
(continuará...)


[1] Discurso sobre la servidumbre voluntaria. Étienne de la Boétie.
[2] Estoy con ese hombre por lo mucho que me hace reír.

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